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Sala 2: Mitch McConnell: amo y señor del Partido Republicano

Mitch McConnell lleva ganando elecciones desde 1984, y eso sin contar con los cargos electos que tuvo antes de llegar al Senado

Foto: Mitch McConnell. (Reuters)
Mitch McConnell. (Reuters)

Es uno de los políticos más odiados de Estados Unidos. O mejor dicho: uno de los políticos más odiados por la prensa de Estados Unidos. Porque Mitch McConnell, en realidad, lleva ganando elecciones desde 1984, y eso sin contar con los cargos electos que tuvo antes de llegar al Senado. La carrera del jefe republicano es un testimonio del pragmatismo y de la política entre bastidores. Una oda al trabajo duro, la constancia, la estrategia y el oportunismo. Las habilidades que lo han convertido en quien es: el cancerbero por el que pasan las leyes federales norteamericanas.

Desde hace seis años, cuando los republicanos conquistaron el Senado con McConnell al frente, los más tétricos motes han caído sobre el líder conservador: la Tortuga, la Muerte, el Depredador Máximo, el Nihilista en Jefe o Palpatine, en honor al siniestro emperador de 'Star Wars' que mueve los hilos de la galaxia. Y algunos de estos motes, de hecho, son idea suya. McConnell se comparó a sí mismo con la Muerte porque su Senado iba a ser un cementerio de leyes demócratas. Y así ha sido.

El hombre que más tiempo ha liderado a los senadores republicanos (14 años, y acaba de ser renovado en el puesto) es ahora, con Donald Trump de salida, el republicano más importante del país. Si los conservadores mantienen el control de la Cámara Alta, como parece probable que suceda en las elecciones del 5 de enero en Georgia, Joe Biden tendrá que pedir luz verde a McConnell para aprobar sus planes.

Foto: Josh Hawley. (EFE) Opinión

Pero empecemos por el principio. ¿Quién es Mitch McConnell? Si uno mira la historia de su familia, verá un montón de granjeros pobres y con muchos hijos en lo más profundo de Alabama. Su abuelo, por ejemplo, fue el menor de siete hermanos, y sus padres ni siquiera se molestaron en ponerle nombre. Así que la gente lo llamaba Babe, bebé. Y nada más. Como un campesino de la Edad Media: sin apellidos, sin identidad. Más parecido a una mascota que a una persona. Dice McConnell que este hecho, el de no tener nombre, hizo que su abuelo estuviera “cabreado” toda la vida.

Unas memorias épicas a paso de tortuga

Las memorias de McConnell, 'The Long Game' ('El juego a largo plazo'), publicadas en 2016, empiezan con él de muy niño recuperándose de la polio. Su padre luchaba contra los nazis en Europa y su madre le insuflaba una mezcla de cariño y determinación. El pequeño Mitch casi se queda paralítico (nunca en su vida ha podido correr largas distancias), y de esta experiencia habría sacado su legendaria obstinación y su empeño tranquilo en progresar sean cuales sean las circunstancias.

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Las autobiografías son así, especialmente las de los políticos. Resulta que alguna preciosa voz interior los llamaba desde la infancia. Un sueño, una vocación que supieron captar y que tuvieron la valentía de perseguir. Al menos McConnell deja claro que, en su pasión por la política, pesa bastante la “ambición personal”, y que no se cree los cuentos de hadas que pontifican otras memorias. “La historia estándar del humilde idealista que se encuentra inesperadamente en Washington, arrastrado por una ola de amigos entusiastas a una generosa búsqueda de la verdad y la justicia”, escribe McConnell, “es en gran parte una fábula”.

El de McConnell es un periplo lento, de persona introvertida. Reconoce que nunca ha brillado en las fiestas, que le ponía nervioso hablar en público y que incluso en su carrera para el Senado notaba dolores de estómago cuando tenía que dar un discurso. Estas limitaciones duran hoy, por eso McConnell raciona sus apariciones públicas y apenas habla con la prensa. En cambio, se ha especializado en la dimensión oculta, insípida y rutinaria de la política: esa que no suele entrar en las crónicas, pero que a veces vale tanto o más que el carisma y las grandes visiones.

