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Madrid, Venezuela y la recomposición de la derecha española
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Esteban Hernández

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Madrid, Venezuela y la recomposición de la derecha española

La pelea ideológica que viven nuestras democracias y su insistencia en la defensa de las instituciones incluyen una fina línea que define la batalla política real

Foto: Díaz Ayuso conversa con Santiago Abascal y Rocío Monasterio. (Mariscal/EFE)
Díaz Ayuso conversa con Santiago Abascal y Rocío Monasterio. (Mariscal/EFE)

Los venezolanos afincados en España no vinieron a Madrid desde el otro lado del océano: llegaron desde el futuro. Habían salido del país de Chávez y Maduro, por lo que percibían las señales que emitía la política española con una singular claridad. Muchos de ellos, la mitad aproximadamente, se afincaron en Madrid, y lo hicieron con una visión muy clara: no podemos dejar que ocurra aquí lo que vivimos en Venezuela. Su posición ideológica, que se definía por su hostilidad hacia la izquierda, hacía inevitable que encontrasen aliados en la derecha madrileña, máxime cuando las conexiones de Podemos con Venezuela tejían aún más las afinidades. De modo que los emigrados venezolanos no solo se convirtieron en un nicho de voto para Díaz Ayuso, sino que aportaron a la política española alguna de sus certidumbres.

Ese sentimiento de urgencia, esa conciencia clara del peligro al que podía quedar sometida España si la izquierda y Podemos ganaban influencia, no solo recorrió los lugares de encuentro de los emigrados, sino que produjo un influjo notable en la derecha madrileña. ‘No nos puede ocurrir lo mismo que a Venezuela’ no fue una consigna electoral, sino una convicción profunda que arraigó en segmentos de la población española. Madrid fue el epicentro, porque en la capital tanto el PP de Ayuso como Vox compartían esa visión.

Foto: William Cárdenas, abogado de la diáspora venezolana. (EC)

Fuese fruto de esta influencia o por motivos más coyunturales, la capital adquirió el sobrenombre de ‘Little Caracas’ y expresiones como ‘comunismo o libertad’, o ‘estar en el lado correcto de la historia’, que eran lugares comunes en Latinoamérica, se convirtieron en habituales en las elecciones en las que Díaz Ayuso arrasó.

No se trata de que se hayan adoptado en España las mismas estrategias y formas que en Latinoamérica, sino de que, al igual que ocurrió con Iglesias y Errejón, que trajeron a España su experiencia en el continente, pero convenientemente traducida, la derecha española ha aprendido unas cuantas lecciones de fuera. No obstante, se trata de una vía de doble dirección, de influencia recíproca, y la iniciativa más expresa en ese sentido, y que cuenta con elementos de notable interés, es la que Vox ha puesto en marcha con el de nombre de ‘Iberosfera’. Contiene una posición ideológica, otra económica y otra geopolítica, y las tres están relacionadas.

1. La antidemocracia

“El Estado de Derecho, el imperio de la ley, la separación de poderes, la libertad de expresión y la propiedad privada son elementos esenciales que garantizan el buen funcionamiento de nuestras sociedades, por lo que deben ser especialmente protegidos frente a aquellos que tratan de socavarlos. El futuro de los países de la Iberosfera ha de estar basado en el respeto a la democracia, los derechos humanos, el pluralismo, la dignidad humana y la justicia”. En estas palabras se está jugando el giro ideológico de nuestra época, y suenan bastante razonables. Es difícil que una mayoría de la población occidental no suscriba estos principios

Son los conceptos que definen el propósito de la Iberosfera, plasmados en la Carta de Madrid, el documento fundacional del Foro de Madrid, la iniciativa que Vox puso en Marcha. Contiene un plan para América Latina, pero contiene mucho más que un mero posicionamiento español ante el continente hermano. Es una idea que nace como respuesta a los Foros de Sao Paulo y Puebla, con una posición política muy definida: pone el foco en la defensa de las instituciones, que están siendo gravemente atacadas por gobiernos antidemocráticos de izquierda, al mismo tiempo que tiene el propósito de hacer frente a la expansión china por la región.

Define un tipo de política en la que prima el combate contra aquello que pretende desorganizar la democracia y las instituciones

Define un tipo de política en la que prima el combate contra aquello que pretende desorganizar la democracia y las instituciones, fuerzas que identifica tanto en la izquierda como en la influencia china. Su posicionamiento democrático consiste en profundizar en el libre mercado y en afirmar los vínculos con EEUU, con quien España podría jugar un papel importante a la hora de modificar el rumbo del continente. La Iberosfera, por tanto, nos devuelve a un programa conocido respecto de la acción española, de los vínculos internacionales que deberíamos tener, de la ideología correcta y de la posición geopolítica adecuada.

