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Sala 2 | ¿Democracia? ¿Votar cada cuatro años? Así se radicaliza la izquierda en EEUU

El partido que más se ha escorado en sus posiciones en los últimos 20 años en EEUU es el demócrata, pese al auge y caída de Donald Trump y sus posiciones más radicales

Foto: Alexandria Ocasio-Cortez, en una marcha por el cambio climático. (Reuters)
Alexandria Ocasio-Cortez, en una marcha por el cambio climático. (Reuters)

Allá por 2017, solía reunirme con un grupo de periodistas y dibujantes de cómic de Brooklyn. Nos llamábamos los Escritores Bebedores de Flatbush y cada dos jueves tomábamos unas cervezas en el mismo bar. La política, con Donald Trump recién elegido presidente y una parte del país considerándose la 'resistencia', era uno de nuestros temas recurrentes. Un día, nos pusimos a hablar de regímenes comunistas.

Como español, llegué a Estados Unidos con ese viejo estereotipo de que, aquí, solo hay derecha y centro derecha. Obama, Bush, Reagan, Carter, Clinton… Eran prácticamente lo mismo. La única diferencia entre demócratas y republicanos era cosmética. Adornos retóricos. Quizás un impuesto arriba o abajo, quizás una política exterior más o menos agresiva o conciliadora. Y es un estereotipo justificado. Las corrientes de fondo, la mitología del sueño americano, la profunda fe cristiana y la influencia corporativa hacen de EEUU un país fundamentalmente conservador.

Al hablar del comunismo, sin embargo, me encontré solo. O más bien rodeado. Los otros cuatro escritores bebedores, todos ellos estadounidenses, defendían el régimen cubano. La salud, la educación, la dignidad de los pueblos oprimidos. Si había algún problema, la culpa era del imperialismo, que aplastaba con su bota el cuello de Cuba para que esta no se convirtiese en un ejemplo de justicia en América Latina. ¿Libertad? ¿Quién quiere libertad si no tiene un techo y un plato de comida? ¿Democracia? ¿Meter un papelito en una urna cada cuatro años? ¿Elegir entre los mismos lacayos con distinta máscara, sirvientes del capital financiero?

Foto: Montaje: Irene de Pablo.
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Nuestras pintas de cerveza artesanal de lúpulo, frías y bien tiradas, seleccionadas de un menú con 20 o 30 opciones, brillaban sobre las amplias mesas. Nuestras zapatillas deportivas nuevas crujían en el suelo de parqué. Y sobre todo estaban nuestros derechos: la libertad de expresión, el 'habeas corpus', la igualdad ante la ley. Ninguno de aquellos escritores bebedores podía temer a los espías del régimen o los golpes de la policía secreta en la puerta de su apartamento a las cuatro de la madrugada. La democracia liberal protegía sus críticas a la democracia liberal.

La edad de plata del socialismo estadounidense

Para entonces, ya sabía que el socialismo vivía una edad, digamos, de plata, en Estados Unidos. El año anterior, la campaña presidencial del socialista Bernie Sanders se había embolsado sorprendentes victorias en las primarias contra Hillary Clinton. Las encuestas reflejaban una creciente simpatía de los jóvenes hacia el socialismo, en línea con lo que mostró Occupy Wall Street en 2011: el 15- M de EEUU. El movimiento del que bebería, precisamente, la campaña de Sanders.

Ahora, que tenemos más recorrido y más datos estadísticos, podemos constatar que en Estados Unidos el lado del espectro que más se ha escorado a un extremo desde hace 20 años no es el derecho, sino el izquierdo. Sé que suena contraintuitivo. ¿Y Trump? ¿No hemos tenido un presidente nacional-populista, que durante cuatro años ha azuzado las pasiones más bajas del pueblo con mensajes antiinmigración y ha hecho varios guiños a grupos extremistas, coronando su mandato con una arenga destructiva frente al Capitolio, propiciando un ataque al estilo de las turbas romanas?

Foto: Foto: Reuters

Todo eso, y más, es cierto. Donald Trump intentó perpetuarse ilegalmente en el poder tras las pasadas elecciones, confirmando sus claras tendencias autoritarias y su desprecio por las reglas más esenciales de la democracia liberal. A día de hoy, varias encuestas reflejan que en torno a la mitad de los votantes republicanos lo sigue considerando el presidente legítimo de EEUU.

Sin embargo, hay que diferenciar entre los valores de los votantes y la retórica que lleva a un político al poder. La campaña del trumpismo se libró en el terreno emocional, en los ataques a las élites urbanas que se habrían despegado de las verdades sencillas del pueblo o en la explotación sentimental de las decadencias de las regiones rurales blancas. El programa, las medidas, los valores concretos, eso era secundario. Tan secundario que Donald Trump ni siquiera se molestó en presentar un programa político en 2020. La batalla no se libraba ahí, sino en las sensaciones. Y como presidente, ¿acaso hizo algo que no hubiera hecho cualquier otro republicano? Impuestos, sanidad, educación, judicatura. Casi todo fue conservador de manual.

La ideología de la equidad

Vamos con las estadísticas. El periodista de datos Kevin Drum acaba de publicar una relación de las “actitudes políticas” en votantes republicanos y demócratas desde 1994. Si miramos las curvas resultantes, vemos que los votantes republicanos siguen pensando más o menos igual en cuestiones como el derecho a portar armas, el aborto o las políticas migratorias que hace 25 años. Al hacer una media de estas actitudes en una escala del uno al 10, vemos que, entre 1994 y 2017, los republicanos se han escorado a la derecha apenas medio punto. Un testimonial 5%.

