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Carlos III y Macron no cubren la deuda moral del Rey emérito
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Antonio Casado

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Carlos III y Macron no cubren la deuda moral del Rey emérito

La sombra del elefante que acompaña a Juan Carlos de Borbón es demasiado grande para verlo como un ciudadano más

Foto: El rey emérito Juan Carlos. (EFE/Lavandeira Jr.)
El rey emérito Juan Carlos. (EFE/Lavandeira Jr.)
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Cuatro nombres. Dos en el exterior y dos en el interior. Trabajo que le quitan a la Zarzuela y al mismísimo rey de España, Felipe VI. Me refiero a los dignatarios mayores y menores que parecen dispuestos a blanquear la imagen del rey emérito don Juan Carlos de Borbón.

Por un lado, Emmanuel Macron, que lo invitó a su mesa para brindar por el debut de Vargas Llosa en la Academia Francesa hace dos meses. Por otro, el rey de Inglaterra, Carlos III, que le convocó a los funerales de la reina Isabel en septiembre y ahora va a ser su telonero mediático con un almuerzo privado el martes 18 en Buckingham, en vísperas del viaje de Juan Carlos de Borbón a España, que inspira a los analistas cuando hablan de “empoderamiento internacional”.

Con su viaje a Sanxenxo en vísperas electorales, incumple su compromiso de ser discreto y evitar en lo posible su exposición pública

Por otro lado, ya puertas adentro, el líder nacional del PP, Núñez Feijóo, así como su sucesor en la presidencia de la Xunta de Galicia, Alfonso Rueda, están encantados de recibirlo “con los brazos abiertos” (Rueda dixit) y volver a poner las rías Baixas en el mapa, aunque las fechas elegidas unilateralmente por el emérito en vísperas de una campaña electoral (yesca para el incendio) hayan motivado un nuevo ataque de contrariedad tanto en el Gobierno como en la Casa del Rey.

La contrariedad está justificada. Con su inesperada decisión de viajar a Sanxenxo la semana que viene, y no en junio, después de las elecciones del 28 de mayo, como parecía tener decidido ya, don Juan Carlos incumple uno de los compromisos asumidos cuando Zarzuela (agosto de 2020) dispuso su alejamiento de España. Compromiso reiterado tras su ruidoso viaje a Sanxenxo del pasado mes de mayo: ser discreto y evitar en lo posible su exposición pública.

“Es mi propósito organizar mi vida personal y mi lugar de residencia en ámbitos de carácter privado para continuar disfrutando de la mayor privacidad posible”, le había comunicado a su hijo por carta hecha pública en marzo del año pasado. Eso no encaja en su agenda de los próximos días, donde el carácter privado de su almuerzo con Carlos III y su estancia en Sanxenxo se avecinan como uno de los grandes acontecimientos de la vida pública nacional.

No vale reducir el culebrón a la privacidad del viaje y el derecho de don Juan Carlos a moverse por donde quiera y cuando quiera, porque nada ni nadie se lo puede impedir. Uno siente vergüenza ajena cuando oye decir que “es un ciudadano como los demás”. Mentira. Es demasiado grande la sombra del elefante que le acompaña como para ignorar la condición pública inherente al personaje, por muy despojado que haya sido de sus funciones institucionales.

El emérito puede estar libre de culpas judiciales, pero no del pecado de incumplir la parte del contrato que le obligaba a ser ejemplar

El elefante es la violación del contrato con los españoles, que él firmó en su día en nombre de la institución monárquica. Rompió ese pacto y es lógico que la ciudadanía le pida explicaciones sobre su nada ejemplar comportamiento, descrito por él mismo como “acontecimientos pasados de mi vida privada que lamento sinceramente” (carta al rey Felipe firmada por “tu padre” el 5 de marzo de 2022). Una suerte de mea culpa malogrado con su televisado desplante: “¿Explicaciones, de qué?”.

Foto: El rey Juan Carlos. (EFE/EPA/Teresa Suárez)

Todo lo cual no le priva de su lugar en la historia ni del merecido reconocimiento a su contribución decisiva en el advenimiento de la democracia después de 40 años de dictadura. No confundamos churras con merinas en la valoración de una figura clave en la recuperación de las libertades. Y tampoco vale quedarse en que no tiene causas pendientes. No las tiene con la Justicia o el fisco porque la inmunidad, la prescripción y las regulaciones tributarias le alejaron del banquillo, no del reproche moral.

Don Juan Carlos de Borbón puede estar libre de culpas, pero no está libre de pecado. Tiene una grave deuda pendiente con los españoles. La peor en tan alto dignatario: incumplir la parte del contrato que le obligaba a ser ejemplar. Y eso no está resuelto de ninguna de las maneras. Mientras no dé las explicaciones que se le piden, los españoles desempolvarán el relato de hechos probados sobre las trapacerías cometidas para redondear su patrimonio prevaleciéndose de su condición institucional.

Cuatro nombres. Dos en el exterior y dos en el interior. Trabajo que le quitan a la Zarzuela y al mismísimo rey de España, Felipe VI. Me refiero a los dignatarios mayores y menores que parecen dispuestos a blanquear la imagen del rey emérito don Juan Carlos de Borbón.

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