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Juan Gómez Bada

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Inviertes como un financiero o como un empresario

El inversor financiero frente al empresario: dos formas de leer un negocio

Foto: Un trader en la bolsa de Nueva York. (EFE)
Un trader en la bolsa de Nueva York. (EFE)

Quien haya fundado o dirigido una empresa sabe que las cuentas anuales —balance, cuenta de resultados y memoria— dicen muy poco a terceros sobre la evolución real de un negocio. Incluso para directivos de empresas competidoras, con conocimiento profundo del sector, resulta difícil anticipar el futuro de una compañía únicamente a partir de estos estados financieros.

En cambio, los inversores financieros ponen su foco justo ahí. Consideran las cuentas anuales como la principal fuente de información para decidir en qué negocios invertir. Sin embargo, estas no son más que una radiografía parcial de datos pasados, que apenas insinúa lo que vendrá después. Sobre esa base, y en función de la filosofía de cada inversor, surgen tres estilos clásicos de selección:

  • Value: buscan empresas que cotizan a múltiplos bajos de beneficios o de flujos de caja, confiando en que esos múltiplos se expandan.
  • Growth: apuestan por compañías con ventas que crecen a ritmos elevados, esperando que esa inercia permita expandir márgenes y justificar valoraciones exigentes.
  • Calidad: una síntesis de los anteriores, donde el ratio estrella es el ROE (return on equity), indicador de la rentabilidad del capital invertido.

Los financieros tienen, por tanto, una habilidad singular: saber cuánto vale una empresa. Si concluyen que vale 22, esa es la cifra de referencia, aunque el mercado la esté cotizando a 8 o a 42. El razonamiento es simple: si compran a 8, lo más probable es que en algún momento puedan vender a 22.

La mirada empresarial

El empresario, en cambio, no comparte este enfoque. No se pregunta cada día cuánto vale su compañía. Más bien confía en una forma concreta de servir a sus clientes y busca los recursos —deuda incluida— para llevarla a cabo. Cuando alcanza un cierto éxito, continúa por el camino que considera más adecuado, sin obsesionarse por valoraciones abstractas.

Foto: Fernando Martínez Cue (YouTube/ BBVA)

De hecho, las cuentas anuales de ejercicios pasados apenas dicen nada sobre lo que esperan obtener en los siguientes. La realidad es que, si no necesitan levantar más capital, no tienen por qué saber cuánto vale la empresa. Paradójicamente, son quienes más información poseen sobre el futuro del negocio y, al mismo tiempo, reconocen que desconocen su valor de mercado. Al igual que los inversores financieros, también entre los empresarios se pueden identificar arquetipos:

  • Value: los prudentes, que priorizan negocios o proyectos consolidados, con riesgos contenidos.
  • Growth: los agresivos, que buscan conquistar más clientes, más mercados o más productos.
  • Calidad: los que concentran sus esfuerzos en construir ventajas competitivas sostenibles —mejor servicio, procesos más eficientes, diferenciación— que permitan extraer beneficios de forma recurrente y superior a la competencia.

El paralelismo de los estilos de inversión es evidente. La diferencia fundamental estriba en que el financiero se centra en datos pasados para proyectar el futuro, mientras que el empresario se enfoca en las necesidades de los clientes y la propuesta de valor frente a la competencia.

Foto: La diabetes de Talgo. (iStock) Opinión

En una categoría aparte se sitúan los inversores de banca privada tradicional. Estos suelen apoyarse en grandes etiquetas para justificar sus decisiones: "invierto en inteligencia artificial", "en materias primas", "en nuevas tecnologías aplicadas a la salud", "en restaurantes de grandes ciudades españolas en zonas prime", o "en hoteles de lujo en África".

Pero estas clasificaciones son demasiado genéricas. Tomemos los ejemplos más fáciles de visualizar: un restaurante en Madrid o un hotel en un país africano. Dos restaurantes, uno al lado del otro, pueden tener resultados opuestos: uno en expansión y el otro al borde de la quiebra. Y eso ocurre al margen de los tipos de interés, del PIB nacional o del poder adquisitivo medio de la clientela. Lo verdaderamente diferencial no es el sector, ni la ciudad, ni la calle, ni el precio medio del cubierto.

Lo mismo sucede con un hotel en una economía emergente: puede prosperar con fuerza y expandirse, mientras el de la acera de enfrente fracasa estrepitosamente. Cada negocio es único, con dinámicas propias de gestión, propuesta de valor, posicionamiento y cultura empresarial. Generalizar por etiquetas sectoriales conduce a errores de inversión enormes.

Foto: Foto: iStock. Opinión
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Al final, tanto financieros como empresarios son inversores que analizan individualmente los negocios y proyectos. Ambos destinan recursos presentes con la expectativa de generar más recursos en el futuro. Pero su manera de interpretar la información es radicalmente distinta. El financiero analiza estados contables y ratios; el empresario observa clientes, necesidades y competencia.

En la práctica, todos los inversores tenemos algo de ambos perfiles. Y quizá la clave esté en reconocer que debemos restar importancia a los datos pasados —que son solo una fotografía estática— y prestar más atención a cómo un negocio ayuda a sus clientes. Esa es, en definitiva, la variable que determinará la sostenibilidad en el tiempo de sus beneficios.

La conclusión es clara: los negocios deben analizarse uno a uno. Ningún sector, etiqueta o múltiplo contable sustituye la comprensión de la propuesta de valor concreta de una empresa. Y son precisamente los aspectos relevantes a nivel empresarial —cómo se satisface la demanda, qué ventajas competitivas se construyen, cómo se diferencia de la competencia— los que ofrecen el análisis de inversión más sólido.

Porque, al final, la inversión inteligente no es tanto adivinar un múltiplo de mercado como entender, de verdad, cómo un negocio contribuye a la vida de sus clientes.

Quien haya fundado o dirigido una empresa sabe que las cuentas anuales —balance, cuenta de resultados y memoria— dicen muy poco a terceros sobre la evolución real de un negocio. Incluso para directivos de empresas competidoras, con conocimiento profundo del sector, resulta difícil anticipar el futuro de una compañía únicamente a partir de estos estados financieros.

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