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Para qué sirven y para qué no sirven las elecciones europeas
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Para qué sirven y para qué no sirven las elecciones europeas

Lo que se decide en las instituciones europeas afecta a nuestras vidas en mayor medida que todo lo que sale de las de aquí

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Mariscal)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Mariscal)
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Se han realizado cuatro elecciones europeas en el siglo XXI, esta será la quinta. Tres de ellas (2004, 2009 y 2014) se celebraron en solitario, sin coincidir con ninguna otra votación. La participación en esos tres casos fue la siguiente: 45,1%, 44,9% y 43,8%. Una línea descendente que sugiere que, cuando la europea es la única elección que nos convoca, casi seis de cada diez adultos con derecho de voto se desentienden del evento. Es muy verosímil que eso suceda también en esta ocasión.

La participación subió al 60,7% en 2019 por un único motivo: las elecciones europeas coincidieron con las municipales en toda España y con las autonómicas en 13 comunidades. Además, en la mayoría de los territorios el resultado en la urna europea reprodujo el de la municipal y/o la autonómica. Cuando hay una doble o triple convocatoria simultánea, la que se considera más importante arrastra a las otras, tanto en términos de participación como de elección de partido. Los viciosos de esto lo llamamos “axioma de la urna prevalente”.

Los partidos y los medios insisten en que es una ocasión excepcional y que la calentura de la campaña (más bien, la bronca cerril que la contamina) inducirá a votar a millones de personas que otras veces no lo hicieron. Parecido clima tremendista se fabricó en las ocasiones anteriores sin surtir efecto. Hoy como ayer, casi todos los motivos que se aducen para sobredimensionar el alcance de la elección carecen de relación con lo que en ella se decide, y las conexiones que se establecen son pura engañifa.

Los habitantes de los 27 países de la Unión elegiremos a 720 diputados que formarán el próximo Parlamento Europeo. En España nos corresponde elegir a 61 de esos eurodiputados, el 8,5% del total. Parece poco, pero no está nada mal: en porcentaje, la representación de España en el Parlamento Europeo se aproxima a la de la provincia de Barcelona en el Congreso de los Diputados. Solo tres países (Alemania, Francia e Italia) elegirán más eurodiputados que nosotros.

Foto: La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. (Europa Press/DPA/Markku Ulander) Opinión

Ahí empieza y termina el contenido práctico de la decisión que algo menos de la mitad del censo electoral tomará por todos nosotros este domingo. ¿Les parece poca cosa? A mí no. Hace mucho tiempo que el Parlamento Europeo dejó de ser un objeto ornamental en la arquitectura institucional de la Unión. Hoy es un órgano codecisorio que comparte el poder con el Consejo y la Comisión y del que no se puede prescindir para formular las políticas que guían a Europa.

No está de más recordar que el conjunto de las decisiones del Parlamento Europeo en un año cualquiera han tenido un impacto mucho mayor en nuestros derechos y obligaciones, nuestros intereses inmediatos y nuestra vida cotidiana que todo lo hecho en el Congreso y en el Senado durante el último quinquenio.

Foto: Un grupo de jubilados pasa la mañana en la plaza de Ròtova, junto al centro social en el que se instalan las dos mesas electorales. (V. R.)
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A estos efectos, da igual ser agricultor o industrial, empresario o asalariado, funcionario o autónomo, estudiante o profesor, activo o pasivo. Lo que se decide en las instituciones europeas afecta a nuestras vidas en mayor medida que todo lo que sale de las de aquí. Entre otras razones, porque el derecho comunitario prevalece sobre el nacional y cualquier directiva acordada en Bruselas (y las hay sobre todas las materias) se convierte automáticamente en ley interna española. Se llama transferencia de soberanía, y ella viene aliviando providencialmente las pulsiones calamitosas que se perpetran en nuestras cocinas políticas.

Es paradójico -con algo de siniestro- el juego de Doctor Jekyll y Mr. Hyde que practican los dos grandes partidos españoles según actúen en el Parlamento de Estrasburgo o en el de la Carrera de San Jerónimo. Allí, los diputados del PP y del PSOE llevan años colaborando activamente en la coalición de hecho que han formado conservadores y socialdemócratas, complementados con los liberales y, ocasionalmente, con los verdes.

Foto: Carteles electorales en Francia. (EFE/Sebastien Nogier)

Lo que aquí es navajeo sectario, allí es concertación en el espacio de la centralidad. Lo que aquí es desprecio sistemático del principio de legalidad, allí se transforma en buen sentido institucional. Lo que aquí se ha dado por imposible (el entendimiento entre la derecha y la izquierda democráticas frente a los extremismos populistas y/o nacionalistas), allí es el método de trabajo de cada día. Y son los mismos partidos, oiga.