2. La visión de la FAES

El pasado martes, dentro del campus que FAES ha dedicado a la Unión Europea, tuvo lugar una mesa redonda sobre Latinoamérica en la que participaron José María Aznar, el expresidente de Colombia, Andrés Pastrana, y el expresidente de Argentina, Mauricio Macri, bajo la moderación de Josep Piqué. Aznar comenzó señalando las agresiones antidemocráticas que están sufriendo muchos países latinoamericanos a causa del populismo, el cambio de rumbo de la política internacional hacia el Pacífico, y la necesidad de fortalecer el vínculo atlántico. Subrayó, además, que el AUKUS supone el fortalecimiento de los partidarios del Brexit, ya que demuestra que se pueden organizar alianzas con el mundo anglosajón en las que la UE no resulta necesaria. Para Aznar, ni la UE puede jugar su papel sin reforzar el vínculo atlántico, ni España puede hacer valer su influencia en Iberoamérica sin los lazos tradicionales con EEUU.

En segundo lugar, señaló hasta qué punto el orden liberal y el sistema democrático, de libertades y derechos humanos y economía de mercado, están siendo amenazados por actores autocráticos que vienen desde la izquierda y que, por tanto, hacen muy necesaria una defensa de las instituciones y de las libertades frente a esos actores. Iberoamérica es un terreno de lucha en el que esta pugna está especialmente presente. Tanto Andrés Pastrana como Mauricio Macri insistieron en este punto, señalando que esos populismos “destruyen valores muy importantes, ya me prometen presente a costa de destruir el futuro. No respetan ni los derechos humanos, ni la institucionalidad ni la verdad”.

El mapa que dibuja Aznar, presidente de la FAES, así como las soluciones que promueve son muy parecidos a las propuestas de la Iberosfera

Si se juntan estos factores y se analizan los documentos de FAES sobre América Latina, se halla una posición claramente común respecto de Vox en lo que se refiere a las amenazas existentes y a los actores involucrados: la democracia está en riesgo, los populismos de izquierda crecientes son el primer factor perturbador (“ya que utilizan la democracia para destruirla desde dentro”), el alineamiento con EEUU resulta inevitable y, por tanto, hay que adoptar una postura mucho más firme contra China. El mapa que dibuja Aznar, presidente de la FAES, así como las soluciones que promueve son muy parecidos a las propuestas de la Iberosfera. Hay matices diferentes, pero hay que rebuscar para encontrarlos.

3. España: las instituciones, bajo ataque

La pregunta es hasta qué punto esta visión de Latinoamérica se queda en Latinoamérica o si es parte de un programa que también tiene traducción en la política interior española. En términos comunicativos, es evidente que la campaña de Madrid y la figura de su presidenta, han quedado contaminadas por la lógica de este combate contra la izquierda. Díaz Ayuso ha señalado en múltiples ocasiones esa sensación de que la democracia española estaba en peligro, que había que defender al Rey, a la judicatura y a las instituciones en general respecto de un Gobierno de España que estaba amenazando permanentemente las libertades y que subvertía el Estado de derecho. Pero no es una cuestión exclusiva de Ayuso: la estrategia del PP de Casado desde que se conformó el Gobierno de Sánchez ha partido desde la misma base (presidente ilegítimo, felón, traidor y tahúr han sido calificativos demasiado presentes).

Vox ha actuado desde la misma lógica, pero con dos diferencias. Ha insistido en la defensa de las instituciones, de la monarquía, de la democracia, de la independencia del poder judicial, de la economía de mercado, con un tono más atrevido que el del PP, pero sobre todo se ha centrado en subrayar áreas como la inmigración ilegal y los menas, las leyes LGTBI, el aborto y el desafío catalán a la unidad de España. Se pueden encontrar diferencias entre ambos partidos, y también en el seno mismo del PP respecto de estas cuestiones, pero al igual que en Latinoamérica, las semejanzas con Vox son mayores que las diferencias. Incluso en algunos terrenos, como en el económico, el PP es más atrevido en su programa, especialmente el de Madrid, cuyos asesores en ese terreno son claramente neoliberales. La gran brecha entre ambos está en los asuntos culturales.

Foto: Manifestación en Madrid en contra de la homofobia. (Reuters)

Sin embargo, lo que les une, y les hace formar parte de una corriente ideológica similar, no es su programa, que puede variar, ni sus líderes, que en algunos casos cuentan con muchas semejanzas y en otros les separan distancias grandes. Para entender a la derecha contemporánea hay que ir más allá de sus propuestas, que en términos programáticos no suenan extemporáneas, y comprender el lugar desde el que hablan y la recomposición política que proponen. En ese ámbito, hay una forma de hacer que se ha extendido claramente por Latinoamérica y que ha acabado contaminando a España.

