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Los inmortales: ya hay más gente famosa de 80 años que de veinte
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Alberto Olmos

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Los inmortales: ya hay más gente famosa de 80 años que de veinte

Mitos vivos del cine o de la música siguen en activo y representan el Olimpo de la cultura contemporánea

Foto: Bob Dylan, durante el concierto que ofreció en Culver City, California, en 2011. (Getty Images/Kevin Winter)
Bob Dylan, durante el concierto que ofreció en Culver City, California, en 2011. (Getty Images/Kevin Winter)
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Me fascina la gente que decide no morirse. La decisión suele tomarse pasados los 80 años. “Ya que hemos llegado hasta aquí”, se dicen algunos ancianos, “vamos a seguir para siempre”. Hay dos tipos de vejez, y en una sí te mueres. Alrededor de los setenta años, dan ganas, porque es todo muy aburrido y arrugado. Luego, le vas cogiendo el punto a no morirte, y la muerte de los demás convierte fallecer en una mala idea. Si estás bien como estás, ¿para qué te vas a morir?

El anciano se vuelve inmortal aprovechando la confusión. Ya nadie sabe cuántos años tiene. Él se hace el tonto, molesta poco, echa quinielas. Cuando un anciano echa quinielas, ya sabes que no piensa en morirse. Sin darte cuenta, hay bastante gente que no se ha muerto nunca; están. Están por ahí, como la Giralda o, por poner un ejemplo más exacto, pero igual de monumental, Bob Dylan.

Bob Dylan tiene 83 años. Cuando se hacen necroporras, es decir, esas tétricas apuestas sobre quién morirá en el año que comienza, casi nunca se incluye a Bob Dylan. Se incluye a famosos que tienen cincuenta años, sesenta como mucho. Este año las necroporras vienen fuerte con Elon Musk y JK Rowling, que no tienen tantos motivos para morirse, salvo que a ti te apetece mucho. De esa inmortalidad hablamos: la gente ya no espera ni que te mueras.

Paul McCartney también cumplirá 83 años en 2025. Lo que me fascina es esto: hay decenas de octogenarios míticos. Cientos. Nunca antes la gente fue capaz de ser inmortal sin morirse. Dylan o McCartney eran famosos antes de que tú nacieras y, como te descuides, seguirán dando conciertos después de que tú encuentres acomodo en el cementerio. Willie Nelson (91), Ringo Starr (83), Tom Jones (83), Mick Jagger (81), Keith Richards (81), Diana Ross (80), Gloria Gaynor (81) o Raphael (81) ensanchan probióticamente la legión de vejestorios icónicos.

Foto: Paul McCartney durante su concierto en Madrid. Nos hizo vibrar (EFE/Borja Sánchez-Trillo)

En cine, la cosa es verdaderamente espectacular. Robert de Niro, Al Pacino, Woody Allen, Clint Eastwood, Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Jack Nicholson, Morgan Freeman, Julie Andrews, Michael Caine, Eva Marie Saint (¡100 años tiene la protagonista de, precisamente, Con la muerte en los talones!), Anthony Hopkins, Jane Fonda, Sofía Loren o Chuck Norris cuentan todos con más de ochenta años; y algunos, con más de 90. No se van a morir.

Voy anotando nombres con cuidado, como quien pasa de puntillas por un puente de cristal.

La cultura con mayúsculas es hoy un geriátrico, el talento se ha acumulado en gente que lleva 60 años siendo famosa y viviendo en una mansión

Imaginen, como imaginé yo a comienzos de año, que les diera por morirse a todos en la misma semana; el lunes, Bob Dylan, el martes, McCartney, el miércoles, Woody Allen; y el jueves Eastwood y Gene Hackman. Y el domingo, De Niro y Al Pacino. Sería el apocalipsis. ¿Cómo podríamos soportarlo? La cultura con mayúsculas es hoy un geriátrico, todo el talento verdadero se ha acumulado en gente que lleva sesenta años siendo famosa y viviendo en una mansión. Con el dinero y el poder pasa lo mismo: Florentino y Amancio, Trump y Biden. Inmortales.

Cuando les vemos en las fotografías, transmiten una paz muy peculiar. Es como si se hubieran pasado el juego (por eso no mueren), como si observaran la vida desde la meta, que ya no es desaparecer, sino estar de buen humor. Nadie tiene menos miedo a la muerte que un señor de 83 años con la vida redondeada y las tardes libres. El miedo a la muerte lo tiene el de cincuenta, con la hipoteca, el trabajo y el divorcio, y por eso le da un ataque al corazón y se muere sin saber que no hacía falta. Que podía dejarlo para mucho más tarde.

placeholder Paul McCartney y Ringo Starr, el pasado 19 de diciembre en Londres, durante un concierto de la gira 'Got Back' de McCartney. (EFE/MPL Communications/Mj Kim)
Paul McCartney y Ringo Starr, el pasado 19 de diciembre en Londres, durante un concierto de la gira 'Got Back' de McCartney. (EFE/MPL Communications/Mj Kim)

“Ser viejo es que la guerra ha terminado”, escribió Joan Margarit. Hay en la vejez después de la vejez (ya digo, a partir de los 80), esa calma posbélica, floreciente, de haber hecho todos los deberes y poder salir al recreo. Como si, por no haber tenido cáncer, ya no lo fueras a tener; como si, por no haber sufrido un accidente de tráfico mortal, ya le tuviera que tocar a otro. A los 80 diría uno que ya no hay desgracias, salvo perderse alguna ópera o elegir mal el vino. Y si te da por morirte, es como una broma que te hicieras a ti mismo, el capricho de levantarte tarde un martes.

En un momento dado, los únicos que saben con toda exactitud qué edad tienes son tus herederos. Los demás lo tienen que buscar en Google.

Sin embargo, hay un tipo de famoso que no alcanza estas plusmarcas de longevidad, que no gana el bingo de números muy altos. Son los deportistas. Casi todos los deportistas esprintan hacia la muerte. Lo sabíamos; pero esto lo confirma: el deporte cansa. Nadie cansado llega a viejo. Para llegar a octogenario, no hay nada como ser estrella de cine (naturalmente en Hollywood), magnate, presidente de Estados Unidos o malvado. El cine te vuelve inmortal; y las mansiones.

Me fascina la gente que decide no morirse. La decisión suele tomarse pasados los 80 años. “Ya que hemos llegado hasta aquí”, se dicen algunos ancianos, “vamos a seguir para siempre”. Hay dos tipos de vejez, y en una sí te mueres. Alrededor de los setenta años, dan ganas, porque es todo muy aburrido y arrugado. Luego, le vas cogiendo el punto a no morirte, y la muerte de los demás convierte fallecer en una mala idea. Si estás bien como estás, ¿para qué te vas a morir?

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