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Las elecciones europeas y el ilusionismo demoscópico
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Las elecciones europeas y el ilusionismo demoscópico

Las elecciones europeas tendrán la importancia psicológica que quieran darle los partidos. En ese juego de las expectativas, Sánchez ha demostrado ser infinitamente más hábil que sus rivales, y esta vez puede repetir el truco

Foto: El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, durante la campaña electoral para las elecciones europeas. (Europa Press/Juan Moreno)
El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, durante la campaña electoral para las elecciones europeas. (Europa Press/Juan Moreno)
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Es difícil menospreciar más de lo que aquí se está haciendo el auténtico calado de las elecciones europeas del 9 de junio. Si las conectamos con las británicas del 4 de julio y las presidenciales de noviembre en Estados Unidos, en pocos meses todas las potencias occidentales habrán redefinido su gobernanza, con efectos potencialmente trascendentales en un momento explosivo (las dos grandes potencias de Oriente no han de preocuparse por sus elecciones).

Y es igualmente difícil exagerar en mayor medida los efectos del resultado del 9-J en el ámbito doméstico. Desde 1986, jamás unas elecciones europeas alteraron en algo sustancial la situación política interna. Únicamente cabe recordar que, en 2014, Alfredo Pérez Rubalcaba dimitió tras perder por tres puntos (lo que estaba deseando hacer con cualquier pretexto). La misma diferencia en contra que, para algunos, hoy sería un éxito fabuloso de Sánchez.

En España se han realizado ocho elecciones europeas desde que ingresamos en la Unión, esta será la novena. En cuatro ocasiones se hizo coincidir la votación para el Parlamento Europeo con algún otro proceso electoral interno, generalmente con municipales y/o autonómicas. En esos casos, la participación fue siempre caramente superior al 60%. La urna local arrastró a la europea.

Cuando las elecciones europeas se celebran en solitario, la participación se desploma. Esto ha sucedido tres veces consecutivas en el siglo XXI: 2004 (45% de participación), 2009 (44%) y 2014 (44%). Sin embargo, en 2019 coincidieron con las municipales y autonómicas y la participación rebasó de nuevo el 60%.

Foto: La vicepresidenta tercera del Gobierno, Teresa Ribera, encabezará la lista europea del PSOE. (Europa Press/María José López) Opinión

Si se mantiene la pauta -y no hay motivos para suponer lo contrario-, en estas elecciones europeas votarán aproximadamente cinco millones de personas menos que en las de 2019, y siete millones de electores que participaron en las generales de 2023 se quedarán en casa. No hablamos de cifras menores: con diferencias de ese calibre, lo cuantitativo se transforma en cualitativo. No es exagerado afirmar que la composición del cuerpo electoral de estas elecciones europeas (quienes efectivamente votarán) será sustancialmente distinto que el de hace cuatro años y aún más distinto que el de las generales. Pese a lo cual, no cesan de manejarse equivalencias y proyecciones de tendencias que pasan alegremente por encima de este hecho. ¿Qué conclusión de carácter general puede obtenerse de una votación en la que más de la mitad del censo se abstendrá por puro desinterés?

Hay más cosas. La circunscripción es única, lo que significa que, a diferencia de lo que ocurre en unas generales, el voto de un ciudadano de Madrid o Barcelona valdrá lo mismo que el de uno de Soria o de Teruel. El sistema electoral no otorga ninguna clase de prima. Eligiéndose 61 eurodiputados, el sistema D'Hondt funciona como un proporcional puro. Y puesto que se mantiene la ausencia de un umbral mínimo para obtener escaños (incumpliendo una directiva europea en vigor desde 2018 por un pacto entre el PSOE y el PNV, consentido por el PP), en esta ocasión podrían conseguir escaños, con porcentajes mínimos, algunas fuerzas políticas que en unas generales no tendrían ninguna probabilidad. Y al contrario: un Teruel Existe, por ejemplo, está fuera de la carrera en esta elección salvo que se suba al carro de alguna macrocoalición de siglas territoriales.

Foto: El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, interviene durante una manifestación del PP, en la Puerta de Alcalá. (Europa Press/Alberto Ortega) Opinión

Lo más importante: de esta votación no saldrá ningún Gobierno, y los electores lo saben. Es cierto que el Parlamento Europeo elegirá a quien presida de la próxima Comisión, pero ese puesto está adjudicado de antemano a la candidata de la fuerza mayoritaria, que será el Partido Popular Europeo. Además, es sabido que en la UE no manda la Comisión sino el Consejo, donde se reúnen los 27 primeros ministros o jefes de Estado. Votemos lo que votemos los españoles el 9-J, Pedro Sánchez seguirá sentándose en el Consejo Europeo mientras permanezca en la Moncloa.

