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El "¡basta ya!" portugués

Unos servicios públicos cada vez más escuálidos y deficientes desatan la protesta de crecientes sectores de la sociedad tras cuya rebelión subyacen de manera enmascarada todos los problemas de nuestra época

Foto: El líder de Chega, André Ventura. (EFE/EPA/Angelo Carconi)
El líder de Chega, André Ventura. (EFE/EPA/Angelo Carconi)

Uno de los datos más sorprendentes (a la vez que intelectualmente más excitante por provocativo) de las elecciones portuguesas, es el apabullante resultado de Chega (50 escaños frente a 12 de hace dos años), expresión que en español quiere decir, “¡ya llega!” (en el sentido de “basta ya”, de “ya está bien” o de “nada más”). Una palabra que denota hartura, fastidio, que en definitiva refiere ese hastío que a costa de reiterarse agota a quien lo padece, pero que además de traducción para su correcta percepción requiere una lectura cercana de lo que ahora está sucediendo en Portugal.

Portugal es uno de los países más abiertos y pluralistas de Europa en términos de identidad nacional. El último libro del fallecido António Hespanha, Filhos da Terra, es paradigmático de lo que fue la presencia portuguesa en el mundo de la primera colonización (o mejor globalización), la que vino de mano de Los descubrimientos. Algo que en buena medida Castilla replicó en América, y muy distinto del colonialismo angloholandés del XVIII estructurado en el comercio que sublevaría a Burke. Pero no se trata de hacer historia, lo que importa es recordar que genéticamente la expansión imperial de la nación lusa, que desembocará en el Portugal moderno, se forjó en una tolerancia racial que Gran Bretaña no conocerá ni querrá para sus colonias. Una tolerancia que se proyectaría en la Goa india e incluso en la Angola del siglo XX, y que queda bien patente en las rúas de Lisboa, capital de un país cuyo anterior jefe del Gobierno, António Costa, era mestizo. Entonces, ¿qué ha sucedido para que un partido de extrema derecha y con un flamante discurso antiinmigración se alce con semejante éxito? Un resultado que incluso habría podido ser mayor de no haber estado en juego la gobernabilidad del país, si las elecciones no decidieran directamente la estabilidad política nacional y hubieran sido, por ejemplo, europeas.

Quien llegue a Lisboa en avión – ¡ni intentarlo! y hablo por experiencia – topará de frente con el caos de una infraestructura que sencillamente ha colapsado por mucho que oficialmente continúe funcionando. Pero no es un hecho aislado, el desorden se extiende a los hoteles, irreconocibles herederos de su otrora primorosa hostelería y se palpa en las plazas céntricas de la capital, repletas de tiendas de campaña y de roulottes que – como en Ibiza y ya en Formentera – a la vista de todos sirven de improvisado hogar a inmigrantes y nacionales pobres que también allí se ofrecen como paupérrima mano de obra. Un bullicio de degradación que rascando un poco se evidencia así mismo en otros ámbitos existenciales, como la salud, la educación o la seguridad, y que desencadena un efecto castigo sobre los estratos bajos y medios de la población que sienten irremisiblemente deteriorada su vida cotidiana y que cada día protestan con mayor rabia. Una protesta que, aunque brama inmediatamente contra el color de piel (contra el preto) y tiene su diablo en el extranjero, en realidad pide cuentas (accountability) a una nomenklatura pluripartidista que se limita a responder con palabras al pavoroso desmoronamiento del Estado asistencial. Una protesta que está siendo tildado de fascista.

¿Pero vuelve al fascismo a lusitania o como no tenemos otra ni mejor forma de expresarlo tomamos en préstamo un viejo término para referir una realidad nueva y sustancialmente diferente - un “falso amigo”-.? Interesa aclararlo porque el fenómeno del vecino Portugal es muy semejante al que crece por doquier en los Estados democráticos, y al que también llamamos populismo. ¿Qué diferencia el fascismo del siglo XX del populismo del XXI? Para no perderse en disquisiciones, baste señalar dos datos que -entre otros muchos- marcan la distancia. El populismo es autoritario pero no totalitario, ya que propone restablecer el orden y no la instauración de una sociedad homogénea negadora del pluralismo democrático (sería muy útil recuperar la vieja tesis de Linz por la que en su momento le cayeron tantas bofetadas sobre la diferencia entre totalitarismo y autoritarismo). Y además, el populismo no defiende una ideología de la que carece, sino que aspira a destituir los gobiernos corruptos que obstaculizan la pretendida marcha democrática de las mayorías. Ayudaría mucho a entender esto último recordar lo que 'Dita' Shklar llamaba el momento de declive de la fe política (y releer a tal efecto su ' Después de la Utopía. El declive de la fe política').

Foto: Albufeira. (Reuters)

Vivimos tiempos superiores a nuestras palabras y a los conceptos que disponemos para inteligir los acontecimientos, y ese déficit lingüístico-comprensivo nos puede llevar a cometer graves errores no solo de diagnóstico sino de respuesta aplicando al presente recetas de pasado. En este caso, el detonante –entiéndase el pistón, que no la causa última ni principal- de la protesta portuguesa es el hundimiento de la autoridad del Estado en forma de servicios públicos. Se trata de algo pronosticado ya por el mejor historiador de la Europa posterior a la II Guerra Mundial, Tony Judt, que se va haciendo realidad a medida que las prestaciones del Estado desfallecen víctimas de tres males, la rapiña de los intereses financieros que planifican las necesidades existenciales como mercado, la impudicia de los sindicatos que se comportan como si lo público fuera su propiedad y la estulticia de un consumidor que feliz por obtener subvenciones olvida que no hay nada gratis en política.

Analizar todo esto nos llevaría demasiado lejos, y al final lo que interesa es recalcar que unos servicios públicos cada vez más escuálidos y deficientes -y paradójicamente cada vez más costosos para el erario – desatan la protesta de crecientes sectores de la sociedad (que muchas veces no tienen en común más que la protesta) tras cuya rebelión subyacen de manera enmascarada todos los problemas de nuestra época que obviamente trascienden con mucho a las motivaciones inmediatas de la protesta. Algo que de otro modo sucedió también hace más de dos siglos, cuando una Ilustración que hoy se evidencia en crisis, se sirvió de la rebelión contra los impuestos y la deuda pública para iniciar un diluvio que lo inundó todo hasta crear el mundo que hasta hace poco hemos conocido. Y la mejor exposición al respecto la tenemos en ' Before the Deluge' de Michel Sonenscher, un libro que desgraciadamente no podemos leer en español.

*Eloy García. Catedrático de Derecho Constitucional.

Uno de los datos más sorprendentes (a la vez que intelectualmente más excitante por provocativo) de las elecciones portuguesas, es el apabullante resultado de Chega (50 escaños frente a 12 de hace dos años), expresión que en español quiere decir, “¡ya llega!” (en el sentido de “basta ya”, de “ya está bien” o de “nada más”). Una palabra que denota hartura, fastidio, que en definitiva refiere ese hastío que a costa de reiterarse agota a quien lo padece, pero que además de traducción para su correcta percepción requiere una lectura cercana de lo que ahora está sucediendo en Portugal.

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