Es noticia
La maldición de los expresidentes: por qué les cuesta tanto vivir cuando dejan el poder
  1. Mundo
  2. Tribuna Internacional
Ramón González Férriz

Tribuna Internacional

Por

La maldición de los expresidentes: por qué les cuesta tanto vivir cuando dejan el poder

Algunos exmandatarios quieren ganar el dinero que no obtuvieron de la política, mantener su influencia o convertirse en celebridades. Pero siempre son incómodos

Foto: José Luis Rodríguez Zapatero, tras una reunión con Nicolás Maduro en 2018. (Reuters)
José Luis Rodríguez Zapatero, tras una reunión con Nicolás Maduro en 2018. (Reuters)

Para llegar a ser mandatario de un país, hay que tener una enorme ambición de poder y una capacidad de trabajo obsesiva. En parte debido a eso, cuando los presidentes y primeros ministros dejan su cargo, parece que sienten un vacío insoportable que llenan de distintas maneras. Hay quien quiere ganar el dinero que no ha conseguido en la política, otros necesitan a toda costa sentir que no han dejado de ser influyentes. Algunos quieren ganarse una fama intelectual para la que hay poco espacio en la política activa, además de disfrutar de los placeres de la celebridad sin responsabilidades oficiales. Casi todos ellos, sin embargo, son influencias desestabilizadoras en sus propios partidos o en los gobiernos que ya no lideran. Estos son tres de los ejemplos más recientes.

David Cameron, que fue primer ministro británico entre los años 2010 y 2016, ha sido el último exmandatario cuyas actividades tras dejar el cargo han provocado un gran escándalo. Cameron era asesor de la empresa financiera Greensill Capital, y en calidad de tal organizó reuniones para que el presidente de la compañía ofreciera a los ministerios de Londres sus productos (que consistían, básicamente, en adelantar el pago de facturas no cobradas a cambio de una comisión). Además, en los últimos meses, cuando Greensill empezó a tener problemas, bombardeó con mensajes de WhatsApp a altos cargos británicos —desde el ministro de Finanzas al presidente del Banco de Inglaterra— para lograr que la compañía recibiera dinero del fondo de rescate para empresas que habían quebrado por la pandemia. El Gobierno británico se negó y Greensill tuvo que cerrar. Si la operación hubiera salido bien, Cameron se habría hecho rico.

Foto: Foto de archivo del ex primer ministro británico David Cameron. (EFE)

José Luis Rodríguez Zapatero fue mediador entre el Gobierno de Nicolás Maduro y la oposición venezolana entre 2016 y 2019. Como tal, propuso a ambas partes un documento de conciliación. El Ejecutivo de Maduro lo firmó, pero no así la otra parte. Como explicó este periódico, el jefe de la oposición denunció que el expresidente socialista había ejercido presiones y amenazas sobre los representantes no gubernamentales. “Yo creo que el tiempo de Zapatero pasó —dijo el opositor—. Zapatero se quemó como mediador”.

El mes pasado, Zapatero reapareció en la escena global con un artículo en el 'China Daily', el órgano de propaganda del Partido Comunista chino en inglés. En él, asumía el discurso del PCCh, celebraba los éxitos económicos del país durante las últimas décadas y no mencionaba la democratización entre sus retos. Además, reivindicaba “una China”, lo que puede entenderse como una defensa de la anexión de Taiwán, y pedía que la Unión Europea fuera una fuerza neutral entre China y Estados Unidos, no una aliada preferente del segundo. La semana pasada, Zapatero pidió en un acto público que los “saharauis (…) apuesten por una solución política ‘realista” al conflicto con Marruecos, en lo que, según la Agencia EFE, supone “un acercamiento [del expresidente] a las tesis marroquíes sobre el Sáhara” en los últimos años. Es difícil saber en qué medida el expresidente mantiene alguna influencia, pero no tanto la medida en que desea hacerlo.

