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Sánchez en China: una dosis de realismo
A pesar de los esfuerzos comunicativos del Gobierno español por presentar el viaje de Pedro Sánchez a China como un hito diplomático, se trata de un acontecimiento un tanto rutinario
A la vuelta de las vacaciones de Semana Santa, el Teatro Real de Madrid estrenará una de las óperas más peculiares de las últimas décadas, Nixon en China. La obra cuenta la visita del presidente estadounidense a Pekín en 1972, uno de los viajes más importantes de la historia reciente. Tras él, China inició su interconexión económica con Occidente y, medio siglo más tarde, se ha convertido en la segunda mayor potencia global. “El mundo estaba escuchando”, dice un verso del primer acto.
A pesar de los esfuerzos comunicativos del Gobierno español por presentar el viaje de Pedro Sánchez a China como un hito diplomático, se trata de un acontecimiento un tanto rutinario y el mundo no está particularmente pendiente de él. Sí, es una de las primeras visitas de un mandatario europeo a China después de que el país haya reabierto tras la pandemia. Sí, España tiene un trato importante con China y algunos asuntos comerciales que revisar con ella. Y sí, el viaje se debe en parte a que España asumirá dentro de tres meses la presidencia rotatoria del Consejo de la Unión Europea. Pero, a pesar del entusiasmo del Gobierno, esta presidencia también es una cuestión casi rutinaria: con la salvedad de la agenda vinculada a América Latina, que España lidera en la UE, y en la que puede haber iniciativas novedosas, su papel, como el del resto de las presidencias rotatorias, será básicamente procedimental y sin grandes capacidades ejecutivas. Sin embargo, que se trate de asuntos más o menos rutinarios no implica que Sánchez en China sea irrelevante.
Comercio, UE y Ucrania
Por varias cuestiones. Para empezar, la estrictamente económica. España tiene un enorme déficit comercial con China. En 2022, importamos productos chinos por valor de casi 50.000 millones de euros (básicamente en forma de bienes de equipo, maquinaria y textiles) y exportamos por valor de poco más de 8.000 millones de euros (sobre todo, carne de cerdo y otros productos alimentarios). Es una relación muy desigual. Pero gracias a las buenas relaciones que en las últimas décadas han mantenido los dos países, Sánchez aspira a corregirla un tanto. Aunque ni de él, ni de ningún otro presidente, pueden esperarse milagros: tal vez algunos acuerdos en materia de turismo, el coche eléctrico o la cooperación tecnológica que no esté vinculada a la seguridad, como informaba hace unos días este periódico.
Todo esto queda, además, enmarcado dentro del papel de España en la Unión Europea, no solo durante su presidencia del Consejo, sino después de esta. La UE está intentando adoptar un papel autónomo en el conflicto cada vez más profundo y peligroso que mantienen Estados Unidos y China. Los países europeos están divididos en este respecto: algunos sueñan con una autonomía plena que les permita no someterse a ninguna de las dos partes, un objetivo deseable pero imposible. Otros querrían sellar con Estados Unidos una alianza similar a la de la Guerra Fría y caminar juntos en este nuevo enfrentamiento, que ven como otro choque entre la democracia liberal de Occidente y el autoritarismo oriental. Sin embargo, este plan está sometido por completo a la suerte electoral del Partido Republicano, que no quiere que Estados Unidos siga costeando la seguridad y la defensa de Europa. Y, finalmente, están quienes quieren un poco de cada: tener una alianza política y de seguridad con Estados Unidos y mantener vínculos comerciales con China. España tiene un papel secundario en estas discusiones, pero esta última opción es su preferida (también la de Alemania, por ejemplo) y la que probablemente se abrirá paso en la UE, aunque con enormes resistencias. Sánchez encarna personal e ideológicamente este difícil compromiso.
Lo que a su vez nos lleva a la guerra de Ucrania. China se ha declarado imparcial, pero está del lado de Vladímir Putin por dos clases de razones. Las primeras son ideológicas: cree de veras que Occidente es arrogante y que la invasión de Ucrania, aunque inoportuna, le está dando a probar su propia medicina. Las segundas son pragmáticas: está convirtiendo a Rusia en su vasallo económico. China está proveyendo a Rusia de toda la tecnología que esta ya no puede comprar en Occidente y haciéndose con cantidades enormes de petróleo ruso (este mes se batirá el récord histórico) con enormes descuentos. Este es el contexto en que debe entenderse el plan de paz que Xi ha elaborado y que le presentará a Sánchez. Es un plan imposible, porque equivale prácticamente a una rendición de Ucrania, sin aportarle ninguna garantía de seguridad futura. Ni la Unión Europea, ni la OTAN, ni el Gobierno de Washington quieren saber nada de él. Con todo, algunos países, entre ellos España, siguen pensando que solo China tiene la suficiente influencia sobre Putin para empujarle a desescalar el conflicto o congelarlo. Eso tampoco va a suceder. El presidente ruso se está preparando para una guerra larga, no contra Ucrania, sino contra Occidente en general. Sánchez probablemente insistirá a Xi para que asuma un papel de mediador lo más imparcial posible y Xi pedirá al presidente español que la UE no descarte de manera drástica su plan.
Poco margen de maniobra
Se trata de temas relevantes, pero en los que España, en tanto que potencia media, con una política exterior menos robusta de lo que debería, tiene poco margen de maniobra. Sánchez debería ser firme con respecto a Ucrania, intentar mantener los equilibrios de nuestro país y la UE entre Estados Unidos y China —lo cual es muchas veces incómodo moralmente, aunque quizá la única solución realista—, y sacar lo poco que pueda de las desiguales relaciones comerciales entre los dos países.
Al final de Nixon en China, el personaje del primer ministro con el que ha estado negociando Nixon, Zhou Enlai, se pregunta: “¿Cuánto de lo que hemos hecho ha sido bueno?”. La élite china actual cree que ese viaje de Nixon supuso el inicio de la recuperación del papel histórico que corresponde a su país. Pero a medida que el enfrentamiento entre Estados Unidos y China se recrudece y esta busca aliados tan indeseables como Rusia, la respuesta ya no estará tan clara para los estadounidenses, los europeos y los propios españoles. Seguramente no nos queda más remedio, y como a nosotros a Sánchez, que ser realistas. Y ello pasa también por no esperar demasiado de este viaje.
A la vuelta de las vacaciones de Semana Santa, el Teatro Real de Madrid estrenará una de las óperas más peculiares de las últimas décadas, Nixon en China. La obra cuenta la visita del presidente estadounidense a Pekín en 1972, uno de los viajes más importantes de la historia reciente. Tras él, China inició su interconexión económica con Occidente y, medio siglo más tarde, se ha convertido en la segunda mayor potencia global. “El mundo estaba escuchando”, dice un verso del primer acto.
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