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Esteban Hernández

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Brasil como banco de pruebas: es más preocupante de lo que parece

El asalto a las instituciones de los seguidores de Bolsonaro va más allá de su país: se está abriendo un momento política y socialmente diferente para el que no estamos preparados

Foto: Policías antidisturbios entran al palacio presidencial de Brasil. (EFE/Andre Borges)
Policías antidisturbios entran al palacio presidencial de Brasil. (EFE/Andre Borges)
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En los acontecimientos brasileños confluyen diversos factores de notable interés por lo que nos señalan acerca de la evolución política de la región y del continente americano, por lo que advierten acerca del futuro de las democracias occidentales y por las lecciones que se pueden extraer de ellos.

El escenario en el que se está jugando esta partida política y geopolítica tiene a la economía (suele suceder) como base. El continente americano está inmerso en una grave crisis. Después de una época de auge ligada a la demanda de materias primas, sobre todo por parte de China, que permitió que se elevase el nivel de vida de partes de sus poblaciones, se vivió un parón previo al covid. La pandemia provocó otra crisis, que llevó a sus recién estrenadas clases medias de nuevo a situaciones desfavorecidas, mientras que las poblaciones pobres sufrieron más aún. Este significativo retroceso explica en buena medida la polarización creciente, que se ve ayudada por sistemas electorales de doble vuelta que favorecen a candidatos más radicales. En ese contexto de tensión en aumento, después de la ola de gobiernos de izquierdas que tuvo lugar en la primera década del siglo XXI, hubo una reacción en la que fuerzas de derecha se hicieron con el poder, y ahora los gobiernos de los países principales han regresado a manos de la izquierda. Sin embargo, se trata de un contexto muy diferente de aquel en el que llegaron al poder gobernantes como Lula: mucho más tenso, más enfrentado y con peores perspectivas de crecimiento.

El nuevo actor

Sin embargo, uno de los factores ideológicamente más significativos no aparece en ese movimiento pendular de izquierda a derecha, sino en el auge de un nuevo actor en el continente, las iglesias evangélicas. Su crecimiento, que amenaza a la religión dominante, la católica, ha implicado también un endurecimiento político significativo. Ocurrió en EEUU, y está pasando en Latinoamérica. El papel ideológico de estas iglesias en la región no está siendo tomado suficientemente en serio, y son una fuerza muy relevante. No porque constituyan mayoría, sino por la cohesión que muestran. En época de desorden institucional, las minorías organizadas acaban siendo muy influyentes, cuando no decisivas.

En un entorno de desorientación, con problemas económicos y sin mucha confianza en el sistema, la religión regresa en distintas partes del mundo

Las iglesias evangélicas son importantes porque generan comunidad, establecen vínculos sólidos con sus fieles, a los que también proporcionan distintos tipos de ayuda, desde económica hasta sanitaria. Allí donde el Estado no llega, estas organizaciones vienen a prestar su apoyo a poblaciones necesitadas. Por supuesto, son colectivos fuertemente jerarquizados y, como bien señala Luis Algorri, con un poder enorme sobre las visiones políticas, sociales y personales de quienes forman parte de ellas.

Estas fuerzas son relevantes porque señalan un giro que ya conocemos, que hemos vivido, y cuyas consecuencias aún estamos sufriendo. En un mundo desorientado, con problemas económicos y con una falta de confianza en el sistema, lo que se está viviendo en diferentes regiones del mundo es el regreso de la religión. Y lo hace de un modo peculiar: no se trata de que las creencias dominantes amplíen el número de fieles (de hecho, la Iglesia católica, una gran fuerza en Latinoamérica que pierde creyentes, y los lazos entre estos y las instituciones religiosas se debilitan), sino que aparece una fuerza emergente, organizada y con recursos que cada vez gana más adeptos. Es un proceso de sustitución de un tipo de religión por otra muy diferente.

Un hecho insoslayable

Es necesario advertir que así comenzaron los islamistas radicales a transformar Oriente Medio. Las redes que crearon, por ejemplo a través de organizaciones como los Hermanos Musulmanes, fueron creciendo entre poblaciones desfavorecidas y, a pesar de no contar inicialmente con simpatías mayoritarias, ganaron continuamente espacio hasta convertirse en un polo de influencia definitivo para toda clase de gobernantes. El giro que se produjo en los países árabes, excelentemente descrito por Hamit Bozarslan en Una historia de la violencia en Oriente Medio (Ed. Península), supuso una transformación llamativa y contundente en las ideologías de oposición. Los gobiernos encontraban focos de resistencia que se alimentaban de ideas de izquierda, en general del marxismo, que se ligaban una lucha por la liberación de sus pueblos de la opresión occidental. Llegado el momento, todos esos focos fueron desapareciendo para ser sustituidos por las ideologías islamistas. A partir de ahí, esa oposición al poder dejó de ser tal para convertirse en la visión dominante, bien a través de organizaciones como Al Qaeda, bien por los cambios de costumbres y políticos que produjeron en sus sociedades. El regreso religioso en la era de la globalización fue un hecho insoslayable. Todos estos elementos están ahora desplegándose en América Latina, veremos cuál es su destino.

Latam es un avispero que las relaciones internacionales agitarán aún más. Y Brasil, parte de los BRICS, jugará un papel muy relevante

Por si fuera poco, el continente está sometido también a notables tensiones geopolíticas. Con una Unión Europea de influencia decreciente, con unos Estados Unidos orientados hacia el Pacífico y hacia Rusia, y con una China que ha establecido vínculos sólidos con muchos Estados de la región debido a su necesidad de materias primas, Latinoamérica apunta a ser un foco de conflicto, ya que esa debilidad interior, con muchos países partidos en dos bloques ideológicos, es un avispero que las relaciones internacionales agitarán aún más. Y Brasil, como parte de los BRICS, jugará un papel muy relevante a la hora de establecer alianzas.

Foto: Pablo Fernández e Isa Serra. (EFE/Sergio Pérez)

Por desgracia, las discusiones nacionales acerca de los hechos brasileños, que son expresión del momento de todo un continente, se están resolviendo desde la banalidad y la grosería. Las acusaciones cruzadas, a menudo totalmente extemporáneas, son parte de una campaña electoral ya lanzada en la que el único objetivo es dañar al rival convirtiéndolo en un peligro para la democracia. Ninguno de los contendientes aporta más que la culpabilización del contrario, en una pelea absurda por demonizar al enemigo. Para unos el peligro es Sánchez porque va de la mano de Bildu y ERC, para otros un PP que está cada vez más cerca de Vox y de la extrema derecha. La fuerza de la hipérbole termina siendo muy peligrosa, porque se tensa el debate sin aportar ninguna solución a los males nacionales. Su fórmula es sencilla: los problemas de España se acabarán cuando se venza al otro y se le retire de la partida. Pero eso no es una solución, es empeorar el problema. Acontecimientos como los de Brasil no nos quedan tan lejos, porque son consecuencia de transformaciones económicas, políticas y geopolíticas que afectan a España de lleno, aunque sea de manera distinta.

En los acontecimientos brasileños confluyen diversos factores de notable interés por lo que nos señalan acerca de la evolución política de la región y del continente americano, por lo que advierten acerca del futuro de las democracias occidentales y por las lecciones que se pueden extraer de ellos.

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