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Putin y Xi Jinping brindaron en la sala de Gorbachov y Reagan (y no fue por Ucrania)
La ceremoniosa visita de Xi Jinping a Moscú no se organizó con motivo de la guerra de Ucrania, sino a pesar de la guerra de Ucrania. Los planes de Pekín no empiezan ni acaban aquí
La despedida de Xi Jinping y Vladímir Putin tuvo lugar la noche del martes frente a las cámaras. El instante se preparó con detalle para que diese la vuelta al mundo. El presidente chino pronunció una frase que ha repetido incansablemente en sus discursos desde hace años y que, en diferentes versiones, ha logrado infiltrarse en análisis y discursos. Dijo: “Estamos viviendo cambios que el mundo no ha visto en los últimos 100 años. Y nosotros somos quienes dirigimos conjuntamente estos cambios”. Fue el colofón a la escenificación de grandes gestos, espaciados durante toda la visita: un recibimiento imperial atravesando enormes salones, portones dorados… Incluso la estancia utilizada para grabar el brindis estaba escogida con cuidado: fue la misma en la que entrechocaron las copas Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov el día que anunciaron el inicio de una nueva etapa. Desde 2012, Xi y Putin se han reunido un total de 40 veces, se han intercambiado regalos por sus respectivos cumpleaños (helados, té, champán...) y se han jurado amistad. Pero en ninguna de sus citas previas habían conseguido tanta atención planetaria como ahora. Por motivos evidentes.
"Right now there are changes, the likes of which we haven't seen for 100 years," Mr. Xi told Mr. Putin through an interpreter after the state dinner as the leaders bid farewell. "And we are the ones driving these changes together." pic.twitter.com/0Q9cGfWLKl
— Valerie Hopkins (@VALERIEinNYT) March 21, 2023
Lo que hace noticiable una visita no es necesariamente el motivo principal de la visita. El plan de paz para Ucrania presentado por China, expuesto casi al mismo tiempo que la exitosa mediación entre Irán y Arabia Saudí, es solo un pretexto para encuadrar el mensaje central del recién estrenado tercer mandato del Emperador Xi. Un mensaje para Estados Unidos, pero también para la Unión Europea y para el llamado Sur Global. En resumidas cuentas, una ceremonia diseñada para que se consuma en todo el planeta. En lo sustantivo, se asume que la propuesta china no es aceptable para nadie, ni va a servir para frenar los combates. Al menos por ahora, Pekín no va a modificar su actitud de “neutralidad favorable a Rusia”, como la definió al principio de la guerra un diplomático chino. Tampoco parece que haya planes por ahora para enviar armas letales al frente, ni para desplegar capacidades satelitales o tecnológicas de defensa relevantes. Se pueden hacer otras lecturas al respecto, por ejemplo, el creciente vasallaje ruso ante la potencia dominante en la relación, pero tampoco se han producido en esta visita cambios importantes respecto a lo que ha venido ocurriendo en los últimos meses.
En el Diario del Pueblo, se dedicaron ayer páginas y páginas a desgranar asuntos menos interpretables: los acuerdos alcanzados. Compromisos concretos en lo relativo a la agenda estratégica de China (que aprovecha la necesidad acuciante de su vecino) y vaguedades respecto al desarrollo de la guerra. Se subrayaron varias áreas de cooperación: comercio, logística, finanzas, energía, materias primas, fertilizantes, productos químicos, productos básicos de consumo, minerales, tecnología, industria y agricultura. Incluso asociaciones en terrenos como el de la producción audiovisual, la televisión y la radio o las agencias de noticias. Se firmaron memorándums para poner en marcha ferias y exhibiciones, para el uso de recursos forestales, para la producción de soja, para la construcción de carreteras, para la cooperación científica (programas atómicos incluidos) y para la cooperación de los conglomerados estatales. Se habló mucho, por ejemplo, del yuan, impulsando su utilización como moneda de cambio entre Rusia y sus socios comerciales en Asia, África y América Latina. Algo que, en realidad, ya lleva algún tiempo ocurriendo: según el Banco de Rusia, el uso de la moneda china creció del 0,4% al 14% en los nueve primeros meses de 2022. Y China acaparó el año pasado el 40% de las importaciones y el 30% de las exportaciones rusas.
Además de encajar en la llamada “visión histórica” de Xi Jinping (lo más grande que ha pasado en el último siglo está pasando ahora y lo estoy protagonizando yo), el cartón piedra del plan de paz -en el que ahora España está llamada a tomar parte con la visita a Pekín de Pedro Sánchez- sirve también para reforzar esa misma visión del mundo: China como potencia pacificadora frente a la locura agresiva de Estados Unidos. El posicionamiento recupera además la idea latente del “país acorralado” y responde a los movimientos, cada vez más audaces, de Estados Unidos en el Pacífico. Ofensivas ideológicas, económicas y tecnológicas (desglobalización, semiconductores, TikTok...), pero también diplomáticas y de seguridad. En los últimos meses, la Administración Biden ha alcanzado acuerdos con Australia para compartir submarinos nucleares, con Japón para sacar del largo letargo su capacidad militar (mientras Putin recibía a Xi en Moscú, Zelenski hacía lo propio con el primer ministro nipón, Fumio Kishida, en Kiev) y con Filipinas para facilitar el despliegue de nuevas capacidades a pocas millas náuticas de Taiwán. El vecindario acoge al socio americano cada vez con mayor efusividad por temor a la potencia emergente.
Son símbolos y movimientos propios de la Guerra Fría —para una realidad mucho más compleja e interdependiente que la de la Guerra Fría— que los diplomáticos chinos ya enuncian abiertamente en sus discursos. La otra guerra, la real, la de Putin, encaja en esta construcción, aunque no sea necesariamente una buena noticia para China.
La despedida de Xi Jinping y Vladímir Putin tuvo lugar la noche del martes frente a las cámaras. El instante se preparó con detalle para que diese la vuelta al mundo. El presidente chino pronunció una frase que ha repetido incansablemente en sus discursos desde hace años y que, en diferentes versiones, ha logrado infiltrarse en análisis y discursos. Dijo: “Estamos viviendo cambios que el mundo no ha visto en los últimos 100 años. Y nosotros somos quienes dirigimos conjuntamente estos cambios”. Fue el colofón a la escenificación de grandes gestos, espaciados durante toda la visita: un recibimiento imperial atravesando enormes salones, portones dorados… Incluso la estancia utilizada para grabar el brindis estaba escogida con cuidado: fue la misma en la que entrechocaron las copas Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov el día que anunciaron el inicio de una nueva etapa. Desde 2012, Xi y Putin se han reunido un total de 40 veces, se han intercambiado regalos por sus respectivos cumpleaños (helados, té, champán...) y se han jurado amistad. Pero en ninguna de sus citas previas habían conseguido tanta atención planetaria como ahora. Por motivos evidentes.
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