Su astucia se manifestó muy pronto. A mediados de los años cincuenta, McConnell acababa de mudarse con su familia a Louisville, en Kentucky. Era el chico nuevo del instituto y no conocía a nadie. Pero ya había decidido que lideraría el cuerpo estudiantil, así que trazó un plan. Estuvo dos años haciendo amistades y creó una lista con los alumnos más populares del instituto. Cuando lanzó su campaña, fue uno por uno administrando pequeños halagos, imprimió panfletos resaltando los apoyos conseguidos y los colocó en todas las taquillas. McConnell llegó a ser el líder estudiantil de su instituto, luego de su universidad y de su escuela de máster.

El senador empezó siendo un republicano progresista: a principios de los sesenta, defendió y organizó marchas a favor de los derechos civiles

Otra habilidad ha sido la de saber adaptarse a los tiempos. Como describe Alec MacGillis, autor de la biografía del republicano titulada 'The Cynic: The Political Education of Mitch McConnell', el senador empezó siendo un republicano progresista: a principios de los años sesenta, defendió e incluso organizó marchas a favor de los derechos civiles, aceptaba el aborto y se casó con quien sería una intelectual feminista, Sherrill Redmon, de la que se divorciaría en 1980. Sus tres hijas han resultados ser, también, demócratas. Sobre todo la más joven. Porter McConnell, es la directora de campaña de Take On Wall Street, una coalición de sindicatos y oenegés dedicada a combatir el “poder económico depredador” de los financieros.

Aunque Ronald Reagan, en las primarias republicanas de 1980, fue la cuarta opción de McConnell, una vez ganó la candidatura se llevó la adhesión ideológica del sureño. Estos ajustes se han dado muchas veces a lo largo de su carrera: McConnell siempre ha sido flexible como un junco, caminando de puntillas por esa zona gris de las inclinaciones políticas, moviendo sus piezas en función del contexto. Una condición que sus críticos llaman chaqueterismo, pero que McConnell considera cintura: un requerimiento para orquestar los volátiles egos y pasiones del Senado.

Foto: Ceremonia de firma del tratado RCEP. (Reuters) Opinión

Podemos desgranar uno por uno sus trucos, pero quizá sea más rápido ir al grano y decir que el verdadero secreto de Mitch McConnell, su auténtico talento, aquello en lo que se ha especializado y que le permite controlar su partido, es el dinero. Recaudar dinero. Desde el minuto uno de su 'juego a largo plazo', McConnell ha cultivado unas excelentísimas relaciones con todas las industrias habidas y por haber y con los bolsillos más profundos de Estados Unidos. Los políticos, normalmente, se preocupan de esto en campaña. En el caso de McConnell, recaudar dinero es una forma de vida, una constante: la tarea de la que emana su poder.

Dado que la minuciosidad de McConnell y sus capacidades recaudatorias no suelen importar a las votantes, ni alimentar las portadas o las franjas de máxima audiencia, sus rivales tienden a subestimarlo. En 2013, una promesa republicana de Kentucky, Matt Bevin, que luego fue gobernador, barajó la opción de quitarle a McConnell su escaño. Bevin quería presentarse a las primarias. Lo que no sabía es que la gente de McConnell llevaba meses recabando información comprometida de Bevin. Un dosier muy grueso, cuyas perlas más escandalosas cabían en un anuncio de dos minutos y medio que, por supuesto, ya había sido preparado. La gente de McConnell advirtió a Bevin, pero Bevin no escuchó. Bevin lanzó la campaña. Bevin fue aplastado.

Foto: Donald Trump. (Reuters) Opinión

En sus memorias, el senador nos habla todo el rato del esfuerzo, la constancia, etcétera. Lo que más suele respetar en sus correligionarios son estas cualidades, y la experiencia. McConnell no tiene simpatía por las grandes estrellas que surgen de la nada para cortejar el cariño del pueblo. Los Obama y los Trump son intrusos, advenedizos. Dan muy bien en televisión, pero luego se sientan en la silla presidencial y no dan pie con bola. Simplemente, no conocen el sistema. Se creen dioses, y no han desarrollado el talante necesario para escuchar y saber negociar.

McConnell, naturalmente, se adaptó a Donald Trump e hizo todo lo que pudo para que su presidencia tuviera el mayor éxito posible. Al fin y al cabo, era un republicano, y su carácter, como ha reiterado el propio McConnell, no tenía por qué hacer descarrilar el 'juego a largo plazo'. Juntos han logrado aprobar 233 jueces de los distintos circutos de la judicatura, y un récord de tres jueces en el Tribunal Supremo.

placeholder Mitch McConnell y Donald Trump, en la Casa Blanca. (Reuters)
Mitch McConnell y Donald Trump, en la Casa Blanca. (Reuters)

Es ahí donde reside el principal interés político de McConnell: en los jueces. Esté quien esté en la Casa Blanca o en el Capitolio, serán los jueces quienes tracen, con sus decisiones diarias, el paisaje moral de Estados Unidos. Sobre todo los del Supremo. Cuando Trump y McConnell ya no se cuenten entre los vivos, el alto tribunal seguirá siendo una institución de mayoría conservadora gracias a ellos.

