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No, Umbral, Rosa Chacel no era una bruja, sino una gran escritora
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No, Umbral, Rosa Chacel no era una bruja, sino una gran escritora

La autora de 'Memorias de Leticia Valle' sufrió en vida el desdén de novelistas tan influyentes como Francisco Umbral, y su obra sigue estando hoy infravalorada por los libros de texto

Foto: Estatua de Rosa Chacel en Valladolid
Estatua de Rosa Chacel en Valladolid

Mañana hay una huelga feminista y, a falta de un 8 mejor, me agarro a ese octavo día del mes de marzo para hablarles de Rosa Chacel. Sucede que Rosa Chacel no hizo nada particularmente reseñable hace cincuenta años o hace cien, ni nació ni murió; tampoco coincide que publicara un gran libro en 1993, y que ahora se cumpla el vigésimoquinto aniversario. La aritmética del aniversario es casi la única forma de resurrección que asiste a los escritores olvidados, pero Rosa Chacel no me cuadra por ningún número con este 2018. Nació hace 120 años, murió hace 24; en 1996 la sentaron en bronce en un banco de Valladolid. Parece -por Google imágenes- que ese banco de la plaza de Poniente lo pintan de morado con regularidad, impugnando menos la lluvia que el hecho tristísimo de que una estatua a un escritor exima ya de leerlo. Los escritores muertos prefieren ser leídos, mucho más que moldeados.

Foto: Desfile de Año Nuevo en Hong Kong. (EFE) Opinión

Si hay algo que me enerva como lector es que se me traspapele un escritor. ¡Que yo he leído hasta a Eduardo Zamacois, por Dios santo! Sin embargo, nadie me dijo nunca que Rosa Chacel era tan buena. Después de leer bastantes libros suyos, en estos últimos meses, me he esforzado en averiguar por qué no la había leído antes. El motivo tiene nombre y bufanda: Francisco Umbral.

Sí. Fue Francisco Umbral, desde 'Las palabras de la tribu' y desde algunas columnas y entrevistas, el que me quitó las ganas de leer a Rosa Chacel. Fácilmente podemos hablar de machismo, pero miren que ambos eran de Valladolid, y que los castellanos, a mayores del machismo, somos bastante hijos de puta. A lo mejor Rosa Chacel no le abrió la puerta un día a Umbral cuando se apellidaba Pérez y le tocó el timbre. A lo mejor ella ganó un premio que él quería o no le dio respuesta a un envío literario o sus familias se juraron odio eterno por una fuga de fontanería. En Valladolid la fontanería echa a perder muchas amistades.

Foto: Francisco Umbral Opinión
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El machismo del libro de texto que no dedica un tema entero a Chacel -como sí hace con Cela- es el que se debe solucionar.

Dijo Umbral de Chacel: “Es una bruja cruzada de Mary Poppins”. Reincidió: “una vieja bruja de Valladolid”. Como vemos, lo de la brujería de Chacel lo tenía clarísimo. En el año 2000 explicó un poco la cosa a Nuria Azancot en una entrevista: “Las experiencias que yo tengo de relaciones con ella son muy negativas, pero no sólo las personales, las colectivas también.”

Quizá se escriba así la historia de la literatura: primero tiene una que caer bien.

Alcancía

Dos novelas maravillosas tiene en su haber Rosa Chacel: 'Estación. Ida y vuelta' y -sobre todo- 'Memorias de Leticia Valle'. Tratar de encontrarlas en librerías o bibliotecas puede retrotraerles a aquellos días escolares en los que sus profesores organizaban ambiciosas yincanas. Sin embargo, quiero hablarles aquí de 'Alcancía II. Vuelta', el segundo tomo de sus diarios. Entre otras cosas, porque ni el CNI localizaría un ejemplar de este libro si el futuro de España dependiera de lo que pone -digamos- en su página 129.

placeholder 'Alcancía II'
'Alcancía II'

'Alcancía II' lo fue escribiendo Rosa Chacel en su exilio brasileño, sexagenaria y septuagenaria, y no precisamente al ritmo de la samba, sino del desprecio que le llegaba desde su país natal. Este libro es como la carta de navegación del fracaso literario, en concreto, del fracaso literario que los demás deciden para ti. “Haber llegado a los sesenta y ocho años sin tener un editor, sabiendo escribir el castellano con propiedad y correctamente, es cosa que no le pasa a cualquiera, pero yo preferiría una situación menos excepcional; preferiría que mis cosas se imprimiesen modestamente, se echasen a la calle y viviesen su vida. Parece ser que esto me está vedado.”

El tormento de Chacel era casi diario: “Recibo una carta de la editorial Edhasa, en estos términos: “Por correo separado, le devolvemos su obra: 'Desde el amanecer', puesto que no entra dentro de nuestra línea de publicaciones. Sin otro particular... etc.” Esto, a los setenta años, yo creo que no le ha sucedido a nadie que sepa escribir su idioma.”

Más tortura: “Si mi carrera literaria fuese normal, es decir, si tuviera un editor, si se hubiese traducido algún libro mío y existiese la probabilidad de que esto saliera a la calle en poco tiempo y diese algún resultado económico, afrontaría el bochorno porque, después de todo, creo que no tengo derecho a negarme tan en redondo a la prostitución.”

Todo es tan repugnante que me da vergüenza seguir. No, no se me toma en serio; se ve a la legua que soy un ser indefenso

El 1 de enero de 1971 anotaba: “Todo es tan repugnante que me da vergüenza seguir”. “No, no se me toma en serio como persona; se ve a la legua que soy un ser indefenso.”

Una de las pocas alegrías brasileñas de nuestra autora consistía al cabo en que algo le impidiera escribir: “Qué bien; se me ha terminado la carga del bolígrafo; es un pretexto para no seguir con este simulacro.”

Amarga, cascarrabias, sincerota (“mi repudio de 'Cien años de soledad'”; “Termino 'Moby Dick'. ¡Qué bluff, santo Dios!”), encantadora (“Me gustó 'Los girasoles de Rusia' [una película] porque se ve bastante de Rusia”), Rosa Chacel -a la que Mario Levrero sí leía, por cierto- es seguramente el mayor talento literario español ninguneado de todo el siglo XX.

Casi lo veía venir Rosa Chacel en 'Estación. Ida y vuelta', su primera novela: “Yo escribiré algún día las memorias de mi pasado condicional, las memorias de todas mis potencias triunfantes o fallidas, según fueron de buen o mal modo condicionadas, y tendré que pegar hebra muchas veces en todas aquellas cosas que se soslayaron, que sólo dejaron una débil huella en el punto de partida desde donde hubieran podido ser.”

Mañana hay una huelga feminista y, a falta de un 8 mejor, me agarro a ese octavo día del mes de marzo para hablarles de Rosa Chacel. Sucede que Rosa Chacel no hizo nada particularmente reseñable hace cincuenta años o hace cien, ni nació ni murió; tampoco coincide que publicara un gran libro en 1993, y que ahora se cumpla el vigésimoquinto aniversario. La aritmética del aniversario es casi la única forma de resurrección que asiste a los escritores olvidados, pero Rosa Chacel no me cuadra por ningún número con este 2018. Nació hace 120 años, murió hace 24; en 1996 la sentaron en bronce en un banco de Valladolid. Parece -por Google imágenes- que ese banco de la plaza de Poniente lo pintan de morado con regularidad, impugnando menos la lluvia que el hecho tristísimo de que una estatua a un escritor exima ya de leerlo. Los escritores muertos prefieren ser leídos, mucho más que moldeados.

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