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Contra el negacionismo económico

La economía es una ciencia, y por eso se han desmontado muchos mitos, malas políticas y teorías. Pero el debate público y los partidos políticos parecen impermeables a ese progreso

Foto: Desde hace más de tres décadas, la economía es una ciencia más. (Pixabay)
Desde hace más de tres décadas, la economía es una ciencia más. (Pixabay)
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Mucha gente piensa que las disciplinas científicas se definen por el objeto de estudio que tratan. Si estudias microorganismos, galaxias o el cuerpo humano, haces ciencia. Si estudias cosas relacionadas con el devenir de los humanos y sus sociedades, haces otra cosa.

Se equivocan. Lo que importa para que una ciencia sea ciencia no es el objeto al que dedica su estudio, sino el método que emplea para validar sus resultados. En este sentido, a pesar de las mayores dificultades que implica estudiar fenómenos humanos e interacciones sociales, la economía es desde hace más de tres décadas una ciencia como las demás.

Foto: Congreso de los Diputados. (EFE/Fernando Villar) Opinión
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Gracias a una profunda revolución metodológica y a la creciente disponibilidad de datos la economía se ha convertido en una ciencia experimental. Como los médicos, o los químicos, los economistas estudiamos relaciones de causa y efecto, utilizando (siempre que es posible) grupos de control y tratamiento.

Estos avances han permitido entender mejor multitud de áreas…y también desmontar infinidad de mitos, malas políticas y grandes teorías. Sin embargo, por desgracia, el debate público y, en particular, los partidos políticos parecen impermeables a ese progreso.

Mientras en otros ámbitos del conocimiento resulta impensable tener a negacionistas del cambio climático o a terraplanistas en prime time en la televisión o al mando del diseño de las políticas, por alguna razón hay mucha tolerancia con el negacionismo en economía.

El debate público y, en particular, los partidos políticos parecen impermeables a ese progreso

Los economistas académicos franceses Pierre Chuc y André Zylberberg, profesores en La Sorbona y SciencPo, en Francia, publicaron hace un tiempo un libro en el diseccionaban las características de la retórica negacionista.

La primera está asociada al “ethos”, la condición o identidad del que habla. Los negacionistas suelen autoproclamarse como los verdaderos amigos del pueblo, de la nación o del bien común. Y, por tanto, parten de una posición moralmente superior.

Foto: Foto: EFE/Cabalar. Opinión
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En frente, se encuentran “los malos”, es decir, todos los que discrepan de las ideas enlatadas de los ideólogos negacionistas. A “los malos” siempre se les presupone alguna agenda o interés oculto y se les señala sin tapujos cuando discrepan.

Son “neoliberales”, “amigos de los poderosos”, “peligrosos globalistas” o “social-comunistas" a los que automáticamente se desautoriza por su supuesta condición moral, en vez de por sus argumentos.

Los negacionistas pueden tener muchas formas. Una modalidad típica es la del intelectual “militante”, “comprometido” o “disidente”, supuestamente desinteresado, de izquierdas o de derechas, a menudo telegénico “profesor” de economía “heterodoxa” – si es de izquierdas - o “liberal” – si es de derechas - en alguna mala universidad.

Foto: Larry Summers, en un acto del Fondo Monetario Internacional. (Jonathan Ernst/Reuters)

Estos “profesores” jamás han estado expuestos a un proceso académico exigente, tienen ideas 100% preconcebidas y predecibles sobre el mundo y son, por tanto, totalmente impermeables a nuevas evidencias.

El negacionista económico siempre utiliza un chivo expiatorio. Para unos, “las garras del estado” siempre tienen la culpa de todos los problemas. Para otros siempre son los “mercados financieros”, los “bancos” o las “empresas explotadoras”.

Ningún economista que trabaje con métodos científicos tiene el más mínimo interés en esa batalla ideológica estéril. Todos sabemos que estado y mercado son complementarios, no sustitutivos. Pero eso da igual. Es mucho más rentable para los medios tener a un activista de parte que sea medio elocuente, que escuchar a un economista serio, que por definición será más matizado (y aburrido).

Hay diferentes gradaciones de negacionistas. En el extremo están los terraplanistas económicos que quieren salir de Europa

Hay diferentes gradaciones de negacionistas. En el extremo están los terraplanistas económicos que quieren salir de Europa, volver al patrón oro o acabar con el capitalismo. Pero luego tienes a devotos más suaves e inocentes, partidarios de la homeopatía económica o simplemente a personas que realmente no entienden lo que hacemos los economistas.

Las tesis negacionistas están muy arraigadas en ambos lados del tablero político. En la derecha tenemos, por ejemplo, a los Lafferistas – en honor al asesor económico de Reagan - que defienden que bajando impuestos se recauda más, algo que los dos episodios de Reagan y Bush Jr. en EEUU ya demostraron que era falso. El último país en testear las mieles de Laffer fue el gobierno de Lizz Truss, y fueron los propios mercados financieros los que terminaron disciplinando su negacionismo.

