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G-7: la ¿última? oportunidad para Occidente
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Ramón González Férriz

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G-7: la ¿última? oportunidad para Occidente

La reunión de líderes, que empieza mañana, quiere reconstruir la alianza entre Europa, Estados Unidos y otros aliados con un fin principal: frenar a China y Rusia

Foto: Escultura de los líderes del G-7 realizada con deshechos en Cornwall. (Reuters)
Escultura de los líderes del G-7 realizada con deshechos en Cornwall. (Reuters)
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A partir mañana, los líderes del G-7 se reunirán en Cornwall, una localidad de la costa británica. En otras circunstancias, sería solo un encuentro de líderes globales (los de Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Francia, Alemania, Italia y Japón, más algunos invitados como la Unión Europea) que discutirían sobre cuestiones demasiado abstractas y confusas como para que la ciudadanía en general, e incluso los observadores relativamente atentos, le dieran demasiada importancia. Sin embargo, esta vez puede ser distinto. Esta vez, el G-7 abordará asuntos que serán relevantes para su vida y la de sus hijos. Con un poco de suerte, para mejor.

En los últimos años, el G-7 ha sido la encarnación más evidente del desmoronamiento de la alianza de los países occidentales. Hace dos, Trump insistió en que Rusia —a la que se invitó tras el fin de la Guerra Fría para acercarla a posiciones occidentales, pero fue expulsada en 2014 por su anexión de Crimea— fuera readmitida, lo cual sentó muy mal a sus socios. Trump abandonó el encuentro antes de que terminara y desde el avión tuiteó que sus representantes tenían órdenes de no firmar el tradicional comunicado final. E insultó públicamente al anfitrión, el primer ministro canadiense, Justin Trudeau. Otros países, singularmente Francia, respondieron que el G-7 ya no existía: ahora era el G-6+1: las democracias ricas que estaban a favor del libre comercio, la lucha contra el cambio climático y el multilateralismo, por un lado, y Estados Unidos, por el otro.

placeholder Merkel y Trump, en la cumbre del G-7 de 2018. (Reuters)
Merkel y Trump, en la cumbre del G-7 de 2018. (Reuters)

Los gobiernos ruso y chino celebraron el triste espectáculo. Ese enfrentamiento entre socios tradicionales —que simbolizó la foto en la que Angela Merkel apoya las manos sobre una mesa y parece amonestar a un Trump cruzado de brazos que no quiere escuchar— era la demostración, pensaron, del declive de lo que llamamos Occidente. Los miembros de esa alianza, como dice la retórica comunista desde tiempos de Stalin, estaban condenados a enfrentarse entre sí, lo que provocaría su decadencia y el auge de las viejas naciones postergadas. Ese momento estaba llegando, se pensó, y se sigue pensando en Moscú y Pekín.

Para Occidente, hoy las cosas son distintas. El factor más importante, por supuesto, es que Trump ha abandonado la presidencia y le ha sustituido Biden. Este, cuya asistencia a la cumbre será su primer viaje internacional como presidente, ha resultado ser tan duro con China como Trump, pero a diferencia de su predecesor es consciente de que necesita a los aliados europeos para que sus presiones sean efectivas. Por supuesto, también es más duro con Rusia y quiere aumentar las sanciones por su comportamiento.

Foto: EC.
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Pero igualmente relevante es que los países europeos al fin se han dado cuenta de que su transigencia con ambos, en distintos sentidos, es insostenible. Merkel —y el próximo canciller, si es que sigue perteneciendo a la CDU— siempre buscará salidas no confrontacionales con China. Macron recordará que la UE no es tan poderosa como para enfrentarse abiertamente a Rusia o pretender siquiera derrocar a su títere en Bielorrusia, Aleksandr Lukashenko. Pero la Unión Europea en general está virando lentamente hacia posiciones más duras. Tampoco es casualidad que, además de la UE, Reino Unido haya invitado a la cumbre del G-7 a Sudáfrica, Corea del Sur, Australia e India, países que comparten la necesidad creciente de fortalecer la alianza de los países democráticos para impedir un auge aún mayor de China y una mayor relevancia de esta en sus economías. El mensaje: Occidente y sus aliados en otras partes del mundo, y con ellos la democracia liberal, han vuelto y no se lo van a poner fácil a China.

Por supuesto, no resultará sencillo. Cabe preguntarse hasta qué punto el G-7 sigue siendo capaz de coordinar acciones globales cuando, en realidad, su importancia cultural y militar es mucho menor ahora que cuando fue fundado, en 1975, tras la crisis del petróleo. Por no hablar de su peso económico: si hace 20 años sus PIB suponían un 65% del PIB global, hoy representan solo el 45%. Y es probable que las estrategias estadounidense y europea sean un poco más divergentes de lo que sus líderes quieren mostrar: las diferencias ya existían antes de la llegada de Trump y no desaparecerán con su marcha, aunque esta haya sido un alivio. Además, en algunos aspectos cruciales que se abordarán en el G-7, como el cambio climático o el mantenimiento de un entorno comercial razonablemente abierto, por no hablar de la lucha global contra la pandemia, es difícil hacer absolutamente nada sin la contribución de China.

Foto: Joe y Boris. (Ilustración: Raquel Cano) Opinión

Al mismo tiempo, algunas señales permiten cierto optimismo. En las reuniones previas de la semana pasada, el grupo consiguió ponerse de acuerdo en armonizar un impuesto de sociedades mínimo del 15% para las grandes multinacionales, y en exigir a las empresas que declaren sus actividades con impacto climático. Además del clima, la fiscalidad, el comercio y la pandemia, otro punto de la agenda del encuentro son los valores democráticos: el G-7 ya no quiere ser visto como un club de ricos, sino de demócratas. Cuando acabe esta cumbre, empezará la de la OTAN, el lunes 14, en la que parece que todo el mundo va a prometer más dinero y más compromiso. Y luego Biden viajará a Ginebra para reunirse por primera vez con Putin. Allí, espera transmitirle al presidente ruso que Occidente vuelve a compartir objetivos políticos, económicos y militares.

Suena francamente bien. Y un pacto duradero en ese sentido sería bueno para España, a la que el fortalecimiento de la alianza occidental le interesa como a pocos países. Pero no hay que hacerse demasiadas ilusiones: aunque la alegría con que Rusia y China celebran lo que consideran el inevitable declive de Occidente es un tanto precipitada, los estadounidenses y los europeos tendemos a darles la razón de vez en cuando. Ahora que la cosa va en serio, no deberíamos hacerlo.

A partir mañana, los líderes del G-7 se reunirán en Cornwall, una localidad de la costa británica. En otras circunstancias, sería solo un encuentro de líderes globales (los de Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Francia, Alemania, Italia y Japón, más algunos invitados como la Unión Europea) que discutirían sobre cuestiones demasiado abstractas y confusas como para que la ciudadanía en general, e incluso los observadores relativamente atentos, le dieran demasiada importancia. Sin embargo, esta vez puede ser distinto. Esta vez, el G-7 abordará asuntos que serán relevantes para su vida y la de sus hijos. Con un poco de suerte, para mejor.

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