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España is not Spain
Por
Javier Milei rebana a 44.000 criptobobos con la motosierra
De pronto, una masa de borregos libertarios e independientes, forjados a sí mismos a base de gimnasio y blogs financieros, convencidos de su propia astucia inexistente, decidieron que si Milei dice salta es porque la teoría de la gravedad no opera
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Javier Milei ha usado su famosa motosierra de manera original y novedosa para reventar el patrimonio de una bola de pelotudos. Animó a invertir en la criptomoneda de dos de sus asesores, y lo hizo con aires patrióticos. Estos asesores tenían una pinta de horteras que a mí me basta para saber que no les prestaría ni un cigarro. Esto lo digo porque soy prejuicioso y los prejuicios estéticos me han ayudado mucho a lo largo de mi vida. He dejado de votar gracias a mis prejuicios, que lejos de disolverse se van fortificando con el tiempo.
Fue mágico. De pronto, una masa de borregos libertarios e independientes, forjados a sí mismos a base de gimnasio y blogs financieros, convencidos de su propia astucia inexistente, decidieron que si Milei dice salta es porque la teoría de la gravedad no opera. En un espectacular automatismo, 44.000 tontos con algo de dinero se convirtieron en 44.000 criptopanolis. Cuando los creadores del timo sacaron toda la pasta, el valor del producto financiero promocionado por Milei pasó a ser cero. Los tontos lo habían perdido todo.
¡Y todavía tenían estos inversores la desvergüenza de irritarse! Lo que tienes que hacer si te pasa esto es meterte debajo de una colcha y no salir. Que no se te vea durante un tiempo. Vende el coche y el Rolex y trata de recuperar el respeto por ti mismo, porque cualquiera con dos dedos de frente va a llamarte “tonto” si te ve berreando lo tonto que has sido en un vídeo de TikTok. Si has sostenido públicamente que no te puedes fiar de nadie, para qué te fías de un presidente.
La responsabilidad del presidente en la estafa vertiginosa, por cierto, está clara. No hay paño caliente con el que sus partidarios internacionales puedan cubrir esta masacre reputacional. De la misma forma que desaparece el dinero en la criptoestafa, se esfuma el crédito de un dirigente. Un día eres tío que está solucionando la inflación en Argentina, que es como reflotar el Titanic con dos bridas, y al día siguiente eres un timador. Es química. Nada puede cambiar esto.
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Ha salido Milei en una entrevista que es cine puro. Parecía un demente que despierta de un delirio revolcado en sus excrementos. Ha dicho que si vas a un casino no puedes llorar luego, como si no hubiera sido él quien ha dicho a sus fans que en ese casino se gana. Ha dicho también que había mucho bot y que seguramente no fueron 44.000 los estafados sin aportar pruebas; y que argentinos habría pocos; y que él estaba usando su cuenta personal y no institucional. Es todo tan absurdo que me recuerda al fiscal general español y al balbuceo mediático de que borrar pruebas es legítimo.
Discuten sus fans, como hacen aquí los fans de Pedro, sobre matices y letras pequeñas, la mayor parte improvisadas, en un intento de ocultar la evidencia con cuestiones laterales. Buscan un argumentario que cubra la ruina. Dicen que a lo mejor no hay dolo, es decir, que Milei estaría engañado y habría cometido un error. ¡Pues vaya premio Nobel de Economía, si te estafan unos tipos con esas pintas!
La discusión sobre el dolo intencional es ridícula en su núcleo desesperado, porque el error de un presidente que arruina, más todavía si lo hace animando a una inversión privada, en mi jerga ética se llama delito, esté tipificado o no. Es decir, no me importa si engañaron a Milei, sino que él engañó a miles. La cripto no valía nada cuando él tuiteó y luego la saca estaba llena de dinero y en manos de los ladrones. Eso demuestra que ha participado activamente en la estafa.
Tampoco sirve de nada ahora recordar el daño económico que los Kirchner han hecho a Argentina, la ruina de millones, de la misma forma que no vale culpar a Mariano Rajoy de los problemas actuales de la vivienda o a Franco de los arrebatos independentistas de Cataluña. Cada cual deja su propio rastro. Quien tiene el poder es responsable del daño que hace. Punto.
Lo que más me divierte constatar estos días es hasta qué punto es falsa la sensación que muchos tienen de su propia independencia de criterio. Si Milei representa a los individuos que no se dejan engañar por la propaganda sistémica, están ahora sus defensores la mar de enfrascados en ella. Buscan argumentos para sostener lo insostenible y olvidan todo lo que dirían si Cristina Fernández de Kirchner animase a sus zombis obedientes a invertir su dinero en un fondo fraudulento.
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Bueno, yo os lo recuerdo: si Cristina Fernández de Kirchner animase a sus zombis a invertir su dinero en un fraude, los partidarios de Milei escribirían lo mismo que estoy escribiendo yo.
Pero no quiero irme sin decir otra cosa: no me dan ninguna pena los estafados, de la misma forma que no me dan ninguna pena quienes se meten en una secta y terminan inmolándose en un suicidio colectivo. La estafa del criptomeme me sirve como prueba de la vigencia de un viejo saber popular: nadie da duros por pesetas. Si te crees tan listo como para meterte en ese negocio, eres bobo y mereces el mal que te causas a ti mismo.
Esta es la parte que se puede agradecer a Milei: involuntariamente ha desenmascarado la estupidez gregaria de sus partidarios y con ella ha destruido sus patrimonios. Quien pierde todo su dinero por meterlo en una criptohorterada es como el que pierde a su hijo por estar todo el día en el bar emborrachándose. El esfuerzo y la dedicación explican el crecimiento, y el crecimiento sin esfuerzo ni dedicación es carne de fracaso. Me da una sensación de paz inmensa que se esfume un espejismo.
Javier Milei ha usado su famosa motosierra de manera original y novedosa para reventar el patrimonio de una bola de pelotudos. Animó a invertir en la criptomoneda de dos de sus asesores, y lo hizo con aires patrióticos. Estos asesores tenían una pinta de horteras que a mí me basta para saber que no les prestaría ni un cigarro. Esto lo digo porque soy prejuicioso y los prejuicios estéticos me han ayudado mucho a lo largo de mi vida. He dejado de votar gracias a mis prejuicios, que lejos de disolverse se van fortificando con el tiempo.