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Ramón González Férriz

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Las noticias de la muerte de Occidente eran exageradas

Putin atacó Ucrania porque creía que Europa y Estados Unidos viven en una decadencia política y moral. Pero sus valores de apertura y libertad siguen siendo eficaces

Foto: Putin, en una escuela de aviación en Moscú. (Reuters/Klimentyev)
Putin, en una escuela de aviación en Moscú. (Reuters/Klimentyev)
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Como señalaba recientemente Andréi Kozyrev, que fue ministro de Exteriores de Rusia entre 1991 y 1996, cuando Vladímir Putin decidió invadir Ucrania, cometió tres errores de cálculo. En primer lugar, pensó que los ucranianos iban a recibir al Ejército ruso como un libertador que expulsaría a un régimen dominado por neonazis y genocidas. En segundo lugar, creyó que su Ejército era un prodigio tecnológico y una máquina de guerra que podía enfrentarse sin demasiadas dificultades a cualquier resistencia que encontrara. Y tercero, dio por hecho que Occidente, que en crisis anteriores había demostrado su debilidad, sería incapaz de unirse, de asumir sacrificios y gastar dinero para contrarrestar su ofensiva. Voy a centrarme en este último punto. Porque, a la vista de lo que está sucediendo, las noticias sobre la muerte de Occidente eran muy exageradas.

Aunque, por supuesto, había algunos indicios razonables. La salida de Afganistán fue una chapuza que indicaba que Estados Unidos no estaba dispuesto a sacrificarse por países remotos con poco valor económico. A ojos de Putin, el nuevo Gobierno alemán encarna lo peor del liberalismo político: un guirigay de voces discordantes y prioridades contrapuestas. Y Occidente en general está desquiciado por lo peor del liberalismo moral: el hedonismo, la falta de valores viriles, la pérdida de la religiosidad. Eso, por no hablar de unas sociedades cansadas —y lastradas económicamente— por la pandemia, que ya en 2014 habían demostrado su incapacidad, no ya para responder militarmente a la anexión de Crimea, sino para diseñar sanciones efectivas y dañinas contra Rusia.

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Esa percepción era compartida por una parte relevante de los occidentales, reunida últimamente en torno a una nueva derecha que oscila entre el conservadurismo duro y el autoritarismo declarado, y que veía en Putin un modelo. Más allá de su retórica coyuntural, esa derecha de Zemmour, Abascal y Orbán considera que Occidente ha renunciado a los valores que lo hacían fuerte: un cristianismo combativo, la homogeneidad social, el papel predominante del macho y la predisposición a utilizar el ejército como elemento cohesionador y casi místico. En el día a día, esa creencia se traducía en atribuir las culpas de todos los males del mundo al Occidente que dicen defender: siempre eran la UE, los Estados Unidos de Biden, los partidos tradicionales de las democracias occidentales, e incluso las mismas democracias, los que permitían que el mundo fuera un lugar inestable, que China creciera o África mandara inmigrantes. Todo por Occidente, pero siempre contra Occidente.

Una reacción sorprendente

Ante la invasión de Ucrania, sin embargo, Occidente ha demostrado una sorprendente unidad, fortaleza y capacidad de asumir riesgos y sacrificios para castigar al invasor. La OTAN ha cobrado un nuevo sentido tras dos décadas sin saber para qué servía exactamente, hasta el punto de que en Finlandia y Suecia, dos países tradicionalmente neutrales, ya hay una mayoría social favorable a su entrada en la alianza (lo que no significa que se incorporen a ella). La Unión Europea, siempre criticada, y con razón, por su incapacidad para tomar decisiones rápidas y efectivas y por ser un gigante económico que suele limitarse a sentirse 'deeply concerned' ante las crisis, ha reaccionado con rapidez, mandando armas, imponiendo sanciones temibles y recuperando a Polonia y a Hungría, aunque esta última de manera más titubeante. Por primera vez en mucho tiempo, los países de la UE, la Comisión Europea y el Gobierno estadounidense parecen extrañamente coordinados y la aplicación de medidas sigue, aunque siempre surjan malentendidos, una coreografía razonablemente ejecutada. Los refugiados son recibidos con medios y, aunque sea por las razones equivocadas, nadie discute que merecen solidaridad y dignidad. De repente, Occidente es sexy y hasta quienes eran reacios ven ahora las inmensas ventajas de pertenecer a él.

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Quizá lo habíamos olvidado, pero el PIB per cápita de Rusia es de unos 10.000 dólares, apenas un poco más que Cuba, por ejemplo, frente a los 27.000 de España o los 37.000 dólares de media en la zona euro (datos del Banco Mundial de 2020). Pero no es solo que seamos más ricos. Esta guerra puede parecer el fruto de un conflicto territorial enquistado durante las tres últimas décadas (según Putin, serían más bien los 10 últimos siglos), pero la respuesta de la UE y Estados Unidos ha tenido mucho que ver con los valores: antes de que empezara la invasión, Ucrania no era ni mucho menos una democracia plena ni un país occidental, pero sí había optado por asumir progresivamente la forma de vida liberal y rechazar el autoritarismo de la Rusia actual, que liquida las libertades individuales. En última instancia, Rusia bombardea Ucrania porque esta quiere entrar en la OTAN y la UE, y estas han decidido defender su derecho a asumir esos valores.

Tal vez Occidente no estaba tan mal

Hoy, las derechas autoritarias desmienten su admiración por Putin o permanecen calladas a la espera de que todo termine y nadie recuerde su romance anterior. Las izquierdas pospopulistas como la de Mélenchon en Francia, Corbyn en Reino Unido y Podemos en España demuestran una vez más que su pacifismo solo es el nombre respetable que dan a su pretensión de que Occidente siempre pierda en el plano militar. Y Occidente puede que haya reencontrado el camino que siguió durante la Guerra Fría: la solidez económica y militar que permite defender con autoridad una forma de vida liberal, relajada y todo lo frívola que se quiera.

Nada de esto será fácil: existen intereses contrapuestos y en ocasiones la disparidad de opiniones en el seno de los países y entre los socios parecerá una cacofonía. Es verosímil pensar que el Ejército ruso todavía puede subsanar sus errores y arrasar Ucrania. Pero también lo es que las noticias de la muerte de Occidente no solo eran exageradas, sino que los valores liberales siguen siendo los mejores para enfrentarse a un mundo en el que los autoritarios daban por hecho que triunfarían sin demasiado esfuerzo. Van a tenerlo más difícil de lo que esperaban.

Como señalaba recientemente Andréi Kozyrev, que fue ministro de Exteriores de Rusia entre 1991 y 1996, cuando Vladímir Putin decidió invadir Ucrania, cometió tres errores de cálculo. En primer lugar, pensó que los ucranianos iban a recibir al Ejército ruso como un libertador que expulsaría a un régimen dominado por neonazis y genocidas. En segundo lugar, creyó que su Ejército era un prodigio tecnológico y una máquina de guerra que podía enfrentarse sin demasiadas dificultades a cualquier resistencia que encontrara. Y tercero, dio por hecho que Occidente, que en crisis anteriores había demostrado su debilidad, sería incapaz de unirse, de asumir sacrificios y gastar dinero para contrarrestar su ofensiva. Voy a centrarme en este último punto. Porque, a la vista de lo que está sucediendo, las noticias sobre la muerte de Occidente eran muy exageradas.

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