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Lo que nos espera: la chispa que ha prendido en el campo
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Esteban Hernández

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Lo que nos espera: la chispa que ha prendido en el campo

Los problemas de agricultores y ganaderos van mucho más allá de su sector y tienen grandes consecuencias políticas. Parte de nuestro futuro se juega en su desafío

Foto: Tractorada y posterior manifestación para reivindicar medidas en defensa del campo.
Tractorada y posterior manifestación para reivindicar medidas en defensa del campo.

Las manifestaciones del campo, a juzgar por la reacción mediática, han sido recogidas con cierta sorpresa, como si de pronto estallase una conflictividad ignorada. En realidad, cualquiera que se hubiera asomado al sector agrícola y ganadero se habría dado cuenta rápidamente de los problemas que lo aquejan, así como del escaso interés que suscita para la política un ámbito que antaño era considerado estratégico para cualquier país. Quien no ha visto es porque no ha querido ver.

Se intensifican las protestas del sector agrario

El sector está sufriendo varias presiones. Una, muy grave, y que ya ha sido descrita, es producto de una transformación de mercado que tiende a la concentración de poder en la cadena, con consecuencias muy negativas para los productores. Es fruto de una tendencia general que lleva las pymes a fragilizarse o desaparecer y es consecuencia obvia de ese giro del capitalismo hacia la consolidación.

Perdedores por partida doble

La segunda dificultad tiene que ver con la posición que ocupan. Los estándares de calidad, incluidos los medioambientales, que los agricultores y ganaderos españoles deben cumplir, son lógicamente elevados, pero al mismo tiempo deben afrontar la competencia de productos de otros territorios que se alejan mucho de esos estándares o que pueden competir gracias al 'dumping' social. El sector productivo conoce bien esta dinámica, con las consecuencias que conocemos. Por otra parte, se les exige que suban razonablemente el SMI pero no se les escucha cuando demandan otras condiciones de mercado. Sienten así que pierden por ambos lados, que son los penalizados, los que acaban pagando la fiesta. Injusticia y estafa resumen su indignación.

La España vacía genera una suerte de melancolía nacional, más ligada a la memoria sentimental que al deseo de arreglar su situación

Las respuestas a las demandas de ayuda han sido peculiares. Se les dice que existe mucha gente en el campo que está forrándose gracias a las ayudas europeas sin tener siquiera que cultivar; o, como Pepe Álvarez, secretario general de UGT, se insiste en que las movilizaciones provienen de “la derecha terrateniente y carca”, o que se trata de colectivos reaccionarios que niegan a sus trabajadores un salario digno. En resumen, la España facha.

La nostalgia

Una segunda respuesta, la más frecuente, también tiene mucho de hostil. Comenzó a cristalizar con la publicación del libro de Sergio del Molino ‘La España vacía’. Surgió entonces una corriente de simpatía, una especie de melancolía nacional respecto de los territorios en declive, pero mucho más ligada a la memoria sentimental que al deseo de arreglar la situación. Lo hemos vivido antes con otros sectores, desde las librerías hasta las tiendas de barrio pasando por los bares de viejo: se los echa de menos, se lamenta su pérdida, se recuerda los buenos tiempos perdidos pero se considera como algo difícilmente evitable; son sectores poco innovadores, de mentalidad antigua y poco adaptados a las nuevas circunstancias. Todo se resuelve en la nostalgia.

Es llamativo que, en este escenario, en el que las opciones de izquierda tendrían las de ganar, ocurra más bien al contrario

Esta visión sentimental olvida que, al mismo tiempo que se suceden las muestras de solidaridad con una España que se esfuma, se están tomando las medidas económicas y sociales que impulsan ese declive. Como ya se ha contado, si las pymes van mal, también las de los territorios interiores, no es solo por los cambios culturales en el consumo o por la mayor productividad de las grandes empresas, sino por la creación de unas condiciones de mercado que favorecen a las segundas a costa de las primeras. La agricultura y la ganadería son una muestra palpable de esta tendencia.

Derecha e izquierda

Este cúmulo de tensiones tiene una expresión política evidente, y ha producido un descontento del que las manifestaciones de estos días no son más que la primera muestra. Es llamativo porque, en este escenario, las opciones de izquierda tendrían las de ganar, y ocurre más bien al contrario: una izquierda que tuviera claro que este declive es fruto de las condiciones de un mercado injusto podría situar de su lado a esas clases que suelen denominarse 'perdedoras de la globalización'. No es así, y por diversos motivos.

