Norcoreanos del PSOE: cuando muere la ética, truena la unanimidad

El daño que consiga hacer Pedro Sánchez a España, al final, sólo palidecerá ante el daño que le ha hecho ya al PSOE. Hoy no existe ninguna razón para que un socialdemócrata con dos dedos de frente apoye el proyecto personalista de este caudillo pagado de sí mismo. Esto suena duro, pero lo digo con conocimiento de causa: yo mismo fui un día votante de esta mierda.

Ahora hace falta ser muy militante para defenderlo, pero la paradoja es que los militantes tendrían que ser los más interesados en desalojarlo, como Bruto a Julio César, antes de que Sánchez destruya por completo el partido en que militan. Tras los últimos días, una remota esperanza se ha apagado. Parece que Juan Lobato no se atreve, y mira que se lo ha puesto a huevo el ABC.

El lunes, en lo de Alsina, Lobato hizo algo increíble y revelador de cómo está el PSOE: decidió no quedar como persona honesta, como se infería de la noticia de ABC, porque eso podía hacer daño a su partido. Y sí, así está hoy por hoy la cosa: nada puede hacer más daño al PSOE de Sánchez que la honradez de uno de sus militantes. Todo lo que no sea argumentario y aplauso resulta letal.

Ignoro, tras la comparecencia de Lobato el martes, si hay en sus movimientos más sutileza o cobardía. Sea como sea, no es lo mismo ponerse en contra al PSOE anterior a Sánchez que al PSOE de Sánchez. Un detalle: en el vídeo de su breve comparecencia, cuando se levanta y sale, nadie lo acompaña. Se ven miradas de pánico. Todos saben que nadie trata con más dureza al posible traidor que el que se tomó el poder usando la traición.

Me pregunto cuántos socialistas apoyarían a cualquiera que quiera descabalgar al líder. Como hay que empezar por algún sitio, iré por la judicial: Sánchez tiene imputada a su mujer, a su hermano, al fiscal general y a su exsecretario de organización y exministro de mayor poder, José Luis Ábalos, quien por cierto lo siguió en su viaje contra la gestora del partido acompañado por Koldo y, además, montó la moción de censura contra la corrupción del PP de Mariano Rajoy.

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Es decir: Sánchez subió al poder con el mandato de acabar con la corrupción y ahora mismo parece ser el núcleo irradiador de corrupción. Si te importa mínimamente la limpieza de las instituciones, lo “presunto” debería bastar con tanto fleco. Cuando el mayor enemigo de un Gobierno es la UCO, algo está pasando. ¿A ningún militante le resulta incómoda esta circunstancia?

“Es mi ideología”, contestarán. Pero la única ideología de Sánchez es el sanchismo. Ha sometido el interés general a su supervivencia. Se llama “progresista” sin dar pruebas que no sean retóricas, como cuando llama “ultraderecha” al adversario y su celo antifacha desaparece si los ultras de Junts exigen algo o el voto de Meloni es necesario para que Ribera ocupe un cargo en Europa.

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Durante su Gobierno, las diferencias entre comunidades autónomas se han agrandado, la deuda se lo come todo, la crisis de vivienda se recrudece, el precio de la cesta de la compra está por las nubes y los impuestos asfixian a ricos y pobres sin que un solo funcionario declare que su sector ha mejorado por este motivo. ¿Dónde está, entonces, la ideología? ¿Dónde está la pasta?

Entiendo que la disonancia cognitiva es dolorosa, pero de vez en cuando hay que respetarse un poco. Sánchez no tiene ningún escrúpulo a la hora de mentir a sus electores. Lo ha dejado claro tantas veces, con tantos asuntos, que la hemeroteca es la mayor amenaza contra su credibilidad.

Por ejemplo: criticó muchas veces al PP por parasitar las instituciones, por ejemplo durante el bloqueo del CGPJ. ¿Qué hacía mientras tanto? Colonizar la Fiscalía, el Banco de España, el Tribunal Constitucional, el CIS y la Radiotelevisión pública, donde enchufó a comisarios políticos de cada partido del Frankenstein al día siguiente de la catástrofe en Valencia. Como si a RTVE le hiciera falta más control.

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Ante una hoja de servicios como esta, el militante socialista tendría que ser el primer interesado en ponerle freno a Sánchez, pero todos parecen alucinados, cegados, sometidos a la vertiginosa huida hacia delante del líder. El caso de Lobato, de ser como parece, resulta sintético: Sánchez se habría enemistado con él por negarse a delinquir al servicio del partido.

¿Guarda el madrileño un aguijón envenenado? ¿Hay estrategia en lo que parece cobardía? ¿Llegará vivo al Comité Federal? Con o sin él, no se prevé otra cosa que unanimidad norcoreana. Cuando la mera conciencia de un individuo estorba a una organización, el aplauso siempre es atronador.