Tribuna Internacional
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Putin ha sacado a la OTAN de la 'muerte cerebral'
Hasta que Rusia desplegó a más de cien mil soldados en la frontera ucraniana, la organización carecía de estrategia. Ahora la tiene, pero a costa de la UE
Hace poco más de dos años, Emmanuel Macron lo dijo brutalmente: la OTAN estaba en “muerte cerebral”. Era difícil no estar de acuerdo. Trump había pedido una y otra vez que se desmantelara si los europeos no estaban dispuestos a pagar la parte que les correspondía. Los europeos, avergonzados, reconocían que no aportaban lo debido, pero casi ningún país se ofreció a hacerlo. Turquía, un país que había sido clave para la organización, iba por libre en sus relaciones con Rusia y su participación en la guerra de Siria. Pero, casi por encima de eso, Macron se preguntaba qué significaba a estas alturas el artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte, según el cual “un ataque contra un aliado se considera un ataque contra todos los aliados”.
¿En serio alguien iba a arriesgar su seguridad para defender la de otro país miembro que no formara parte del núcleo duro de la organización? La OTAN, en efecto, parecía tener cada vez menos sentido.
La segunda parte de la declaración de Macron, sin embargo, era más difícil de respaldar, más allá del deseo: Europa, dijo, tenía que empezar a pensar en sí misma estratégicamente, como un poder geopolítico, de lo contrario no “controlaríamos nuestro destino”. Eso puso en marcha una frenética conversación entre los 'think tanks', las élites bruselenses y un puñado de periodistas: ¿cómo debía configurarse la 'autonomía estratégica' de la UE? ¿Había que crear un Ejército europeo? ¿Instalar fábricas de chips en las zonas desindustrializadas? ¿Buscar acuerdos con China, aunque se desairara —o incluso con el fin de desairar— a los estadounidenses?
Putin aclara el debate
Vladimir Putin empezó a reunir a más de cien mil soldados en la frontera rusa con Ucrania a finales del año pasado, con la amenaza velada de una invasión en un momento de debilidad europea. Buena parte de la UE depende del gas ruso para calentarse en invierno. La coalición de gobierno alemana acababa de nacer y era un buen momento para explotar sus divergencias en materia de política exterior. Las incertidumbres de la recuperación económica tras la sexta ola de la pandemia pueden hacer que los europeos estén poco interesados en aventuras geopolíticas. Y, por supuesto, las prioridades de la política exterior de la UE se están desplazando hacia el auge de China. Estados Unidos, por su parte, vive en un caos político: Biden no está logrando sacar adelante buena parte de su agenda para impulsar el crecimiento económico, la inflación empieza a ser preocupante, la derecha sigue siendo fiel a Trump y en las elecciones legislativas de este año los demócratas podrían perder no ya el control del Congreso, sino toda posibilidad de seguir avanzando su agenda política.
Sin embargo, las amenazas de Putin y sus exigencias absolutamente desmesuradas, que afectan no solo a países en disputa como Ucrania, sino a otros cuya soberanía hasta ahora nadie ponía en duda, como Bulgaria y Rumanía, han logrado algo mágico: sacar a la OTAN de su estado comatoso y darle una nueva vitalidad, como demostró la carta que la Organización mandó ayer al Kremlin. Al exigir a la OTAN que se repliegue, que renuncie a la pertenencia de algunos países que forman parte de ella y deje de tener como principal objetivo encerrar a Rusia en lo que esta considera un territorio insuficiente, Putin le ha recordado a la organización sus fines. Suecia y Finlandia no se sumarán a la OTAN, pero en ambos países se ha vuelto a hablar de esa posibilidad. Además, la existencia de la OTAN ha hecho que dentro de los países el debate sobre lo que hacer en Ucrania esté más acotado de lo que algunas de las posiciones más llamativas y difundidas dan a entender.
La derecha estadounidense tiene ahora una fuerte tendencia rusófila —del presentador de la Fox Tucker Carlson al propio Donald Trump—, pero el apoyo a Ucrania de los congresistas republicanos ha sido inquebrantable y más bien le están reprochando a Biden ser demasiado blando con Moscú. En España, tres cuartas partes del Congreso apoyan las acciones de la OTAN. En Reino Unido, el Partido Laborista no se ha distanciado del Gobierno de Johnson, a pesar de que esté utilizando la crisis para tapar la debilidad del primer ministro tras los escándalos de las fiestas en tiempos de confinamiento. En Italia, el Gobierno de Draghi pidió a algunos grandes empresarios italianos con vínculos estrechos con Rusia que suspendieran una reunión programada con Putin, porque quería reforzar el 'atlantismo' de su país (la reunión tuvo lugar, aunque en un formato descafeinado). A pesar de sus enormes reticencias, a pesar de no querer mandar armas a Ucrania, a pesar de ser muy reacia a renunciar al gas ruso, Alemania está empezando a entrar en el consenso de la OTAN. En realidad, parece que los países de la OTAN se están poniendo gradualmente de acuerdo en un plan de sanciones para Rusia si finalmente invade Ucrania.
Tal vez sea Francia el país donde el respaldo a la OTAN es mucho más precario, pero eso no solo se debe al auge de la derecha autoritaria, aunque Le Pen y Zemmour ya han manifestado su rechazo al liderazgo estadounidense de la crisis. En Francia, hasta De Gaulle intentó ignorar a la OTAN e ir por libre, en nombre de una soberanía mucho más demediada de lo que él creía.
La UE no es autónoma
Lo que también ha dejado claro la crisis rusa es que la 'autonomía estratégica' europea no existe. Era un cuento que los europeístas nos contábamos a nosotros mismos, porque se trataba de un objetivo razonable e incluso ilusionante, pero imposible a corto plazo. En cuanto se ha producido la primera crisis seria en el seno de Europa, la UE ha necesitado a Estados Unidos; y no solo sus recursos militares, sino su liderazgo global. De hecho, según varias informaciones, es Biden quien está liderando las negociaciones para que los productores de gas de los países árabes aprovisionen a Europa en caso de que Putin decida cerrar el grifo.
Esto puede ser bueno para la OTAN y malo para los sueños de la UE. Pero también puede ser bueno para que estos sueños sean más realistas y se asuma que la autonomía estratégica es un proceso de varias décadas, no de pocos años. En todo caso, supone un recordatorio aleccionador de algo que para muchos es crucial: Occidente, la unión cultural, política y económica entre América del Norte y Europa, sigue existiendo, sigue liderado por Estados Unidos, sigue teniendo en la OTAN su encarnación militar y es probable que en el nuevo mundo sea tan necesario como lo era en el viejo. Aunque Putin tenga que recordárnoslo de vez en cuando.
Hace poco más de dos años, Emmanuel Macron lo dijo brutalmente: la OTAN estaba en “muerte cerebral”. Era difícil no estar de acuerdo. Trump había pedido una y otra vez que se desmantelara si los europeos no estaban dispuestos a pagar la parte que les correspondía. Los europeos, avergonzados, reconocían que no aportaban lo debido, pero casi ningún país se ofreció a hacerlo. Turquía, un país que había sido clave para la organización, iba por libre en sus relaciones con Rusia y su participación en la guerra de Siria. Pero, casi por encima de eso, Macron se preguntaba qué significaba a estas alturas el artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte, según el cual “un ataque contra un aliado se considera un ataque contra todos los aliados”.
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