Segundo Párrafo
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De los indultos a la crisis de Marruecos
En las críticas a los indultos del 'procés' tal vez se esté subestimando uno de los factores clave que los impulsan: la ingenuidad. También esta ha jugado un papel clave en la crisis con Marruecos
A Pedro Sánchez le gusta que lo consideren intrépido. Es en momentos en que se requiere audacia, como la moción de censura que hace tres años lo convirtió en presidente, en los que más cómodo se siente. Sin embargo, correr muchos más riesgos de los que verían sensato correr quienes, a diferencia de Iván Redondo, se han criado políticamente en la cultura institucional, tiene un doble filo peligroso. La audacia puede ser muy útil para ganar elecciones y controlar la agenda mediática, que es el punto fuerte de este Gabinete, pero flaquea en la capacidad de medir bien las consecuencias no deseadas. Y moverse al filo del precipicio no siempre sale bien.
El último precipicio por cuyo borde Sánchez se pasea, con la intención de construir un puente, es el de los indultos del 'procés'. No solo está dispuesto a correr el riesgo en Cataluña, también asume un posible cisma dentro de su partido. Sánchez sabe que más de un 70% de los votantes socialistas está en contra de los indultos. Es por el voto de castigo ante el malestar interno de los indultos que Moncloa teme perder las primarias andaluzas frente a Susana Díaz. Sánchez sabe también que liberar a los presos del 'procés' le cierra la puerta a los votantes en fuga de Ciudadanos, a los que hace no tanto aspiraba a atraer. Y, por supuesto, cuenta con que tanto PP como Vox movilizarán a su electorado oponiéndose a la medida de gracia. Pese a todo esto, en el Gobierno siguen, sin embargo, convencidos de que de los indultos Sánchez saldrá fortalecido. Hablan de valentía.
Lo más obvio sería pensar que si Sánchez corre tantos riesgos con los indultos es por seguir en el poder, garantizándose así el apoyo de ERC en el Congreso. Lleva indultos a ERC, con el oportunismo que otros cedían competencias a Pujol. Sin embargo, su entorno defiende una motivación mucho más ambiciosa. Épica, incluso. Sánchez, el audaz, el intrépido, el valiente, lo que realmente querría con los indultos es trascender. Contradecir el dictamen del Tribunal Supremo no sería solo una cesión más para mantenerse en el poder, sino un paso imprescindible más en la estrategia para construir su gran legado. Se la juega excarcelando a los presos independentistas porque ve en ello el gran punto de inflexión que transformará la política catalana. Y una vez que consiga consolidar la vía del diálogo, calculan en Moncloa, en año y medio el electorado socialista le perdonará los indultos porque el votante de izquierdas habrá entendido que con ellos respondía a un bien mayor. Aleluya.
Teniendo en cuenta que este es el razonamiento, en las críticas a los indultos del 'procés' tal vez se esté subestimando uno de los factores clave que los impulsan: la ingenuidad. Cuando a los intrépidos les sale bien la jugada, presumen de valentía. Cuando les sale mal, queda inevitablemente a la vista lo ingenuos que fueron sus cálculos al creerse más listos que el resto.
El riesgo de la ingenuidad no es ajeno a este Gobierno. Está muy presente en la crisis actual con Marruecos, por ejemplo. Es a la ingenuidad a lo que precisamente se atribuye que la ministra González Laya aceptara que se hospitalizara en España, a escondidas, al líder del frente Polisario, Brahim Ghali. Tal vez se creyó audaz, pero dar por hecho que Marruecos no se iba a enterar fue una estupidez, que siempre es una palabra mucho más fea que ingenuidad. También lo fue pensar que en Logroño pasaría inadvertido, así como subestimar las consecuencias que tendría para las relaciones de España con Marruecos.
¿No hay ingenuidad también en pensar que se fomenta la concordia dando los indultos a los presos del 'procés', con la opinión pública en contra, sin ni siquiera pedirles que renuncien a la vía unilateral para perseguir la independencia? También hay mucha ambición, claro. En el mejor de los casos, la de querer arreglar uno de los mayores problemas que tiene España. En el peor, simple ambición por mantenerse en el poder. Lo que el presidente del Gobierno está pidiendo a los españoles es un acto de fe, y mientras no esté claro qué es lo que está pidiendo a cambio a los independentistas, lo que no se puede descartar es que además de ambicioso, esté siendo un ingenuo.
Cuesta creer que se arriesgue tanto solo por garantizarse el apoyo a un Gobierno que ya tiene aprobados los Presupuestos. Y si realmente espera que con los indultos merme el independentismo, olvida que los independentistas los pueden utilizar exactamente para lo contrario. Cuando la estrategia de ERC deje de converger con los intereses del PSOE, no parece descabellado que ERC deje de seguirle el juego a Sánchez y vuelva a desafiar a las instituciones para conseguir su gran sueño secesionista. No tienen por qué lograrlo, claro. Por mucho indulto que haya, podrían acabar de nuevo en la cárcel si reinciden. Tampoco hace falta que lleguen tan lejos para que en vez de pasar a la historia como el audaz estadista que solucionó el conflicto catalán, Sánchez acabe como el pardillo al que Junqueras engañó para que lo sacara de la cárcel. Y el líder de ERC siempre ha tenido muy claro cómo quiere trascender.
A Pedro Sánchez le gusta que lo consideren intrépido. Es en momentos en que se requiere audacia, como la moción de censura que hace tres años lo convirtió en presidente, en los que más cómodo se siente. Sin embargo, correr muchos más riesgos de los que verían sensato correr quienes, a diferencia de Iván Redondo, se han criado políticamente en la cultura institucional, tiene un doble filo peligroso. La audacia puede ser muy útil para ganar elecciones y controlar la agenda mediática, que es el punto fuerte de este Gabinete, pero flaquea en la capacidad de medir bien las consecuencias no deseadas. Y moverse al filo del precipicio no siempre sale bien.
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