Todo eso se votará este domingo, y a mí me parece más que suficiente para formar parte del cuarenta y tantos por ciento que acudirá al colegio electoral. Por mucho que se insista a gritos en ello, esto es lo que no se decidirá en esta votación:

El 9 de junio no se decide quién gobierna en España, cuánto durará esta legislatura o quién ganará o perderá las próximas elecciones generales. El lunes, Pedro Sánchez seguirá en la Moncloa y Feijóo en la calle Génova. El Gobierno seguirá en minoría en el Parlamento y la oposición también. Los nacionalistas seguirán siendo los amos del cotarro y decidiendo las votaciones. Sumar habrá dado un paso más en su avance hacia la desintegración, pero Yolanda Díaz permanecerá aferrada al Consejo de Ministros, ejerciendo de felpudo político de Sánchez tras enviar a medio país “¡a la mierda!” (que, en justa correspondencia, es donde la mayoría social la enviará a ella). El PP seguirá controlando el Senado y el grueso del poder territorial, y usándolos como fuerza de choque contra el Gobierno. Sánchez no se volverá más sensato ni Feijóo más eficiente. Eso sí, la corrosión constitucional y el choque violento entre las instituciones del Estado continuarán su aceleración destructiva.

En la noche electoral y en los días siguientes se formularán alambicadas comparaciones y proyecciones para que cada cual arrime el ascua del resultado a la sardina de su propaganda. Pero lo más probable es que el reparto de los votos no se aleje gran cosa del de las elecciones del año pasado. El PSOE flotará hundiendo a Sumar y, en conjunto, habrá más derecha que izquierda, como en toda Europa.

En cuanto a la duración de la legislatura, quienes disfruten de esa clase de quiromancia política deberían estar más atentos a lo que suceda el día 10 y siguientes en el Parlamento de Cataluña que al recuento de la noche del 9.

El 9 de junio tampoco se decidirá la suerte judicial de Begoña Gómez. Lo más subversivo de la segunda carta tuitera de Pedro Sánchez es la llamada a votar a su partido para aplastar la conspiración judeo-masónica con la que jueces, periodistas facciosos y fascistas en general pretenden empitonar a su esposa y “derrocar” a la mayoría progresista -que, al parecer, serían la misma cosa-.

Foto: El expresidente catalán Carles Puigdemont. (EFE/EPA/Olivier Matthys) Opinión
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Afortunadamente, en España por el momento los procedimientos judiciales no se dirimen en las elecciones políticas, ni viceversa. Jugar ese juego es venenoso en un Estado de derecho con separación de poderes. La situación procesal de Begoña Gómez será exactamente la misma, obtenga el PSOE el 10% o el 80% de los votos. Seguirá investigada por los mismos presuntos delitos, amparada por la presunción de inocencia y citada por el juez Peinado para el 5 de julio. Y ningún resultado electoral hará renacer la censura ni acallará las informaciones veraces que deban salir a la luz.

Es difícil discernir si Gómez instrumentaliza al presidente del Gobierno -y al Gobierno mismo- para proteger su causa personal, si Sánchez instrumentaliza a su esposa para “movilizar a los nuestros” (que, al parecer, es ya el único objetivo de los partidos políticos que antaño tuvieron vocación mayoritaria) o si la instrumentalización es recíproca y consentida. Pero las elecciones europeas no van de eso, por muchos cuentos que nos cuenten. Si alguien se dispone a votar al PSOE para defender al matrimonio monclovita o al PP para derrumbarlo, le están dando el timo del tocomocho.

Puesto que del Parlamento Europeo se trata, un dato final. Seis países firmaron en 1957 el Tratado de Roma del que procede la actual Unión Europea. En cuatro de ellos (Francia, Italia, Holanda y Bélgica) la extrema derecha nacionalpopulista ganará esta elección holgadamente. En Alemania, el partido neonazi quedará segundo tras el centro-derecha, superando a los tres partidos que forman la actual coalición de gobierno. De los fundadores del club, de momento solo Luxemburgo se libra de la plaga. Así que, a falta de mejor consuelo, sugiero acudir a la urna al grito de ¡Viva Luxemburgo!

Se han realizado cuatro elecciones europeas en el siglo XXI, esta será la quinta. Tres de ellas (2004, 2009 y 2014) se celebraron en solitario, sin coincidir con ninguna otra votación. La participación en esos tres casos fue la siguiente: 45,1%, 44,9% y 43,8%. Una línea descendente que sugiere que, cuando la europea es la única elección que nos convoca, casi seis de cada diez adultos con derecho de voto se desentienden del evento. Es muy verosímil que eso suceda también en esta ocasión.

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