4. Los excesos

Las nuevas derechas, incluida la de Ayuso, no se presentan como formaciones claramente ancladas en sus propuestas. Tienen un carácter más reactivo, de resistencia: en la medida en que las instituciones están bajo ataque, como le ocurre a la misma economía de mercado, su actitud primera es la de preservarlas. A veces esa defensa es feroz, pero queda legitimada por las acciones de los rivales: se trata de partidos políticos de izquierda que están yendo demasiado lejos y nos están llevando al desastre, por lo que resulta lógico elevar el tono. Toda la hostilidad que ha mostrado Ayuso y la mayoría del PP con Sánchez proviene de esa mirada: en la medida en que el presidente cuenta con socios independentistas y comunistas, España está en riesgo y hay que tomar medidas, también en lo discursivo, a la altura de las amenazas. Los problemas que causan son suficientemente graves como para elevar la voz de alarma y actuar en consecuencia.

Exactamente en eso basa también Vox su posición cultural: no apela a unos contenidos concretos, sino al exceso de sus oponentes en materias como la legislación LGTBI, el aborto o la inmigración. Son los abusos de sus rivales, que la democracia permite innecesariamente, los que les autorizan a reaccionar de la forma que lo hacen. No está contra la inmigración, sino contra la ilegal y contra los menas que causan problemas de seguridad; no está contra la igualdad entre hombre y mujer, sino contra el feminismo desatado que afirma locuras, y así sucesivamente. El incidente de la pasada semana de Macarena Olona es ilustrativo al respecto, ya que no se encara con la periodista para recriminar una pregunta, sino para denunciar la desigualdad de trato.

Vox no apela a unos contenidos concretos, sino al exceso de sus oponentes en materias como la legislación LGTBI, el aborto o la inmigración

En segundo lugar, conviene definir con precisión lo que significa la defensa de las instituciones y de la democracia porque, dependiendo del lugar en el que se fije la línea, esa posición adquirirá un sentido u otro. Un ejemplo: hace dos semanas, Iván Espinosa de los Monteros fue entrevistado en ‘Las mañanas de RNE’ por Íñigo Alfonso. En esa conversación, Espinosa aseguró que Vox había sido el primer partido constitucionalista en las últimas elecciones catalanas. Una afirmación de ese calibre implica que el partido más votado, el PSC de Illa, no es considerado como formación constitucionalista. Más al contrario, es de posiciones como las del Illa y el PSC de las que tendría que defenderse la Constitución: la excesiva tolerancia con los independentistas lleva a riesgos claros acerca de la unidad de España. El problema, por tanto, no son los indepes, sino quienes les consienten.

Marcar esa línea, el PSC-PSOE como partido no constitucionalista, es un reproche que ha formulado Vox muchas veces. Pero también el PP de Casado ha utilizado esa estrategia en numerosas ocasiones, por motivos diferentes y en diferentes ámbitos. En la medida en que la raya queda trazada de esa manera, la defensa de la democracia, y la misma política, adquieren un cariz muy distinto, porque se conforma una nueva centralidad, en la que las posturas antidemocráticas se vuelven mucho más frecuentes: el nivel de lo permitido es mucho menor. Un buen ejemplo fue cuando George Bush acusó de antidemocráticos y de antiamericanos a quienes no apoyasen la guerra de Irak. La defensa de las instituciones conlleva una posición en que estas excluyen a quienes tienen otras posturas.

5. Las instituciones, arma de parte

Sin embargo, no es un juego que vaya en una sola dirección. Lo vimos en las elecciones madrileñas, ya que los adversarios recurrieron a la alerta antifascista como baza electoral: ya que PP y Vox tenían muchas posturas en común, el PP se convertía en un partido franquista, como los de Abascal. En esto se basa la polarización y explica muchas de las tensiones de los últimos años.

Foto: Santiago Abascal, en la concentración en Madrid de agricultores y ganaderos. (EFE) Opinión
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Es un hecho más de los que se acumulan a la hora de señalar que bajo el lema “defensa de las instituciones y de la democracia” se está llevando a cabo una pelea para definir el contenido real de las mismas, en términos políticos, económicos y geopolíticos. En la medida en que se trata de conceptos asumidos en positivo por la mayor parte de la población, lo que se está jugando es una partida por definir la centralidad, en la que la derecha ha tomado ventaja, porque las instituciones son una bandera que emplean con más frecuencia que la izquierda. Pero, sobre todo, porque las instituciones se convierten en un arma de parte en lugar de el espacio en el que todos están obligados a reunirse.

Los venezolanos afincados en España no vinieron a Madrid desde el otro lado del océano: llegaron desde el futuro. Habían salido del país de Chávez y Maduro, por lo que percibían las señales que emitía la política española con una singular claridad. Muchos de ellos, la mitad aproximadamente, se afincaron en Madrid, y lo hicieron con una visión muy clara: no podemos dejar que ocurra aquí lo que vivimos en Venezuela. Su posición ideológica, que se definía por su hostilidad hacia la izquierda, hacía inevitable que encontrasen aliados en la derecha madrileña, máxime cuando las conexiones de Podemos con Venezuela tejían aún más las afinidades. De modo que los emigrados venezolanos no solo se convirtieron en un nicho de voto para Díaz Ayuso, sino que aportaron a la política española alguna de sus certidumbres.

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