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El fuego amigo en la fase terminal de un Gobierno
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Ignacio Varela

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El fuego amigo en la fase terminal de un Gobierno

Tendría su aquel que, en su tramo final, el sanchismo cayera víctima de artefactos diseñados para conducirlo al eterno triunfo

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Mariscal)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Mariscal)
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Es impresionante releer el artículo que publicó ayer Jordi Sevilla en este periódico, en forma de carta abierta al presidente del Gobierno. El título era “Presidente, algo no funciona”, pero su lectura suscita la pregunta inevitable de si queda algo que funcione. Sevilla, sanchista de la primera hora y alto ejecutivo de la empresa consultora favorita de la Moncloa, comprime en 1.800 palabras calibradas al milímetro una descripción demoledora de las políticas del Gobierno, de la vacuidad propagandística de su estilo y del sectarismo divisivo que anima su actuación.

Demasiada gente se está quedando atrás en España”. Así inicia su alegato el exministro que enseñó economía a Zapatero (y expresidente de Red Eléctrica), para enlazar inmediatamente con “la creciente desigualdad social” y “la perceptible pérdida de poder adquisitivo de los salarios”, y descargar el segundo mazazo: “Estamos construyendo una España a dos velocidades sociales”, puesto que, según él, “la brecha social sigue creciendo”.

Foto: Sánchez y sus ministros, en un acto en el Senado. (EFE/Mariscal) Opinión

Se mofa a continuación del audaz intento de “vender un cheque de 200 euros al año (poco más de 50 céntimos al día) como la gran ayuda del Gobierno a los más desfavorecidos”; lamenta que se haya renunciado a una verdadera reforma fiscal “para engancharse en la pelea mediática por un impuesto del 1% sobre beneficios extraordinarios de las grandes empresas”, lo que no ha impedido que “las rentas empresariales crezcan a mayor ritmo que las salariales” y que el Estatuto de los Trabajadores duerma el sueño de los justos en algún cajón.

Alaba, sí, la creación del ingreso mínimo vital. Lástima, añade, que “haya hecho agua a la hora de su aplicación”. Sale en defensa de los “empresarios, líderes en sus sectores, que se ven arrollados por la insensibilidad dogmática de los responsables político-administrativos”. Destaca en su diagnóstico que “se ha abusado de medidas generales que, en la práctica, han beneficiado más a los que más tienen”, y se mete sin vacilar en terrenos pantanosos al señalar que la subida lineal de las pensiones con el IPC “no solo agrava los problemas financieros de la Seguridad Social, sino que aumenta la brecha social entre jóvenes y mayores”.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/EPA/Olivier Hoslet) Opinión
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Su retrato del Consejo de Ministros no es menos cruel: “El actual Gobierno (en realidad, dos gobiernos enfrentados), donde el socio minoritario se regodea en un ombliguismo infantil y egocéntrico y el mayoritario se enroca en una autocomplacencia excesiva que levanta un muro de cristal con el sentir mayoritario de los ciudadanos”.

Solo discrepo de ese análisis en un matiz: el muro que hoy separa al Gobierno del “sentir mayoritario” es ya de un material mucho más sólido y pétreo que el cristal. Un muro que, lejos de romperse, se espesa con cada entrega de la hilarante serie de vídeos “El presidente habla con el pueblo”, en la que Sánchez interpreta a su caricatura y cuya calidad avergonzaría a un alumno primerizo de Comunicación Audiovisual. Me pregunto qué sucedería si cualquier mañana este presidente, en lugar de hacerse rodear de figurantes con carné, intentara darse un paseo a cuerpo gentil por la Gran Vía o por el barrio madrileño de Tetuán que lo vio nacer.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Juan Carlos Hidalgo) Opinión

Tan interesante como el contenido del artículo de Sevilla es el hecho de publicarlo precisamente ahora. Cualquiera que conozca sumariamente al firmante y a su entorno actual sabe que esas líneas jamás habrían visto la luz si, desde la colina donde otea el horizonte, se divisara una remota probabilidad de que Sánchez continúe en el poder durante los próximos cuatro años. Además de un diagnóstico, la pieza contiene un pronóstico —casi un veredicto—. Anuncia que el rey está desnudo y que anda ya muy cerca del punto en que ni siquiera sea capaz de inspirar miedo. A partir del 29 de mayo, los mismos que antaño le cantaron comenzarán a sacarle cantares.

