Mala Fama
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¡La revolución de la crítica! (Es broma)
De vez en cuando, parece que la crítica va a empezar a hacer su trabajo, pero es solo un espejismo
Jordi Gracia denostó el otro día la novela de Sonsoles Ónega en El País y Juan Marqués sentenció en The Objective que las novelas de Aixa de la Cruz, Katixa Agirre y Lara Moreno publicadas en 2022 eran "malas". Pozuelo Yvancos ha dado en ABC dos estrellas sobre cinco a Nada que decir, el premio Tusquets de Silvia Hidalgo, que considera poco menos que un potito de parvulario. Amigas, si esto no es misoginia, si esto no es machismo coordinado para silenciar la escritura de las mujeres, yo no sé qué es.
Crítica, puede.
No leo crítica literaria, pero de vez en cuando me pasan un texto porque de casualidad alguien ha conseguido decir algo con su crítica. Al que más le cuesta decir cosas es a Jordi Gracia, porque su sintaxis impide párrafo sí, párrafo no, que entiendas qué quiere comunicar. Atacando la prosa impúber de Ónega, la reseña de Gracia conseguía un apreciable díptico de prosas paralelas lamentables. Escribir bien no es fácil, y a veces te pasas de frenada con la hipotaxis, el vocabulario y la petulancia. La prosa
del-punto-justo la consiguen muy pocas personas, mayormente Mercè Rodoreda y Juan Rulfo. Aunque siempre es peor no saber escribir.
Como vivimos tiempos donde todo lo que era sólido se desvanece en un libro de Muñoz Molina, escribir bien es apenas un inconveniente para ser escritor. Como decían en una obra de Tom Stoppard: "¿Quién ha dicho que para ser escritor haya que saber escribir?" Tirando por ahí todo seguido, nadie ha dicho tampoco que un premio de novela deba premiar una buena novela; nadie ha dicho que miles de participantes en premios pactados puedan denunciarte por estafa; nadie ha dicho que las novelas se lean antes de reseñarlas, y nadie ha dicho que la crítica esté para señalar la excelencia y contribuir con ello a la formación intelectual del pueblo. Eso es antiguo.
Cuando usted le pone cuatro estrellas a una tostadora, no duda ni un segundo. En España es complicado leerse un libro y decir qué te parece
La crítica, en rigor, es la parte más sencilla de todo el ecosistema literario. La crítica la resumió Facebook en una sola palabra: like; Amazon o Goodreads no necesitaron lenguaje siquiera: cinco estrellitas cavernícolas bastan. Cuando usted le da like a algo, le pone cuatro estrellas a una tostadora, no duda ni un segundo. Sin embargo, en España es complicadísimo leerse un libro y luego decir qué te ha parecido. Es un proceso de una complejidad impresionante. A ver si se va a cabrear alguien.
Si hay una sola cosa (y ni siquiera es saber escribir) que precisa el ejercicio de la crítica es ética. Como usted puntuando tostadoras en Amazon. ¿Acaso le importan un huevo los sentimientos del fabricante de tostadoras? No, no le importan un huevo los sentimientos del fabricante de tostadoras. Le pone dos estrellas y se queda tan pancho. ¡Que aprenda a hacer tostadoras! La ética crítica, en realidad, no consiste sólo en teclear honestamente tus impresiones sobre una novela que has leído, también guarda relación con no leer novelas sobre las que tu opinión está prácticamente formada antes de abrirlas.
Esto quiere decir que yo no voy a leer el libro de Sónsoles Ónega y ponerlo a parir, porque ya sé que no es el tipo de novela que puedo tolerar. Ir a hacer daño es crueldad; hacer daño finalmente son gajes del oficio. Sólo hay que abrir las novelas que te interesan, porque tu inclinación lectora las señala o porque la sociedad de pronto las eleva y destaca. Entonces, si les ves defectos, impurezas, podredumbre artística, lo dices. Tienes todo el derecho porque te acercaste a ese libro de buena fe: sólo un imbécil lee para que no le guste un libro.
Y eso es hacer crítica valiosa: abrir el debate; quebrar, eventualmente, la unanimidad.
En España no existe la crítica literaria, sino las relaciones públicas, que diría George Orwell
El otro extremo de la ética tiene que ver con los amigos. Hay críticos que seguramente no hablan bien de ningún libro si no lo ha escrito un amigo suyo. Esta perversión sería fácil de equilibrar: primera frase de la reseña, "Fulano es amigo mío", y luego puedes, de hecho, decir que su libro es extraordinario, porque a veces los amigos escriben libros extraordinarios, pero con la prevención asentada para los lectores de que quizá te ciegan los vínculos, las copas o, incluso, el sexo.
Pero en España no existe la crítica literaria, sino las relaciones públicas, que diría George Orwell. Así, el escritor con más prestigio suele ser el que tiene más amigos, más cenas, más mensajes enviados los lunes. Los libros no se leen, se prohijan. Los premios no se ganan, se trabajan. Las críticas no juzgan, publicitan. Al lector no hay que orientarle, sino engañarle.
Para hacer la revolución haría falta que la mayoría de los críticos, la mayoría de los editores de los grandes grupos y buena parte de las nuevas autoras se dedicaran todos ellos a cualquier otra cosa.
A la política, sugiero.
Jordi Gracia denostó el otro día la novela de Sonsoles Ónega en El País y Juan Marqués sentenció en The Objective que las novelas de Aixa de la Cruz, Katixa Agirre y Lara Moreno publicadas en 2022 eran "malas". Pozuelo Yvancos ha dado en ABC dos estrellas sobre cinco a Nada que decir, el premio Tusquets de Silvia Hidalgo, que considera poco menos que un potito de parvulario. Amigas, si esto no es misoginia, si esto no es machismo coordinado para silenciar la escritura de las mujeres, yo no sé qué es.
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