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Sánchez y el mal menor de volver a las urnas
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Antonio Casado

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Sánchez y el mal menor de volver a las urnas

El PSOE descubre que le daña fantasear con una gobernabilidad del Estado basada en las exigencias de Puigdemont

Foto:  El presidente del Gobierno en funciones y líder socialista, Pedro Sánchez. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
El presidente del Gobierno en funciones y líder socialista, Pedro Sánchez. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
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Mal día ha elegido José María Aznar para denunciar un “proceso de autodestrucción nacional” cuyo diseño atribuye al PSOE en un temerario proceso de intenciones. El expresidente del Gobierno se ha puesto tronante con 48 horas de retraso. Es el tiempo transcurrido desde que la parte socialista del Gobierno en funciones descubrió que le perjudica seguir fantaseando con una gobernabilidad del Estado basada en las inadmisibles exigencias del prófugo de Waterloo.

Los pregoneros de Sánchez ya colocan en los circuitos mediáticos que lo de la amnistía antes de su investidura, tras la fallida de Feijóo (muy probable), va a ser que no. La excusa es de calendario —no da tiempo—, pero la verdadera causa de este giro de guion es la enormidad de la rueda de molino que se pretendía colocar en las tragaderas de unas instituciones y una opinión pública debidamente advertidas.

La causa del giro de guion es la enormidad de la rueda de molino que se pretendía colocar en las tragaderas de la opinión pública

No se puede hablar de volantazo porque, aparte los esfuerzos desbrozadores de Sumar (la desdichada foto de la vicepresidenta Díaz con Puigdemont en Bruselas), los mensajeros de Sánchez solo estaban sincronizados en remitirse al encaje legal y al pronunciamiento del Tribunal Constitucional sobre la amnistía a los condenador por el procés. Pero ese argumentario preventivo también se cancela a la vista de los informes de la Fiscalía, los letrados de las Cortes y la Abogacía del Estado, la falta de criterio unívoco del independentismo, el creciente malestar en una buena parte de la familia socialista, la desautorización del poder judicial a lo que supondría el borrado de los antecedentes de unos delincuentes predeterminados y el estrés al que se someterían el Congreso de los Diputados primero y el TC después.

Me parece buena noticia, porque desactiva a Puigdemont como árbitro de la gobernabilidad y hace más creíbles las apelaciones del PSOE al marco constitucional como límite de las concesiones al independentismo. Pero no me chupo el dedo. Es evidente que el movimiento gravita sobre la dinámica negociadora orientada a conseguir el voto afirmativo de los siete diputados de Junts para la causa de Sánchez. El mensaje y la intención están claros: no descartar la repetición electoral, que desarmaría al prófugo de Waterloo.

Es muy relevante reconocer como un mal menor la vuelta a las urnas. Al menos para quienes creemos, tal vez ingenuamente, ya lo veremos, que Sánchez nunca llegará a cruzar lo que en su narrativa anterior siempre fueron dos rayas rojas: amnistía y autodeterminación, las dos esquinas de la utopía secesionista. No es tan idiota como para ignorar las severas advertencias sobre los peligros adosados al hecho de negociar la gobernabilidad del Estado con quienes aspiran a reventarlo.

Foto: Acto unitario de grupos independentistas en el Fossar de les Moreres con motivo de la Diada en el que participó el 'expresident' catalán Carles Puigdemont a través de un audio. (EFE/Marta Pérez)

Ahora es Puigdemont quien ha de moverse. Su narrativa anuncia un no a Feijóo en su investidura del 26-27 de septiembre y un no a Sánchez en la subsiguiente, si para entonces no se dan las condiciones previas (reconocimiento, amnistía y mediador) a la posterior negociación de un acuerdo histórico. Feijóo estaría en 172 síes, frente a 178 noes, pero Sánchez también perdería por 179 noes frente a 171 síes.

Un laberinto de variables capaces de patear el tablero construido arbitrariamente en el limbo generado a raíz del recuento del 23 de julio. No se me ocultan esas variables. Por ejemplo, la abstención de Junts, que dejaría la investidura en tablas. Entonces, la clase política contaría con una prórroga hasta el 27 de noviembre (dos meses después de la fallida investidura de Feijóo). Entraríamos en un nuevo escenario, pero a Puigdemont le habrían apagado el farol. O una complicidad de última hora entre el PP y el PSOE para la cesión de escaños (bastarían unas pocas abstenciones de diputados del PP) para que el transfuguismo de rostro amable, puntual y concertado, por razones de interés general, hiciera el milagro de la gobernabilidad.

Todo ello en el caso de que se quisiera evitar a toda costa una repetición electoral. Insisto en que en estos momentos se contempla como un mal menor.

Mal día ha elegido José María Aznar para denunciar un “proceso de autodestrucción nacional” cuyo diseño atribuye al PSOE en un temerario proceso de intenciones. El expresidente del Gobierno se ha puesto tronante con 48 horas de retraso. Es el tiempo transcurrido desde que la parte socialista del Gobierno en funciones descubrió que le perjudica seguir fantaseando con una gobernabilidad del Estado basada en las inadmisibles exigencias del prófugo de Waterloo.

Pedro Sánchez
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