Mala Fama
Por
Lo mal que la madera imita a las frutas
Fernández Mallo supera con éxito la prueba de escribir un libro íntegramente sobre su padre
Antes, cuando no dejaban escribir a cualquiera, un libro sobre tu padre o sobre tu madre sólo se lo permitíamos a un gran autor. El libro confesional iba siempre el último, pedía la vez, pedía el prestigio, y cuando se tenía una obra y algún reconocimiento, uno cometía la osadía de exponer sus miserias. Que estos libros viscerales fueran luego lo mejor de un autor no contradice el hecho de que para escribir ciertas cosas primero había que demostrar que se era escritor.
Ahora, muchos autores y muchas autoras empiezan escribiendo lo que no nos importa: sus cositas, sus mamás, sus papás, sus traumillas, sus acosos escolares y por ahí todo seguido. Como empiezan por el final, la mayoría de estas carreras literarias ya ha terminado. No todo es necesariamente triste en literatura.
El libro del padre, como el de la madre, es un libro difícil, porque para hacer homenajes a tu padre ya está Casa Lucio o ciertas botellas de vino de la Ribera del Duero. A tu madre la puedes llevar a la ópera, o a Torrevieja. Allí, no molestas a nadie.
Escribir un libro contando la vida de tu padre, siendo que su vida fue totalmente del montón, es, desde luego, indecente. No por la vida que cuentas, sino por la petulancia que descargas. "Mi padre vale un libro, y el tuyo no", le dice el autor al lector.
Lo cierto es que muchas familias, normalmente con dinero, mueven agendas y teléfonos, o esculcan internet, para pedirle a escritores poco conocidos que, por un monto no desdeñable, les escriban un libro sobre el patriarca. Es un libro para la sala, no para ponerlo en la Casa del Libro. Esto nos indica que la idea de salvar una vida en papel, en tinta superviviente, no es consustancial a la vocación de escritor, sino a la vocación de hijo. Por eso, escribir y publicar Mi padre es de una descomunal soberbia, de mal gusto y de señoritos.
La única excepción, claro, son los libros sobre tu padre que resultan muy buenos. Pero la mayoría de los libros que escribe hoy la gente sobre su padre son espantosos.
Corazón
Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967) acaba de publicar
El padre de Agustín Fernández Mallo no es mejor que el padre de otros escritores, es decir, no tiene el autor más que decir de su padre veterinario que lo que otros dijeron de su padre notario. Los padres son todos más o menos igual, salvo si tu padre es Hitler o Elon Musk. Quiere decirse que si tu padre es un don nadie, no inventó nada ni mató mucho, el libro que vas a escribir de él es más difícil, porque no es una biografía histórica, sino una biografía doméstica. El reto aquí es que a mí me importe tu padre.
¿Cómo se hace esto? No lo sé. Si lo supiera, ¿se creen que no habría escrito yo ya un libro sobre mi padre?
Intuyo que, primero de todo, hay que saber a qué venimos aquí. Aquí no venimos a escuchar a Fernández Mallo hablar de su padre, sino a disfrutar de una obra literaria. El tacto mayor del autor al toquetear las teclas del teclado no debe ser, por tanto, con la memoria de su padre, sino con la paciencia del lector. Al lector tu vida no le importa nada, le importa la suya, le importa esa parte de su vida que está dedicando a leer tu libro.
Así, yo creo que Mallo hace con su padre un libro, por momentos, extraordinario. No porque lo quiera mucho (lo quiere lo normal, o quizá un poco menos), sino porque trae a la página todo el tiempo cosas de interés, aviones, vacas, teorías, reflexiones, anécdotas, y no es el padre el que tiene que quedar bien plantado y planchado en los pliegos, sino el personaje que hemos edificado con el padre. Luego el padre de verdad ya Dios sabrá cómo fue en toda su dimensión.
Un pero, de los dos peros importantes que tengo que ponerle a esta obra estupenda, es, claro, el título. Yo creo que no tiene gracia ni tiene sentido titular "madre" un libro que va, de hecho, sobre el padre. Se trata del título de un álbum de Pink Floyd, pero eso no salva el set. Sólo se me ocurre un chiste para explicármelo: como todo es femenino hoy, vamos a poner madre a ver si alguna lectora compra el libro (sobre mi padre).
Después del título, viene, claro, el libro todo seguido, y todo seguido hasta la página 160 Madre de corazón atómico es prodigioso. Me gusta todo.
Me gusta el tono, por ejemplo, frío, como triste por sí mismo y no porque recuerde al padre muerto hace doce años. Hay algo de perro viejo de la literatura en ese tono, algo puro como, digamos, el
Me gusta el impudor, claro. Es el impudor lo que hace de
Mallo, con mayor o menor voluntad, nos revela que no estuvo con su padre cuando murió, tenía trabajo. También nos cuenta que, al día siguiente del funeral, se fue a una entrevista en la radio. Esto, a la persona que lee, le parece mal; pero al lector, que es la persona que sujeta el libro, le da la mejor literatura confesional. Si vas a contarlo, cuéntalo todo. También afirma que su padre escribió una autobiografía doméstica y se la dio, pero él no la leyó hasta después de su muerte, tres años después.
No le costaba nada a Mallo esquivar esos detalles; mentir. Si me permiten, me pasó algo similar en
El libro, a mi modo de ver (ya saben que no tengo ni idea de esto) es perfecto hasta la página 160
Y me gusta, claro, la sustancia común a la página de Madre de corazón atómico, que es la reflexión, la idea suelta, la ocurrencia, decenas de frases subrayables y, en ocasiones, fascinantes. "Siempre me ha llamado la atención lo mal que la madera imita a las frutas". "Cuando hay un problema irresoluble, salir y volver a entrar".
El libro, a mi modo de ver (ya saben que no tengo ni idea de esto) es perfecto hasta la página 160, página que se cierra así: "Y vuelve entonces un avión que, mientras pescas unas ranas que no comerás, perdido entre la niebla da vueltas sobre tu cabeza antes de precipitarse al vacío".
Ojalá hubiera acabado ahí Mallo; ojalá un editor con un hacha.
Pues no. Sigue.
Son cincuenta páginas más que no carecen de interés, pero que sabotean la redondez, la pulcritud moral, la pieza maestra ya cincelada.
Todo lo cual no impide que esta obra sea sobradamente de lo mejor que se ha publicado este año en España.
Antes, cuando no dejaban escribir a cualquiera, un libro sobre tu padre o sobre tu madre sólo se lo permitíamos a un gran autor. El libro confesional iba siempre el último, pedía la vez, pedía el prestigio, y cuando se tenía una obra y algún reconocimiento, uno cometía la osadía de exponer sus miserias. Que estos libros viscerales fueran luego lo mejor de un autor no contradice el hecho de que para escribir ciertas cosas primero había que demostrar que se era escritor.
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