Ciertamente, los últimos meses del Gobierno de Sánchez parecen una compilación de episodios de Pepe Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio. La de la ley del solo sí es sí fue monumental, hasta el punto de que muchos la equiparan con el chapapote del Prestige por su efecto destructivo sobre la reputación del Gobierno (falta poco para que atruene un "¡Nunca mais!" referido al Frankenstein).

Quizá no le falte razón a Feijóo al pronosticar que lo de la ley trans puede salir aún peor, si cabe. Está chupado organizar una vistosa escandalera en la puerta del Registro Civil en cuanto el engendro legislativo entre en vigor. En el país de la picaresca, la casuística de “efectos indeseados” de la abolición legal de los sexos resultará cotidianamente inquietante, a ratos grotesca y, en algunos casos, trágica. Es el resultado de confundir el BOE con una probeta ideológica, especialmente cuando mezclan materiales explosivos quienes ignoran los rudimentos de la química.

En la prensa de ayer supimos que, con dos años de retraso, salió del despacho presidencial la orden —impregnada de pánico electoral— de cortar un par de cabezas de caza mayor por el episodio estrambótico de los trenes que no cabían por los túneles, y entregarlas públicamente, recién decapitadas, a los presidentes de Asturias y de Cantabria. La broma pesada permitirá a cántabros y asturianos viajar gratis en cercanías durante una temporada, pagados por el resto de los españoles.

Foto: La vicepresidenta primera y ministra de Asuntos Económicos y Transformación Digital, Nadia Calviño. (EFE/Daniel González) Opinión
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Circula por Madrid una comisión del Parlamento Europeo, encabezada por una socialcristiana bávara descendente de Franz Josef Strauss, indagando sobre la más que dudosa gestión de los fondos europeos y formulando preguntas inconvenientes sobre el delito de malversación.

El ministro Escrivá las está pasando canutas para presentar en Bruselas un plan para las pensiones sin que se lo devuelvan a corrales por inviable y demagógico.

Foto: El ministro de Seguridad Social, José Luis Escrivá. (EFE/Mariscal)

Luis Planas (¿qué hace alguien como usted en un Gobierno como este?) tiene que soportar que, mientras se reúne con el Observatorio de la Cadena Alimentaria, dos colegas del Gobierno califiquen a sus interlocutores como “saqueadores y especuladores” que se forran con el hambre del pueblo. Defienden la política kirchnerista con la que Argentina está hoy en el 95% de inflación.

Los socios coaligados tienen un par de semanas para evitar el espectáculo de una votación que los confronte en el Congreso (con el PP salvando a Sánchez), seguida, al día siguiente, de dos manifestaciones recíprocamente hostiles, ambas encabezadas por distintos componentes del Gobierno. Sospecho que ese es precisamente el escenario que trata de provocar Iglesias, quien probablemente, como Sevilla y tantos otros, toma ya posiciones para el postsanchismo.

Tendría su aquel que, en su tramo final, el sanchismo cayera víctima de artefactos diseñados para conducirlo al eterno triunfo: la apropiación de la causa feminista (“no, bonita, no”), las políticas populistas de gasto manirroto, el maná de los fondos europeos y, sobre todo, el casamiento de por vida del PSOE con la extrema izquierda y el nacionalismo extremo. Víctima, finalmente, del fuego amigo.

Es impresionante releer el artículo que publicó ayer Jordi Sevilla en este periódico, en forma de carta abierta al presidente del Gobierno. El título era “Presidente, algo no funciona”, pero su lectura suscita la pregunta inevitable de si queda algo que funcione. Sevilla, sanchista de la primera hora y alto ejecutivo de la empresa consultora favorita de la Moncloa, comprime en 1.800 palabras calibradas al milímetro una descripción demoledora de las políticas del Gobierno, de la vacuidad propagandística de su estilo y del sectarismo divisivo que anima su actuación.

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