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Cómo funciona la pinza entre el sanchismo y Vox
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Ignacio Varela

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Cómo funciona la pinza entre el sanchismo y Vox

Entre la humareda, se ha hecho más visible que nunca la corriente continua de entendimiento entre el partido de Sánchez y Vox, aparentemente antagónicos, pero comanditarios en lo estratégico

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters/Juan Medina)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters/Juan Medina)
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Así como Joaquín Sabina se preguntaba: "¿Quién me ha robado el mes de abril?", los españoles podríamos preguntarnos quién y por qué nos ha robado una campaña electoral de elecciones generales como Dios manda. No me refiero a la parte circense de toda campaña, sino a su parte seria.

El problema principal no está en la premura de los plazos, no será la primera ni última vez que se anticipa por sorpresa una convocatoria electoral. Pero en esta ocasión la decisión se produjo unas horas después de otro proceso electoral múltiple, que está muy lejos de resolverse con el conteo de los votos y lleva consigo una prolongada y complejísima gestión política para la formación de los gobiernos. De hecho, hoy comienza la campaña oficial de las elecciones generales y aún están sin resolver varios gobiernos autonómicos y la mayoría de las diputaciones provinciales.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/EPA/Olivier Matthys) Opinión
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Por el camino, las fuerzas políticas —también los medios y gran parte de la opinión pública— han estado enredadas durante mes y medio en la maraña de los pactos y contrapactos regionales, presentados cada uno de ellos interesadamente como anticipos inequívocos de lo que sucederá tras el 23-J, pese a que está más que contrastado que, en la democracia española, la lógica de las alianzas partidarias en el ámbito territorial no tiene por qué coincidir con la que rige en el ámbito nacional.

El efecto de tanta algarabía y mezcolanza de procesos dispares es que, en la práctica, se ha hurtado a la sociedad la ocasión de realizar el imprescindible análisis crítico de lo sucedido durante la legislatura que concluye y un escrutinio detallado de los proyectos para la que está por venir. Encelados durante semanas en los embrollos de la Comunidad Valenciana, Murcia, Extremadura o Aragón, se nos echa encima la votación más trascendental del siglo XXI sin dedicar el tiempo necesario a reflexionar colectivamente sobre el periodo político más anómalo de nuestra historia democrática (y no por la pandemia y la guerra de Ucrania, sino por el impacto sobre los fundamentos del sistema de una fórmula de gobierno inédita y de un modelo de ejercicio del poder desconocido desde la transición y, en gran medida, impugnatorio de ella).

Han desaparecido dos fuerzas políticas (Ciudadanos y Podemos) que llegaron a tener casi 10 millones de votantes; el régimen de 2015 expiró antes que el del 78; se ha reconfigurado por completo el mapa político; los partidos sacan apresuradamente programas improvisados y mal cosidos por no tener que publicarlos después de la votación. Pero seguimos dando vueltas a lo que sucederá en Murcia o en Extremadura, como si de ello dependiera el futuro de España.

Foto: Votación en las pasadas elecciones municipales. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
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Entre la humareda, se ha hecho más visible que nunca la corriente continua de entendimiento entre el partido de Sánchez y Vox, aparentemente antagónicos en lo ideológico, pero, en la práctica, comanditarios en lo estratégico a lo largo de toda la legislatura.

Desde el 28-M, Sánchez y Abascal no han dejado de intercambiarse favores en perjuicio del adversario común, que es el PP de Feijóo. Vox se ha encargado eficazmente de retener a la dirección nacional del PP y a sus dirigentes territoriales empantanados en los pactos regionales, sin que alguien en Génova fuera capaz de tomar el control del proceso y restablecer las prioridades que el momento exige. El PP, que el 28-M salió propulsado hacia una victoria concluyente, ha despilfarrado un mes y medio de precampaña mientras Sánchez circulaba en solitario por los platós, obteniendo ventaja de la escasez: el PSOE no tenía nada que negociar en los territorios porque perdió en las urnas casi todo lo que tenía. El resultado es que hemos regresado a la situación demoscópica anterior al 28-M. El PP ha pagado su perplejidad tras la victoria en términos de lucro cesante, y ahora su candidato tendrá que jugarse la vida en la ruleta rusa de un debate de dos horas.

Como contrapartida, Sánchez ha desplazado el discurso de la alerta antifascista del partido de la extrema derecha a la prensa canallesca (reproduciendo un modelo ya practicado con éxito por un tal Donald Trump) y, a la vez, ha contribuido a que Vox, con perspectivas desfallecientes en el inicio de la carrera, ocupe el centro del escenario y se convierta durante varias semanas en el protagonista máximo de la conversación política. Desde el 28, en crónicas, tertulias y columnas, se ha hablado mucho más obsesivamente de Vox que de ningún otro partido.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters/Juan Medina) Opinión

Hoy por ti, mañana por mí. Esa es la regla del juego que rige implícitamente (no necesitan hablarse para entenderse) las relaciones entre la Moncloa y Vox. La cosa tiene su lógica, porque ambas partes reconocieron desde el principio hasta qué punto se necesitan mutuamente.

No es cierto que el objetivo de Vox sea acabar con el poder sanchista. Al contrario, la permanencia de Sánchez en la Moncloa con su cohorte de aliados extremistas es el escenario favorito de Abascal para el futuro inmediato. Es fácil imaginar que el fracaso electoral del PP meterá al PP en una crisis insondable, con una base electoral a la vez deprimida y encabronada como nunca y una batalla feroz por el liderazgo que Feijóo dejará vacante. A la vez, el estreno en la pantalla nacional de un rutilante Frankenstein II extremará la polarización hasta extremos aún no explorados. En esas condiciones, estará servida la ocasión para Vox de emular a Le Pen, llevarse por delante al partido tradicional de la derecha democrática y ocupar en exclusiva el papel de única alternativa válida frente a la hegemonía sanchista. Eso es mucho más goloso que arrancar tres o cuatro ministerios subalternos en el Gobierno de Feijóo —que no dejaría de ser un premio de consolación— si este finalmente logra los números para gobernar.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Julio Muñoz) Opinión
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En cuanto a Sánchez, nada puede favorecer más sus planes de perpetuarse en el poder para lo que resta de década y aún más allá que salvar este trance difícil amontonando aún más siglas radicales a su actual bloque de poder y, a continuación, contemplar tranquilamente cómo la derecha antiliberal se come por los pies al PP y se constituye en una alternativa tan sólida como indigerible para dos tercios del país. Y si Gobierna Feijóo, cuanta más gente de Vox se siente en el Consejo de Ministros, mejor para practicar una oposición de tierra quemada desde la izquierda.

Mélenchon contra Le Pen, esa será pronto la opción francesa y es también el sueño que comparten Sánchez y Abascal. Llegar a ese punto pasa por practicarle una pinza mortal a Feijóo y a su partido. Ambos están en ello, y saben que el 23 de julio es la fecha clave. Si en el debate del lunes Sánchez atropella a Feijóo, el primero que brindará por ello se llama Santiago Abascal.

Así como Joaquín Sabina se preguntaba: "¿Quién me ha robado el mes de abril?", los españoles podríamos preguntarnos quién y por qué nos ha robado una campaña electoral de elecciones generales como Dios manda. No me refiero a la parte circense de toda campaña, sino a su parte seria.

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