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La campaña trumpiana de Sánchez, agresor y víctima a la vez
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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La campaña trumpiana de Sánchez, agresor y víctima a la vez

Se ha diseñado para Sánchez una gira mediática exhaustiva destinada a sanear en lo posible la figura presidencial de sus rasgos más oscuros, usando a fondo la técnica trumpiana del agresor disfrazado de víctima

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters/Juan Medina)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters/Juan Medina)
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Teatro,

lo tuyo es puro teatro,

falsedad bien ensayada,

estudiado simulacro.

La Lupe

Cuando tienes fama, ganada a pulso, de ser un político narcisista y robótico, y representas una escena lacrimógena de lamentos mezclados con acusaciones, aduciendo que en realidad eres un buen chico, empático y bondadoso como el que más y señalando —sin atreverte a nombrarlos— a los auténticos malvados que urdieron una campaña ultrajante para pintarte como un ser monstruoso, puede que, en la primera escenificación, des el pego y provoques alguna simpatía.

La segunda vez que declamas el mismo guion, exactamente con las mismas palabras quejumbrosas, la misma gestualidad impostada y la misma lágrima cayendo por la mejilla en el momento señalado por el guionista, la cosa empieza a sonar a cuento escrito para la ocasión y memorizado por el actor. Tras cinco o seis actuaciones idénticas, habrás logrado que el público corrobore justamente lo que querías desmentir: que eres un marciano.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Eva Ercolanese/PSOE) Opinión
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Es lo que tiene abusar de recursos emocionales en el guion cuando tu intérprete no conoce otra emoción que el amor a sí mismo y la ira contra quienes lo contrarían. Hacer pasar a Jack el Destripador por Pipi Calzaslargas es un ejercicio sin duda ingenioso y efectista, pero no resiste más de un pase. Los últimos exordios radiofónicos y televisivos de Sánchez traen inevitablemente a la memoria el legendario “I’m not a crook” ('No soy un sinvergüenza') de Richard Nixon en 1973, cuando ya veía cerca el final.

En su incesante búsqueda de culpables para sus propias falencias, Sánchez ha recalado finalmente en la prensa canallesca. Un clásico del género, nada que no hayamos visto antes cientos de veces en políticos sentenciados por la opinión pública y acostumbrados a defenderse a dentelladas. Digo yo que, si realmente existiera un contubernio periodístico generalizado para desfigurar la imagen presidencial, Sánchez tuvo cinco años para señalar a los conspiradores, sin esperar a hacerlo justo antes de las elecciones.

Digo yo también que resulta paradójico el lamento inquisitorial en boca de quien, además del control despótico de las televisiones públicas y de un gasto frenético en propaganda oficialista disfrazada de publicidad institucional, ha logrado poner a su servicio al grupo de comunicación más poderoso del país, transformado en sumisa caja de resonancia de las consignas gubernamentales, y a voces y firmas antaño prestigiosas en palafreneros del poder. Más preciso con los hechos es constatar que nadie en democracia realizó desde el Gobierno una política de comunicación tan abusiva, sectaria y excluyente como la de Sánchez y su aparato de propaganda, hipertrofiado a la par que incompetente.

Foto: Pedro Sánchez en un acto en el Puerto de la Cruz. (EFE/Miguel Barreto) Opinión
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Hicieron mal los redactores de discursos de Sánchez en hacerle mencionar el trumpismo, porque es como mentar la soga en casa del ahorcado. Su campaña no es ideológicamente trumpista, pero sí plenamente trumpiana en su diseño funcional. Se trata de ejercer simultáneamente de agresor y de víctima, atacar sin piedad y denunciar las críticas como ofensa a la persona y conspiración contra la patria.

Por una vez, aunque demasiado tarde, los estrategas monclovitas han hecho un diagnóstico correcto de la situación. En la elección del 23 de julio se someten a juicio de la sociedad fundamentalmente dos cosas: una fórmula de gobierno radicalmente excéntrica (en el sentido más literal del término) y un modelo de ejercicio del poder político basado en la corrosión de la institucionalidad, el uso alternativo del derecho y el accidentalismo extremo en la relación con la verdad. Justamente esos dos componentes, fórmula de gobierno y modo de ejercer el poder, son los ingredientes principales de lo que se ha llamado adecuadamente sanchismo por su asociación íntima con el padre de la criatura.

Foto: Pedro Sánchez con Jordi Évole, que le entrevistará este fin de semana. Opinión
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Hay analistas en esta y en otras casas que se quejan de que no se hable de lo que llaman “problemas de fondo”. En eso discrepamos, porque a mí me parece que una coalición de Gobierno y una mayoría parlamentaria vocacionalmente cismáticas y un modo de ejercer el poder que corroe los fundamentos del sistema son problemas tan de fondo como el que más, y merecen que la sociedad se pronuncie sobre ellos en las urnas.

Votar sobre la prolongación o no del sanchismo en el poder es, aquí y ahora, la forma pertinente de tomar posición sobre el tipo de convivencia política que se desea para España. A mí eso me importa más que las cifras del PIB o la denominación (que no el tratamiento) que quiera darse al hecho objetivo de la violencia que sufren las mujeres por ser mujeres.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Juanjo Martín) Opinión

Tras identificar con acierto que el foco del problema está en el ocupante del trono y que, tras el vapuleo del 28-M, ese partido y ese candidato no están en condiciones de desarrollar una campaña convencional sobre el terreno, se ha diseñado para Sánchez una gira mediática exhaustiva destinada a sanear en lo posible la figura presidencial de sus rasgos más oscuros, usando a fondo la técnica trumpiana del agresor disfrazado de víctima. Por eso quizá se recurra, para pilotar la campaña, a personas vinculadas al mundo de la comunicación al más alto nivel.

A la vez, se va preparando preventivamente el ambiente para gestionar adecuadamente la previsible derrota en función de las expectativas, otro clásico de las estrategias electorales. Ya está sembrada la semilla que permitirá presentar 130 diputados del PP (41 más que en 2019) como un fracaso de Feijóo y 100 del PSOE (20 menos que entonces) como un triunfo de Sánchez. Para quien fue capaz en 2016 de obtener 84 escaños y proclamar desde el balcón de Ferraz que “hemos hecho historia”, ese será un juego de niños. Lo malo es que tanto la canallesca como la genovesca están a punto de morder también ese anzuelo.

No conoceremos la eficacia de este penúltimo artefacto sanchista hasta después del 23 de julio, pero, al menos, ahí se ve un diagnóstico y un plan en marcha. También habrá que valorar en su momento la campaña del Partido Popular, pero para eso hay que esperar a que empiece. Porque estamos a 30 días de la votación y, enredados en pactos y contrapactos regionales, los de Feijóo tienen su campaña nacional sin estrenar.

Teatro,

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