Entre los episodios patrios recientes más flagrantes de negacionismo económico está la propuesta de Feijoo de retomar la antigua deducción fiscal por adquisición de vivienda habitual. La totalidad de investigadores y organismos internacionales que estudiaron la última crisis financiera en España, saben que esa deducción fue causa directa del mayor boom del ladrillo en décadas en Europa. Además, la deducción supone un coste muy grande para las arcas públicas y termina beneficiando a las personas equivocadas - al contar con que el comprador va a recibir la ayuda, los propios promotores tienden a subir los precios de partida.

Foto: La ex primera ministra británica Liz Truss. (EFE/EPA/Tolga Akmen) Opinión

En la izquierda un clásico del negacionismo son los controles de precios del alquiler. Hay pocos ámbitos donde haya un mayor consenso en economía y más amplia evidencia experimental de algo que no funciona. Hay infinidad de estudios que demuestran (en Berlín, Estocolmo, Nueva York) que los controles de precios redundan en una reducción de la oferta inmobiliaria y el aumento de la economía informal. No dejen de leer el último estudio de Montalvo y Monrás (quizás el más riguroso y científico de los que se han publicado hasta la fecha) sobre los efectos del control de precios en Cataluña.

El capítulo más reciente de oscurantismo económico en la izquierda se refiere a la evaluación del impacto de la subida del 22% del SMI. El Banco de España publicó hace algún tiempo una evaluación utilizando la metodología más rigurosa posible, con los datos disponibles. Como se hace habitualmente en estos estudios, para identificar la relación causal, se comparaba la incidencia del desempleo en la franja del SMI con la del contrafactual más cercano: el efecto en los trabajadores cuyos salarios se encontraban ligeramente por encima del SMI. Pues bien, el Banco encontraba que la subida del SMI había provocado que se destruyeran y “dejaran de crear” hasta 170.000 empleos.

Es importante prevenir al lector de que, aunque en España el nivel de paro estructural es muy alto (y eso según la teoría económica podría ser un reflejo de que los trabajadores están cobrando por encima de su productividad), no existen en economía evidencias concluyentes del efecto de la subida del salario mínimo en el empleo. En algunos lugares, como en EEUU, se ha encontrado que esas subidas no generan desempleo. En otros sí. Por esa razón, para tomar decisiones informadas (y más en un país con los problemas laborales que tiene España) es muy importante evaluar.

Foto: La portavoz del Gobierno, Isabel Rodríguez (d), y la ministra de Transportes, Raquel Sánchez (i), en rueda de prensa tras el Consejo de Ministros celebrado este martes. (EFE/Javier Lizón)

Al publicar ese estudio, opinadores variados, entre los que se encontraba la ministra de Empleo, Yolanda Díaz, no solamente anunciaron su discrepancia con los resultados obtenidos por los investigadores del Banco de España, sino que cuestionaron directamente las motivaciones de la institución: “Me preocupa que esta institución no hable con los datos... a veces desde instituciones se toma partido por opciones políticas”, concluyó la ministra.

Acto seguido, la ministra encargó una nueva evaluación al centro de investigación vasco ISEAK, dirigido por Sara de la Rica. Como era de esperar, el think tank, siguiendo una metodología similar a la del Banco de España, aunque incluyendo a los trabajadores a tiempo parcial, encontraba un efecto positivo en la reducción de la pobreza y un fuerte efecto negativo en la destrucción de empleo: la subida del SMI habría destruido 29.000 empleos (el estudio no analiza los empleos “dejados de crear” como consecuencia de la medida).

Foto: La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, encargada de conducir las negociaciones sobre el SMI. (EFE/Juan Carlos) Opinión
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Aparentemente, ese resultado tampoco debió de cuadrar bien con los planes de la ministra, así que encargó otros dos estudios a investigadores más “heterodoxos”, afines en ideología (y menos doctos en metodologías). Entretanto, y a pesar de las peticiones de la sociedad civil y de las exigencias reiteradas del Portal de Transparencia, la ministra se negó a publicar los resultados del primer estudio. Esos dos nuevos estudios sí parece que encontraron los resultados deseados (uno de ellos era un informe de 7 páginas). Los titulares de medios afines ese día fueron: “Dos de tres informes muestran que el SMI no destruye empleo”.

Los negacionistas siempre prefieren que el mundo se adapte a sus teorías, en vez de tener que hacer ellos el esfuerzo de adaptarse a la realidad. Eso quizás les beneficia a ellos, pero nunca a los receptores de sus políticas.

Mucha gente piensa que las disciplinas científicas se definen por el objeto de estudio que tratan. Si estudias microorganismos, galaxias o el cuerpo humano, haces ciencia. Si estudias cosas relacionadas con el devenir de los humanos y sus sociedades, haces otra cosa.

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