Con Barack Obama, fue otra historia. McConnell no podía aguantar los sermones del primer presidente negro. Se refería a él como “profesor Obama”. Uno iba a tratar de negociar con el demócrata y era ofendido de la peor manera en que puede ser ofendido un senador. En lugar de escuchar y ofrecer opciones, Obama trataba de convencer, como si estuviese en un club de debate. Así que McConnell, exasperado, llamaba al vicepresidente, Joe Biden, para poder alcanzar acuerdos.

Foto: Una partidaria de Trump con un cartel que reza "Solo los votos legales". (Reuters) Opinión

En 2014, por fin, le llegó su momento: los republicanos que dirigía McConnell obtuvieron la mayoría del Senado, y este pudo vengarse de Obama. El prócer de Kentucky se puso la parca, afiló su guadaña y no dejó que ni una maldita ley progresista pasara del Senado. Ninguna de sus maniobras le supo tan bien como el bloqueo, en 2016, de la confirmación del juez Merrick Garland al Tribunal Supremo.

El juez conservador Antonin Scalia había fallecido y el presidente Obama se disponía a nombrar sustituto. Pero McConnell dijo 'nyet'. El republicano recordó a la nación que solo quedaban unos meses para las elecciones y que por tanto correspondía esperar un poco a que el pueblo eligiera presidente. Ni siquiera se molestaría en conceder una audiencia a Garland, el nominado de Obama. Y así pasó el tiempo: 11 días después de que Donald Trump tomara posesión en 2017, el magnate nominó al juez conservador Neil Gorsuch. Los republicanos de McConnell, después de modificar las reglas del voto, confirmaron a Gorsuch por mayoría simple.

La maniobra supo muy mal a los demócratas, entre otros motivos, porque no tenía precedentes. En 1988, año también de elecciones, el Senado demócrata confirmó al juez Anthony Kennedy, nominado por Ronald Reagan. En 1991, los progresistas hicieron lo propio con Clarence Thomas, elegido por George Bush padre. McConnell, en cambio, decidió romper con la tradición y levantar un muro legislativo.

Foto: Foto: Guillermo Riveros. (Farrar, Straus and Giroux)

Las entrañas de acero del senador fueron confirmadas el pasado octubre, cuando se produjo una situación similar. La jueza progresista Ruth Bader Ginsburg falleció a un mes y medio de las elecciones. McConnell, en lugar de invocar aquello de que el pueblo eligiera presidente, anunció la misma noche de la muerte de Ginsburg que su partido confirmaría al sustituto que nominase Donald Trump.

Los demócratas echaron espumarajos por la boca: amenazaron con ampliar el número de jueces y elegir así a muchos progresistas, dijeron que transformarían Puerto Rico y Washington DC en estados, y que escupirían sobre la tumba de McConnell el obstruccionista, la Tortuga, la Muerte, Darth Vader, etcétera.

La tormenta ha pasado. El republicano Trump ha perdido las elecciones. Mitch McConnell, que dio relativo pábulo a las mentiras del magnate sobre el presunto fraude electoral, contemporizando por cautela ante las bases del partido, ya ha reconocido como presidente electo a Joe Biden y un capítulo nuevo se abre en Estados Unidos. Los Obama y los Trump van y vienen, pero la Muerte, que acaba de ser reelegido hasta 2026, sigue a flote como un resistente pedazo de corcho.

Es uno de los políticos más odiados de Estados Unidos. O mejor dicho: uno de los políticos más odiados por la prensa de Estados Unidos. Porque Mitch McConnell, en realidad, lleva ganando elecciones desde 1984, y eso sin contar con los cargos electos que tuvo antes de llegar al Senado. La carrera del jefe republicano es un testimonio del pragmatismo y de la política entre bastidores. Una oda al trabajo duro, la constancia, la estrategia y el oportunismo. Las habilidades que lo han convertido en quien es: el cancerbero por el que pasan las leyes federales norteamericanas.

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