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Pero ¿cómo diablos podríamos vivir sin el Q+?
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Pero ¿cómo diablos podríamos vivir sin el Q+?

Si añadir letras es ampliar derechos, eliminar letras es recortar derechos. Es una regla de tres muy sencilla. En España, el gesto del PSOE ha sido letal: si te autoidentificas con algo que no figura en la burocracia, sencillamente desapareces

Foto: Una asistente con la cara pintada participa en el desfile anual del Orgullo Gay en Jerusalén. (EFE/Abir Sultan)
Una asistente con la cara pintada participa en el desfile anual del Orgullo Gay en Jerusalén. (EFE/Abir Sultan)
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El PSOE, en su gala norcoreana, borró sin pensarlo dos veces a un montón de gente del mapa. ¿Cuántas personas? No se sabe. Según explicaron luego, al retroceder, fue todo por una banalidad burocrática: cierto documento de la ponencia de igualdad se vio influido por la maléfica voz del feminismo clásico, que salió en tromba a celebrar la eliminación de dos elementos en las siglas LGTBIQ+.

En el susodicho documento de ponencia escribieron “elegetebé” y borraron el “cuplús”. Drama. Podrá parecerte poca cosa, pero escuchando a Irene Montero, Carla Antonelli y Bob Pop te das cuenta de la catástrofe. Tras el acoplamiento de siglas, hubo gente en España que dejó de existir de forma súbita, como en una novela de Stephen King. Y quedaron en la nada, sin acceso a los derechos humanos o a sus propias vidas, a la espera de que el PSOE volviera a incorporar al Kuplús Klan. Ejem.

¿Quiénes son los “cuplús”? Repasemos: L, lesbianas; G, gais; T, trans; B, bisexuales; I, intersexuales, y hasta aquí, para el PSOE, todo bien. Pero luego llegan los “Q+”, es decir, la gente queer, no binaria, fluida y un largo etcétera, cuyas identidades descansan en la paradoja: como no les gustan las etiquetas de género, han inventado una etiqueta de género, la han empaquetado en el “cuplús”, y agarrados a eso como si fuera el último flotador en el océano, visten y viven a su manera.

Si te parece una absoluta incongruencia que la gente con la identidad más heterodoxa e inclasificable tenga esta necesidad de etiquetar su identidad de género, es porque no has leído a Judith Butler. Te envidio, porque la cosa suena rocambolesca hasta resumida: tanto detestamos las etiquetas que, sin nuestra etiqueta que indica nuestra alergia a las etiquetas, no somos nadie. Milagros del primer mundo.

Foto: La ministra de Igualdad, Ana Redondo, durante uno de los actos del Congreso del PSOE en Sevilla. (EP / Joaquín Corchero)

En Canadá, que es un país a la vanguardia en cualquier tipo de avance social cósmico que se os ocurra, LGTBIQ+ es, de hecho, cosa del pasado cavernario. Allí han incorporado 2S, en referencia a los indios con dos almas, y varias letras más que no me voy a molestar en detallar porque vosotros, carpetovetónicos, no entenderíais nada (y yo tampoco). Gracias a esto, en Canadá existen más personas que en España.

Tú pones una sigla nueva, por ejemplo la Z, y luego esperas que la cosa se vaya llenando de víctimas. Es como cultivar champiñones. Y no será rara la aparición a medio término de alguna letra nueva para los que se identifican con (o desean a) los hongos.

Foto: Lara Hernández, secretaria de Organización de Sumar, en una comparecencia en Madrid. (EFE / Blanca Millez)

Si añadir letras es ampliar derechos, claramente eliminar letras es recortar derechos. Es una regla de tres muy sencilla. En España, el gesto del PSOE ha sido letal: si te autoidentificas con algo que no figura en la burocracia, sencillamente desapareces.

No disponemos todavía de informes minuciosos, pero durante el rato que el “cuplús” estuvo suspendido se redujo en más de un 40% el personal de ciertas tiendas de ropa de la calle Fuencarral, varias bandejas con productos Starbucks cayeron al suelo al vaporizarse los cuplús que las transportaban, y quedaron un montón de zapatos raros por las aceras de Chueca, como las sandalias de los romanos en Astérix.

A esta hora todavía no se puede aventurar si la inexistencia afectó sólo a los cuplús que votan al PSOE o a todos en general. Tampoco sabemos si fuera de España hubo cuplús afectados por la inexistencia. Sea como sea, al desaparecer los cuplús hubo mujeres comprometidas con el feminismo de la segunda ola que, habiendo sido borradas previamente, reaparecieron como las ánimas en Galicia.

Porque al final todo va de esto: la desaparición de los cuplús ha sido una venganza por el borrado de mujeres. Según el feminismo canoso español, fuertemente pesoizado y en letal enfrentamiento bizantino con el feminismo de pelo de colores y posible acceso a la barba, fuertemente sumarizado y podemizado, el movimiento queer hace brotar chiflados donde antes había señoras que saben quién es Lidia Falcón.

Acuciadas unas por la creencia de que las mujeres pueden ser borradas de la faz de la existencia y otres por la violencia simbólica que sienten al tambalearse unas letras de una sopa de siglas, los dos ejércitos tratan de conquistar la colina de los derechos humanos mientras se eliminan simbólicamente. Sin embargo, pase lo que pase, en realidad todo el mundo existe y tiene un lugar de honor en mi pereza.

El PSOE, en su gala norcoreana, borró sin pensarlo dos veces a un montón de gente del mapa. ¿Cuántas personas? No se sabe. Según explicaron luego, al retroceder, fue todo por una banalidad burocrática: cierto documento de la ponencia de igualdad se vio influido por la maléfica voz del feminismo clásico, que salió en tromba a celebrar la eliminación de dos elementos en las siglas LGTBIQ+.

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