Las derechas ofrecen un discurso mucho más comprensivo y tienen palabras más amables, pero a la hora de la verdad actúan contra ellos

Desde el punto de vista ideológico, las izquierdas españolas, tanto PSOE como UP, han girado hacia la conversión en partidos progresistas y su ideario, digitalización, feminismo, cosmopolitismo y lucha contra el cambio climático, está muy alejado de las prioridades de estas poblaciones. En segunda instancia, tampoco la izquierda ha logrado tejer una articulación ideológica que ponga a los autónomos, a los pequeños empresarios y a la gente de la periferia de su parte. Más al contrario, se perciben como invisibles para esos partidos. Y tampoco aparecen señales que permitan el optimismo a medio plazo: la forma en que se está aplicando fuera la transición ecológica, y lo que se ha anunciado que ocurrirá aquí, va a poner todavía más en contra de la izquierda a estos sectores sociales. Francia es un buen ejemplo.

La factura

Las opciones de la derecha tampoco son buenas. Es cierto que se trata de sectores sociológicamente suyos y con los que cuentan con afinidades culturales, reforzadas por asuntos como la caza, pero también lo es que los partidos conservadores han defraudado sistemáticamente a estas poblaciones cuando han gobernado. Entre otras cosas, porque esos cambios en el funcionamiento en el mercado que tanto perjudican a agricultores, ganaderos y pequeñas empresas rurales han sido prioritariamente impulsados por la derecha. Ofrecen un discurso mucho más comprensivo, tienen palabras más amables, no los desprecian, pero a la hora de la verdad actúan contra ellos, y eso termina por pasar factura.

El camino por el que más se apuesta para solucionar estos problemas es proteger a los nacionales contra la injusta competencia extranjera

Esta sensación de abandono político ha encontrado en la España vacía un detonante con las manifestaciones del sector agrícola y ganadero. Y ojo con esto, porque la España vacía no son ni Teruel ni los pueblos de la montaña leonesa o asturiana, son regiones enteras, muchas capitales de provincia incluidas, que cada vez tienen un presente peor y menos posibilidades de futuro.

Pin parental y más toros

Hay varias soluciones que se podrían aplicar sobre estos problemas. Una sería la de operar desde los gobiernos para controlar la distribución en la cadena, regular para evitar los abusos de posición dominante y establecer un reparto justo, pero ni Europa está abierta a esa solución ni nuestro Ejecutivo nacional parece estarlo. No tiene gran dificultad: gobiernos socialdemócratas y conservadores de otros tiempos lo hicieron, en España, en Europa y en EEUU.

Sin embargo, el camino habitual de salida de estos problemas ha sido la vía nacional. Eso es lo que prometió Trump, lo que impulsó el Brexit y lo que está haciendo Salvini, por citar ejemplos recientes. Su apuesta es claramente proteccionista: no cambian el funcionamiento del mercado pero prometen proteger a los nacionales de la injusta competencia exterior. Quizá los elementos más novedosos en este sentido se den en el Rassemblement National de Marine Le Pen (y en algunas derechas del norte de Europa), que apuesta por el consumo de proximidad y la defensa de los productos locales también desde el ecologismo. Es obvio que, de momento, esta derecha no es la nuestra, y lo que tenemos es a un par de formaciones empeñadas en imponer el pin parental, vestir a los santos e ir a los toros mientras promueven una economía todavía más liberal.

No obstante, la puerta se ha abierto de manera clara para este tipo de opciones políticas. Porque más allá de la dirección ideológica que tome este descontento, las movilizaciones del campo son reflejo de una tendencia social que está aquí para quedarse. Según Christophe Guilluy, 100 años al menos. Quizá no lleguemos a eso, pero las nuevas derechas, allí donde han ganado o están creciendo, es gracias a este tipo de tensiones y desprecios. Urge tomarlo en consideración.

Las manifestaciones del campo, a juzgar por la reacción mediática, han sido recogidas con cierta sorpresa, como si de pronto estallase una conflictividad ignorada. En realidad, cualquiera que se hubiera asomado al sector agrícola y ganadero se habría dado cuenta rápidamente de los problemas que lo aquejan, así como del escaso interés que suscita para la política un ámbito que antaño era considerado estratégico para cualquier país. Quien no ha visto es porque no ha querido ver.

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