Foto: entrevista-felipe-gonzalez-zapatero-venezuela
TE PUEDE INTERESAR
Felipe González: "Zapatero dice que conoce mejor que nadie lo que pasa en Venezuela..."
Nacho Cardero Carlos Sánchez Vídeo: Giulio Piantadosi

Barack Obama y su esposa Michelle han publicado sendos libros de memorias, por los que cobraron conjuntamente 65 millones de dólares. También junto a ella, Obama ha firmado un contrato con Netflix para producir series y documentales. “Una de las mayores alegrías mientras estuvimos en el servicio público fue conocer a mucha gente fascinante en todos los ámbitos de la vida y ayudarles a compartir sus experiencias con una audiencia más amplia —dijo Obama al firmar el contrato—. Esperamos (…) cultivar voces creativas capaces de promover una mayor empatía y comprensión entre los pueblos”. En los últimos meses, Obama también ha grabado un 'podcast' con Bruce Springsteen para Spotify, en el que ambos hablan de sus vidas y su país. Uno pensaría que, además de ricos e influyentes, los Obama han decidido convertirse en 'celebrities': gente rodeada de famosos cuya bondad se manifiesta de forma sofisticada, moderna y lucrativa.

Foto: Obama, en la entrega de la Medalla de la Libertad a Bruce Springsteen. (Reuters) Opinión

No podemos esperar que, una vez termina su vida política, los mandatarios democráticos se encierren en un monasterio. Sobre todo si son jóvenes. Sin duda, escribir libros y producir series parece mucho más inocuo que convertirse en lobista para presionar al partido que liderabas o publicar alabanzas al Partido Comunista de China; también es cierto que Cameron y Zapatero fueron peores jefes de Gobierno que Obama, y quizás eso tenga algo que ver con su vida posterior. Bill Clinton afirmó que cuando abandonó la Casa Blanca debía 16 millones de dólares por el gasto en abogados para el caso Lewinski, pero saldó la deuda con contratos para publicar libros y dando discursos en empresas y fundaciones, por los que cobraba alrededor de 350.000 dólares. Después de dejar el poder, José María Aznar montó un 'think tank', FAES, con el que ha querido generar conocimiento conservador y seguir influyendo en su partido. Tony Blair montó una agencia que asesoraba a países como Kazajistán o los países petroleros del Golfo. Felipe González estuvo en algún consejo de administración y luego creó una fundación con la que pretende mantener su legado, y ordenar y digitalizar documentos vinculados a su presidencia.

¿Cuál es la fórmula ideal? Es difícil saberlo. Tal vez la más digna sea la de personas como George Bush hijo, que se dedica básicamente a pintar cuadros, o la de Mariano Rajoy, que ha vuelto a su actividad privada como registrador de la propiedad. La más valiosa, quizá la que pretende conservar un legado que en el futuro sirva a historiadores y políticos para hacer mejor su trabajo. La más comprensible, la de ganar el dinero que la política no da. Pero todos sabemos instintivamente lo que está mal: pedir favores económicos a tus antiguos compañeros o hacérselos a dictaduras.

Para llegar a ser mandatario de un país, hay que tener una enorme ambición de poder y una capacidad de trabajo obsesiva. En parte debido a eso, cuando los presidentes y primeros ministros dejan su cargo, parece que sienten un vacío insoportable que llenan de distintas maneras. Hay quien quiere ganar el dinero que no ha conseguido en la política, otros necesitan a toda costa sentir que no han dejado de ser influyentes. Algunos quieren ganarse una fama intelectual para la que hay poco espacio en la política activa, además de disfrutar de los placeres de la celebridad sin responsabilidades oficiales. Casi todos ellos, sin embargo, son influencias desestabilizadoras en sus propios partidos o en los gobiernos que ya no lideran. Estos son tres de los ejemplos más recientes.

Barack Obama
El redactor recomienda