No hay que hacer, pues, cálculos para ninguna investidura. El ganador lo será porque tenga más votos y escaños y el segundo será indefectiblemente segundo, sin que pueda proclamar ningún "¡somos más!" para camuflar su fracaso, amalgamando sus votos con los de otros. Pese a lo cual, florecen quienes están persuadidos de que una victoria del PP puede ser un fiasco de Feijóo y una derrota del PSOE una gran gloria para Sánchez, siempre que la derrota no sea aplastante. A Feijóo se le exige la goleada, a Sánchez le basta con perder por poco. Cosas del ilusionismo demoscópico.

Veamos. En las anteriores elecciones europeas, el PSOE ganó con 13 puntos de ventaja y 8 escaños más que el PP. ¿A través de qué extraño fenómeno de sugestión puede considerarse que pasar de una victoria semejante a una derrota en votos y en escaños es un gran éxito? Por buscar un precedente más próximo: hace un año, en las generales de 2023, el PP aventajó al PSOE por un mínimo porcentaje de 1,65%. Por algún motivo ignoto, la opinión publicada y algunos de sus consumidores compulsivos albergan ahora la convicción de que doblar esa distancia sería un fracaso… del PP.

Foto: La primera ministra italiana, Giorgia Meloni. (EFE/Massimo Percossi)

En 2019, la izquierda superó a la derecha: 48,6% frente a 45,9%. Les invito a que el 9-J sumen los votos de la columna de la derecha y la de la izquierda y comparen. Si hemos de hacer caso al promedio de las encuestas publicadas hasta ahora, en España las fuerzas de la derecha podrían superar a las de la izquierda por unos 10 puntos. Lo que, por otra parte, sucederá en toda Europa: de hecho, en varios países importantes (Francia, Italia) ganará las elecciones un partido de la extrema derecha, y en Alemania los conservadores de la CDU-CSU ganarán de lejos y los neonazis de Alternativa pisan los talones al SPD del primer ministro. Sigo sin ver los motivos de satisfacción para la izquierda biempensante: realmente, quien no se consuela es porque no quiere.

¿Podría ganar el PSOE estas elecciones? Sí, podría ser el primero (a eso llamo yo ganar en una votación como esta) si se dieran dos condiciones: a) que sus aliados -especialmente Sumar- se queden en los huesos, b) que el dispositivo electoral del PP, otrora poderoso y eficiente, realice una nueva exhibición de amateurismo. Ninguna de las dos cosas es descartable.

Las elecciones europeas tendrán la importancia psicológica que quieran darle los partidos. En ese juego de las expectativas (consistente en transformar las derrotas objetivas en victorias subjetivas y que los propios adversarios se lo crean), Sánchez ha demostrado ser infinitamente más hábil que sus rivales, y esta vez puede repetir el truco.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en un acto de campaña. (EFE/José Manuel Vidal) Opinión
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Con todo, el efecto durará poco más de una o dos semanas. Entraremos de lleno en el verano y seguirá sin resolverse la formación de Gobierno en Cataluña (ahí sí se juega el futuro de la legislatura española). El PSOE seguirá en minoría en el Congreso, incapaz de sacar adelante una ley y horrorizado ante la perspectiva de pedir ayuda al PP para las emergencias. La sindicación de intereses entre el PSOE y Vox funcionará a todo gas. Los nacionalistas, por mucho que sufran en las europeas, seguirán teniendo al Gobierno cogido por el cuello. El montaje de Yolanda Díaz se derretirá por días. Y el Partido Popular seguirá jugando obtusamente el juego del ensayo y el error, pendiente de la portada del día siguiente y con pocas ganas de presentar al país algo parecido a un proyecto consistente y distinto al antisanchismo en vena.

En resumen, seguiremos creyendo que en este corral pasan muchas cosas cuando, en realidad, pasan muchas veces las mismas cosas. Y pensando que ocuparse seriamente de Ucrania y de Oriente Medio es un truco para despistar de lo verdaderamente importante, que es el quilombo de Begoña y su marido.

Es difícil menospreciar más de lo que aquí se está haciendo el auténtico calado de las elecciones europeas del 9 de junio. Si las conectamos con las británicas del 4 de julio y las presidenciales de noviembre en Estados Unidos, en pocos meses todas las potencias occidentales habrán redefinido su gobernanza, con efectos potencialmente trascendentales en un momento explosivo (las dos grandes potencias de Oriente no han de preocuparse por sus elecciones).

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