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Estados Unidos ya no manda en Oriente Medio e Israel lo está aprovechando
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Ramón González Férriz

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Estados Unidos ya no manda en Oriente Medio e Israel lo está aprovechando

Israel ha descubierto que sus enemigos históricos son mucho más débiles de lo que transmitían y quiere aprovecharlo sin pedir permiso a nadie

Foto: El presidente de EEUU, Joe Biden, y el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu. (Europa Press)
El presidente de EEUU, Joe Biden, y el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu. (Europa Press)
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Desde que Israel lanzó su campaña en respuesta a los atroces atentados cometidos por Hamás el 7 de octubre pasado, el conflicto se ha desarrollado sobre una paradoja. Estados Unidos ha pedido reiteradamente al Gobierno de Benjamin Netanyahu que esa respuesta fuera proporcionada y no diera lugar a una guerra regional abierta que acabara implicando a Irán. Pero Netanyahu ha ignorado de manera sistemática esa exigencia porque tiene una certidumbre: haga lo que haga Israel, Estados Unidos acabará poniéndose de su lado. Más aún si, tras los bombardeos de anteayer, el conflicto con Irán se intensifica.

Eso significa básicamente dos cosas. La primera es que el Gobierno de Estados Unidos ha dejado de tener el poder que ejercía en el pasado en Oriente Medio. En parte, debido a las catastróficas guerras —y retiradas— de Afganistán e Irak. En parte, porque Barack Obama hizo explícita la intención de desentenderse de la región para centrarse en el Pacífico y el que en las próximas décadas será su mayor adversario, China. En parte, porque los Acuerdos de Abraham que impulsó Donald Trump no contemplaban un escenario de guerra como el actual. Y en gran parte, por supuesto, por la debilidad de Joe Biden, que ha sido incapaz de imponer su voluntad. La inminencia de las elecciones, ante las cuales muchos votantes demócratas entenderían como una traición cualquier actitud que no sea la de amparar el derecho de Israel a defenderse sin límites, no ha ayudado. De la capacidad de la UE o la ONU es mejor no hablar siquiera.

Pero también significa, en segundo lugar, que Israel cree que puede, por sí mismo, rehacer el mapa del poder en Oriente Medio gracias a su superioridad militar y tecnológica. Cree que tiene una oportunidad única para hacer aquello para lo que lleva décadas preparándose. Y esa sensación puede estar justificada. En menos de un año ha matado a los líderes de Hamás y Hezbolá. Ha demostrado que dispone de recursos como los drones o el procesamiento mediante inteligencia artificial de los datos recabados gracias al espionaje. Que tiene la asombrosa la capacidad de intervenir, e incluso hacer explotar, artilugios electrónicos como buscas o radios móviles de los enemigos, lo que hace extremadamente difícil e insegura la comunicación entre los terroristas. Ha destruido las infraestructuras de Gaza y ha invadido territorios fronterizos de Líbano. Todo ello puede considerarse un gran éxito militar.

Pero el hecho es que por el camino Israel ha matado a miles, posiblemente decenas de miles, de personas. La mayoría de ellas civiles inocentes. Buena parte de la destrucción que ha causado en Gaza no tenía nada que ver con objetivos militares. Ha transgredido numerosas leyes de la guerra y, en muchas ocasiones, ha permitido que sus soldados actuaran de manera indecente. Ha instrumentalizado la guerra para beneficiar políticamente a Netanyahu. Ha bloqueado cualquier opción de un alto el fuego y nada hace pensar que vaya a desescalar el conflicto y buscarle un final.

Una ocasión singular

Israel ha descubierto que sus enemigos históricos son mucho más débiles de lo que transmitían y quiere aprovecharlo sin pedir permiso a nadie. Los dos bombardeos iraníes sobre Israel no han sido una muestra de la fuerza del régimen islámico, sino de lo contrario, y es probable que Netanyahu quiera ir más allá y siga escalando sus operaciones. Algunas de ellas serán respuestas legítimas, pero buena parte de su estrategia consiste en seguir provocando a Irán; tal vez, para justificar un ataque aéreo contra él más intenso que el que llevó a cabo en respuesta al bombardeo de abril —por ejemplo, contra instalaciones petrolíferas— o, en el caso más extremo, contra los lugares en los que desarrolla su programa nuclear, aunque es poco probable que pudiera acabar con él.

Si hiciera esto último, reforzaría al ala más radical del régimen iraní y le daría más razones para acelerar el programa nuclear. Pero, además de eso, la región podría sumirse en una guerra abierta que generaría un caos impredecible, dejaría miles de muertos más y provocaría un repunte del terrorismo islámico internacional. En ese contexto, sabe Netanyahu, Estados Unidos correría en su apoyo. También, de manera inevitable, lo haríamos buena parte de los europeos que le hemos criticado por su uso indiscriminado de la violencia contra civiles.

Foto: El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ante la Asamblea General de la ONU. (Reuters/Eduardo Muñoz) Opinión
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Israel puede seguir destruyendo lo que queda de Hezbolá en el sur de Líbano. Pero si se contiene en su respuesta a Irán, y este asume su impotencia y debilidad, podría evitarse la guerra. Sea como sea, tristemente, las llamadas al alto el fuego de Estados Unidos, la UE y la ONU cada vez son más estériles. Israel quiere terminar una tarea que en realidad es gigantesca y, probablemente, por débiles que estén sus enemigos, imposible. A consecuencia de ello, la guerra ha entrado en una nueva fase, va a ser más larga de lo que pensábamos y está casi por entero en las manos de Netanyahu y los líderes de Irán. Estados Unidos es impotente al respecto, lo cual nos permite vislumbrar cómo será un mundo en el que este cada vez esté menos dispuesto a intervenir o sea menos capaz de serlo. Sin embargo, aún tiene una lección que ofrecerle a Israel: también el Gobierno estadounidense pensó que podía rehacer por sí solo el mapa de Medio Oriente y acabó empantanado en dos guerras sangrientas, traumáticas y ruinosas.

Desde que Israel lanzó su campaña en respuesta a los atroces atentados cometidos por Hamás el 7 de octubre pasado, el conflicto se ha desarrollado sobre una paradoja. Estados Unidos ha pedido reiteradamente al Gobierno de Benjamin Netanyahu que esa respuesta fuera proporcionada y no diera lugar a una guerra regional abierta que acabara implicando a Irán. Pero Netanyahu ha ignorado de manera sistemática esa exigencia porque tiene una certidumbre: haga lo que haga Israel, Estados Unidos acabará poniéndose de su lado. Más aún si, tras los bombardeos de anteayer, el conflicto con Irán se intensifica.

Estados Unidos (EEUU) Israel Conflicto árabe-israelí
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