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Lo que Feijóo necesita para gobernar sin Vox
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Ignacio Varela

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Lo que Feijóo necesita para gobernar sin Vox

He aquí de nuevo el endiablado juego de las expectativas, que transforma a los ganadores objetivos en perdedores subjetivos y viceversa, sin necesidad de que cambien los números

Foto: El candidato del PP, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Lavandeira jr)
El candidato del PP, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Lavandeira jr)
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Admito de entrada que el titular de este artículo puede resultar equívoco. La cuestión es qué se entiende por "gobernar sin Vox". O lo contrario, qué se entiende por "gobernar con Vox". Conviene precisarlo, ya que es el asunto que más tiempo ocupa en la conversación política nacional desde el instante en que el presidente del Gobierno, pocas horas después de recibir una soberana paliza electoral dedicada personalmente a él por los votantes, anunció la convocatoria de las elecciones generales para la insólita fecha del 23 de julio. Como es tan frecuente en España, fingimos hablar de la misma cosa, pero, en realidad, hablamos de cosas diferentes.

Para el oficialismo, "gobernar con Vox" es cualquier fórmula que incluya una participación directa o indirecta de los diputados de ese partido en la investidura de Alberto Núñez Feijóo. Según la siempre asimétrica lógica de Sánchez, cualquier mínimo movimiento de Abascal para facilitar la investidura de Feijóo, incluso si no fuera solicitado, entraría de lleno en el concepto "gobernar con Vox". Nadie le ha preguntado hasta ahora al actual presidente y presentido líder de la oposición si consideraría legítimo ese Gobierno de "la extrema derecha con la derecha extrema" —por expresarlo en su jerga—.

Foto: Núñez Feijóo y Pedro Sánchez, durante uno de sus últimos cara a cara en el Senado. (Reuters/Susana Vera) Opinión

En sentido opuesto, para los de Génova, "gobernar sin Vox" abarca todo aquello que no implique que Abascal designe ministros en el próximo Gobierno. En eso se limitan a dar por buena y aplicar la lógica de Sánchez: si no hay ministros de Vox, eso no será gobernar con Vox, de la misma forma que el presidente reclama que él no ha gobernado con Bildu ni con ERC porque nadie de esos partidos se sienta en el Consejo de Ministros (lo que no les ha impedido influir más en la política del Gobierno que la mayoría de quienes sí forman parte de él y suelen enterarse de sus decisiones por la prensa).

He aquí de nuevo el endiablado juego de las expectativas, que transforma a los ganadores objetivos en perdedores subjetivos y viceversa, sin necesidad de que cambien los números. Obrar de nuevo ese prodigio —que, en este caso, consistiría en convertir en triunfo la derrota de Sánchez y en fracaso la victoria de Feijóo— es, desde la madrugada del 29 de mayo, el designio de los brujos visitadores que inspiran la estrategia monclovita. A la vista del rumbo de la campaña, no les está saliendo mal el plan: a estas alturas, ya no se trata de que Pedro gane, sino de que pierda con gloria mientras Feijóo gana con vilipendio.

Foto: El candidato de VOX a las elecciones generales del 23-J, Santiago Abascal, posa para El Confidencial. (D. G.)
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Aparentemente, las cifras que muestra el consenso demoscópico de las encuestas honradas —que son todas menos una— son claramente satisfactorias para el PP. Todas ellas lo sitúan en primera posición y nadie augura un posible sorpaso. El PP mantiene una rocosa fidelidad de sus propios votantes de 2019, más alta que ninguno de sus rivales. Se mantiene holgadamente por encima del 30%. Apenas pierde votos hacia otros partidos y recibe copiosas transferencias de todas partes: según la estimación de IMOP Insights, ganaría en términos netos 840.000 votos procedentes de Ciudadanos, 750.000 del PSOE y 450.000 de Vox. Obtuvo cinco millones de votos hace cuatro años y ahora se aproxima a los ocho millones. Es probable que sea el partido más votado en 40 provincias. El 62% de la población pronostica que ganará las elecciones y el 57%, que Feijóo será el próximo presidente. Después de varios intentos de suicidio, está en condiciones de restablecer como mínimo las cifras de Mariano Rajoy en junio de 2016. Es altamente probable que, tras la constitución de las Cámaras en pleno agosto, el Rey proponga a Feijóo como candidato a presidente. En resumen, el PP no se ha visto en otra igual en los últimos siete años.