Foto: El presidente de Estados Unidos, Joe Biden. (Reuters)

Los votantes demócratas, en cambio, han ido escorándose más claramente hacia su extremo: en 2017, los progresistas se habían desplazado tres puntos sobre 10 hacia la izquierda, un cambio de mentalidad que puede explicar por qué, en las elecciones de 2020, muchos de los candidatos demócratas a la presidencia habían adoptado propuestas que 10 años antes hubieran sido impensables. La subida del salario mínimo federal a 15 dólares la hora (el doble del actual) fue defendida por prácticamente todos los aspirantes, incluido Joe Biden. La universidad pública sin coste de matrícula, la condonación de la deuda estudiantil o los ambiciosos planes climáticos fueron otras de las ideas que se propagaron por el espectro progresista.

Es entre la juventud, como suele ser habitual, donde predomina el izquierdismo. Según una encuesta de Gallup, la proporción de norteamericanos menores de 39 años que tenían una opinión favorable del socialismo había crecido, en 2019, hasta el 49%: prácticamente empatados con quienes veían favorablemente el capitalismo. Sondeos de otras agencias presentan proporciones parecidas. A finales de 2020, la simpatía de los estadounidenses de cualquier edad hacia el socialismo rondaba el 40%. Ocho de cada 10 estaban preocupados por las diferencias entre ricos y pobres y la mitad abogaba por un “cambio completo del sistema económico”.

Dentro de este paisaje, hay vertientes: justificar el comunismo cubano era una de ellas; otra, exigir derechos que en España, por ejemplo, solemos dar por sentados, como una sanidad pública universal o un sistema educativo medianamente igualitario y asequible. Cada vez más, esta rama socialista del Partido Demócrata, capitaneada informalmente por Bernie Sanders y la congresista Alexandria Ocasio-Cortez, profesa la ideología identitaria de la equidad. Una corriente electoralmente minoritaria, pero cuya retórica se ha generalizado entre los medios de comunicación progresistas, las corporaciones y otras instituciones de élite.

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“Jóvenes blancos y pudientes”

Es aquí donde voces del partido perciben un serio problema. Una cosa es apelar a los valores y las emociones de los cada vez más enérgicos militantes demócratas, y otra conquistar la simpatía de los moderados y los independientes: aquellos que suelen marcar la diferencia entre perder y ganar unas elecciones.

Como explica Kevin Drum, abiertamente demócrata, incluso con todo en contra, el pasado otoño Donald Trump logró casi 12 millones de votos más que en 2016. “Nuestra victoria electoral de 2020 fue estrecha como el filo de una navaja [si miramos los estados clave], a pesar de que (a) la economía apestaba, (b) estábamos en mitad de una pandemia y (d) nuestro candidato era el hombre blando, blanco, amable, Joe Biden. Esto debería acojonar a los progresistas”.

Luego Drum cita al sociólogo David Shor, reconocido socialista, que desde hace tiempo observa cómo la radicalización del partido está generando rechazo, ni más ni menos, entre las minorías a las que este dice representar. Paradójicamente, los demócratas mejoraron su puntuación entre los blancos con respecto a 2016. Por otro lado, perdieron dos puntos de apoyo afroamericano y entre ocho y nueve puntos de apoyo latino. Un resultado incomprensible si uno ve CNN o lee 'The New York Times', donde Donald Trump es retratado como poco menos que un supremacista blanco.

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Algunos asesores y líderes demócratas denuncian esta brecha, que el partido trata de ocultar poniendo cara de póker, y llaman a reposicionarse en el centro como los garantes de la moderación, de las posturas progresistas del grueso del electorado: aquellas mayorías no están en Twitter ni en las manifestaciones más ruidosas. “¿Alguna vez te ha dado la impresión de que la gente en las cafeterías de la facultad y en las universidades sofisticadas usa un lenguaje diferente al de la gente común?”, preguntó James Carville, veterano estratega demócrata, durante una entrevista en 'Vox.com'. “Así es como habla la gente”.

El nominado demócrata a la alcaldía neoyorquina, Eric Adams, dijo claramente que todas esas propuestas radicales, como “desfinanciar la policía”, venían de “jóvenes blancos y pudientes” que no tenían nada que ver ni con la clase trabajadora ni con los barrios de color neoyorquinos. Los votos parecieron darle la razón. La candidata que quedó segunda por un estrecho margen, Kathryn Garcia, también era moderada. Solo uno de la docena de aspirantes originales defendía reducir los fondos policiales. Y eso que Nueva York es de las ciudades más progresistas de Estados Unidos.

Las recientes protestas en Cuba, sin precedentes en 62 años de autocracia, han puesto a los socialistas del Partido Demócrata en una situación incómoda. Los Socialistas Democráticos de América, la organización a la que pertenece Ocasio-Cortez, transmitieron en Twitter su apoyo "a la Revolución" y su rechazo "del bloqueo". En Instagram, Black Lives Matter atacó el “inhumano tratamiento de los cubanos” por parte de EEUU y elogió la “históricamente demostrada solidaridad [cubana] con los pueblos oprimidos de ascendencia africana”. Congresistas como Ocasio-Cortez o Ilhan Omar, en el momento de escribir estas líneas, no se habían pronunciado.

Allá por 2017, solía reunirme con un grupo de periodistas y dibujantes de cómic de Brooklyn. Nos llamábamos los Escritores Bebedores de Flatbush y cada dos jueves tomábamos unas cervezas en el mismo bar. La política, con Donald Trump recién elegido presidente y una parte del país considerándose la 'resistencia', era uno de nuestros temas recurrentes. Un día, nos pusimos a hablar de regímenes comunistas.

Partido Demócrata Bernie Sanders