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Desarrollo humano y dicotomía de las ideologías políticas
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Desarrollo humano y dicotomía de las ideologías políticas

No existirá un desarrollo centrado en las personas si la sociedad no practica permanentemente las opciones genuinas de libertad, igualdad y fraternidad

Foto: Vista del hemiciclo del Congreso de los Diputados. (Europa Press/E. Parra)
Vista del hemiciclo del Congreso de los Diputados. (Europa Press/E. Parra)

El siempre admirado Bertrand Russell sentenciaba con clarividencia: "Mientras no se enseñe a los seres humanos a abstenerse de emitir juicios en ausencia de evidencia, se dejarán confundir por petulantes profetas, y es probable que consideren como sus líderes a fanáticos ignorantes o a charlatanes deshonestos". Este hecho es en buena parte uno de los males que afectan a las clases políticas, en donde la intuición ha reemplazado la evidencia.

Se deben reconocer logros y deficiencias en nuestros sistemas democráticos. La historia es una fuente de conocimiento para que se intente no repetir las malas prácticas de la humanidad. Pero la cuestión no está en reconstruir el pasado, y aun el presente, sino en anticiparse al propio futuro. Es ir hacia el futuro sobre la base de lo que debe y puede ser y que no ha sido. La realidad objetiva del futuro consiste en engendrar nuevas ideas, técnicas, valores y actitudes que promuevan el desarrollo humano y la consiguiente sostenibilidad del planeta.

Casi siempre, las utopías han sido usurpadas por los extremos ideológicos. En el siglo XX y en el que transcurre, se siguen presentando los sistemas comunistas para beneficio de su cúpula dirigente, las utopías de la izquierda o de la derecha más reaccionaria, como fueron el fascismo o nazismo, como únicos propietarios de una meta deseable para el ser humano. Por un lado, el sentido traicionado del colectivismo, y por el otro, el sentido egocéntrico y racista de un grupo predominante, aunque minoritario. El concepto utópico de la democracia en el sentido de la Revolución francesa fue relegado a un segundo plano, y hoy en día, los paradigmas de libertad, igualdad y fraternidad son utilizados en el marco de una posición eminentemente económica y propagandística. ¿Pero no sería posible construir la utopía dentro de la democracia? ¿Es que acaso la democracia no es en sí misma una utopía? Se debería empezar por analizar los componentes democráticos en relación con el desarrollo humano.

La correlación entre libertad y desarrollo es una ecuación de regresión en donde ambos factores tienen una relación de causa y efecto. Pero este desarrollo al que nos referimos es de rostro humano, global, gestáltico, integral. Cuando nos expresamos solo en términos económicos, libertad y desarrollo no interactúan necesariamente en la misma forma. Es decir, el desarrollo económico no está siempre unido a la libertad. Países que han tenido totalitarismos han alcanzado índices de desarrollo económico altos. Casos como el de Taiwán en los años setenta y ochenta o el Chile de la dictadura son ejemplos de sociedades que tuvieron conculcadas muchas libertades fundamentales y que, sin embargo, hicieron crecer su economía. Por el contrario, algunos países de regímenes democráticos han visto cómo sus economías se desplomaban. Es así que no debe confundirse política económica con libertad, y democracia con desarrollo económico. De ahí que el primer informe del PNUD se acercó más a un planteamiento de índole global que nunca antes había sido tratado en esos términos. El desarrollo humano sí está emparejado con democracia, con esa dimensión utópica a que hacíamos mención. No existirá un desarrollo centrado en las personas si la sociedad no practica permanentemente las opciones genuinas de libertad, igualdad y fraternidad. Esto conlleva erradicar de las malas prácticas políticas de la democracia, cuatro aspectos fundamentales como son la corrupción en sus distintas formas, los nacionalismos y etnocentrismos, el narcisismo político y el aislamiento de la sociedad civil de las decisiones del Gobierno democrático.