Sin embargo, todo ello no es suficiente para gobernar sin Vox. No en el marrullero sentido sanchista de la expresión, sino en los términos que el propio Feijóo ha establecido públicamente: "Si tengo que pedir a Vox el sí, lo lógico es que forme parte de mi Gobierno. Si no le tengo que pedir el sí, lo lógico es que no forme parte" (entrevista en El Mundo, 2 de julio). La cuenta es sencilla de hacer: la suma de los diputados que, con toda certeza, votarán no a la investidura de Feijóo (PSOE, Sumar, ERC, JxCAT, CUP, PNV, Bildu, BNG) se aproximará a los 170. Si el requisito para no meter a Vox en el Gobierno es que no sea necesario pedirle el sí, Abascal puede ir preparando nombres de futuros ministros, porque la probabilidad de que el PP supere por sí solo —o con la ayuda testimonial de tres o cuatro regionalistas— al pelotón del no pertenece progresivamente al mundo de la utopía.

"El 62% de la población pronostica que ganará las elecciones y el 57%, que Feijóo será el próximo presidente"

Existe una cierta contradicción entre señalar como objetivo político una "mayoría suficiente" para no tener que meter a Vox en el Gobierno y, a continuación, definir esa "mayoría suficiente" en términos que la hacen prácticamente inalcanzable. Yo soy menos exigente con el PP que el propio Feijóo: creo que el PP tuvo a su alcance, tras la sacudida del 28-M, una victoria suficientemente contundente en términos políticos para garantizar un Gobierno autónomo.

Pero a medida que pasan los días, incluso esa perspectiva se aleja, porque, como le gusta decir a un gran amigo argentino evocando una anécdota futbolística, resulta que "los rusos también juegan", y además, como sucede en este caso, juegan sistemáticamente al borde del reglamento, si no traspasándolo siempre que pueden. El equívoco de mi titular es el siguiente: llegados a este punto, es claro que Feijóo gobernará con la ayuda de Vox o no gobernará; otra cosa es la modalidad que finalmente adquiera esa ayuda. Exactamente igual que Sánchez: solo podría gobernar si se produjera un milagro de última hora y, en todo caso, reproduciendo un Frankenstein II aún más deforme y monstruoso que el primero.

Si realmente se trata de alcanzar un Gobierno monocolor, al PP no le bastan los datos de las encuestas actuales. Necesitaría al menos un 35% del voto a nivel nacional, una ventaja sobre el PSOE no inferior a ocho puntos y una victoria arrolladora en los tres territorios clave para la lucha por los escaños, que son Andalucía y las dos Castillas.

Foto: El presidente Sánchez, en la presentación del programa socialista para el 23-J. (EFE/Mariscal)

Si Nate Silver viniera a España y ensayara uno de sus ejercicios probabilísticos, con los datos de esta y otras muchas encuestas, reduciría el universo de probabilidades realmente existentes a dos: un Gobierno de coalición PP-Vox o el bloqueo y la repetición de las elecciones —que, sospecho, es lo que buscan desde el principio Sánchez y sus brujos visitadores—.

S vas a disputar una final olímpica y proclamas que la medalla de oro no te satisface y que tu objetivo es, además, batir el récord del mundo, hay que actuar en consecuencia y no esperar a que te traigan el récord a casa. A pocos días de las elecciones y con el debate de esta noche como único hito relevante en el calendario, Feijóo sigue teniendo al alcance de la mano la medalla de oro, pero lo del récord mundial está cada vez más pescuecero; desde luego, mucho más que en la noche del 28 de mayo, cuando cualquier hazaña parecía posible.

Más vale ir ajustando a ello las expectativas de los populares si no quieren salir al balcón de Génova a celebrar la victoria con cara de funeral, como le pasó a Aznar en el 96.

Admito de entrada que el titular de este artículo puede resultar equívoco. La cuestión es qué se entiende por "gobernar sin Vox". O lo contrario, qué se entiende por "gobernar con Vox". Conviene precisarlo, ya que es el asunto que más tiempo ocupa en la conversación política nacional desde el instante en que el presidente del Gobierno, pocas horas después de recibir una soberana paliza electoral dedicada personalmente a él por los votantes, anunció la convocatoria de las elecciones generales para la insólita fecha del 23 de julio. Como es tan frecuente en España, fingimos hablar de la misma cosa, pero, en realidad, hablamos de cosas diferentes.

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