Foto: Ben Ansell. (Cedida)

En un sentido todavía más amplio, la supresión de fronteras, el desarrollo interétnico y el respeto a las minorías son partes fundamentales para un progreso internacional e intranacional. Democracias que ocultan prácticas autoritarias o que encubren sistemas de cualquier tipo de discriminación constituyen formas más despiadadas del ejercicio del poder. Son los rostros amables con corazón de verdugo. Aún más, el proceso de aprender implica muchas veces el deshacerse de viejos hábitos y conductas indeseables. Los que ejercen la profesión estrictamente política deben liberarse del doble lenguaje y de los artilugios que enmascaran y desfiguran la verdad. Este hábito instalado en buena parte de la práctica política, especialmente cuando se aspira a obtener el apoyo popular, constituye un fraude y mina las bases del sistema democrático, el cual debe estar radicalmente identificado con comportamientos y valores de honestidad y transparencia.

Una de las peores prácticas políticas está en dividir la sociedad, en promover la confrontación entre unos y otros, en aparcar la ética para ejercer un poder absoluto y solo para una parte de la sociedad. Deberíamos aprender a convivir y aprender a compartir. La sociedad y las personas tienen un gran déficit de convivencia, en buena parte reforzado por los partidos políticos. Ese déficit es consecuencia de comportamientos egoístas, prepotentes, dominantes, territoriales, en donde abunda la envidia y faltan la compasión y la bondad. El éxito en los procesos de negociación radica, a mi modo de sentir, en que no haya ganadores ni vencidos y en que los resultados sean una gran experiencia de aprendizaje para todas las partes.

Foto: Un votante elige su papeleta para las elecciones generales. (EFE/Sergio Pérez) Opinión

Encima, a esta distorsión ideológica se le une una auténtica sequía de liderazgo político, democrático y social en el mundo. Los líderes políticos, si alcanzan la definición de líder, están más preocupados de ellos mismos, de su perpetuación en el poder, que de los pueblos a los que sirven o deberían servir. Ya lo refrendaba en el siglo pasado Winston Churchill, lo que, en este primer cuarto de siglo XXI donde impera el narcisismo social, se ve todavía aumentado: “El problema de nuestra época consiste en que los hombres no quieren ser útiles sino importantes”.

Por todo ello, plantearse la división política del futuro en términos de posiciones ideológicas de izquierda o de derecha es alternar en el vacío. Desde la derecha, desde la izquierda e inclusive desde la ambigüedad del centro, se pueden ejercer prácticas indeseables, en donde los diferentes extremos de los paradigmas se juntan o se funden.

La posición ideológica que confluye hacia la complejidad del desarrollo humano no puede simplificarse en expresiones tan vagas y carentes de contenido como son las mencionadas posiciones, sino que tienen que afirmarse en términos de los que están a favor de los derechos humanos y de los que los violan; de los que trabajan en aras de un destino común y de los que expanden su libertad a expensas de la parcelación de la libertad de los demás; de los que distribuyen igualdad y de los que acumulan privilegios sin responsabilidad social; de los que defienden la diversidad y de los que se esfuerzan por la homogeneización de la cultura; de los que respetan y tienen consideración hacia las opiniones ajenas y de los que practican la intolerancia; de los que aceptan la voluntad popular para administrar fielmente el poder que se les ha conferido y de los que, valiéndose de ella, lo usurpan para fines distintos o para su propio beneficio; de los que están en la política como servicio a las personas sin nada a cambio y de los que la usan para su provecho personal o del grupo al que pertenecen; de quienes tienen en la vida un sentido ético y de quienes no sienten obligaciones con el ser humano.

*Miguel Ángel Escotet. Catedrático emérito del Sistema de la Universidad de Texas.

El siempre admirado Bertrand Russell sentenciaba con clarividencia: "Mientras no se enseñe a los seres humanos a abstenerse de emitir juicios en ausencia de evidencia, se dejarán confundir por petulantes profetas, y es probable que consideren como sus líderes a fanáticos ignorantes o a charlatanes deshonestos". Este hecho es en buena parte uno de los males que afectan a las clases políticas, en donde la intuición ha reemplazado la evidencia.

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