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Voy a hablar desde el conocimiento y la vivencia directa y, por tanto, es posible que mis palabras no agraden a todos. Lo haré de La Caleta, el barrio burgués, conservador y liberal, burbuja del espejismo de una Málaga soñada

Foto: Terraza y piscina del Gran Hotel Miramar de Málaga. (EFE)
Terraza y piscina del Gran Hotel Miramar de Málaga. (EFE)
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Pido perdón desde ya, como Gil de Biedma "yo nací, perdonadme en la edad de la pérgola y el tenis", porque voy a hablar desde el conocimiento y la vivencia directa y, por tanto, es posible que mis palabras no agraden a todos. Hablaré de cosas hermosas que tenían su base en una profunda injusticia y cien años en la Historia es muy poco tiempo para aliviar la agridulce paz que el rencor de ayer aquieta. Pero ya es hora de hablar con sosiego de todo aquello, con la convicción de que la catarsis es saludable en muchos casos, a fin de serenar los ánimos. Mientras escribo, escucho Rumores de la Caleta de Isaac Albeniz. En La Caleta, el barrio burgués, conservador y liberal, emprendedor, elegante e injusto, burbuja del espejismo de una Málaga soñada.

Aclararé que la Caleta es una zona urbana de Málaga, conformada por el paseo de Reding, la avenida de Príes, el paseo de Sancha, el Monte de Sancha, el Limonar, el Miramar y Bellavista. Lo que hoy, con la absurda inclinación a denominar los sitios, los cargos, las instituciones con denominaciones especialmente feas, suele denominarse Málaga Este, como si estuviéramos en alguna ciudad norteamericana. Los malagueños de a pie hablan sin parar de los vientos terrales, levantes, o ponientes, como gente marinera, pero escasamente de puntos cardinales.

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El origen de la Caleta se halla en las revoluciones decimonónicas, en el sentido de movimientos sociales que modifican la Historia de forma radical y en el de levantamientos violentos que la cambian de una forma aún más brutal. Pero también hablo de la llegada a Málaga desde finales del XVIII de las familias extranjeras, del auge del comercio y la exportación de productos agrarios y vino, la creación de los primeros textiles y altos hornos de España y la revolución del primer turismo. Esa burguesía que se crea casi de la nada —aquí no ha habido nunca clase agraria, ni cuernocracia, como llamaban en Sevilla a los ganaderos y escasa aristocracia— se asienta en el centro de la ciudad en un principio.

La creación de riqueza trae consigo la llegada de inmigrantes que vienen a buscarse la vida. Eso hace que el centro se convierta en un lugar insalubre y peligroso para vivir y la clase alta, que hasta entonces había vivido en la Alameda, se traslada a vivir a lo que ya se llamaba la Caleta del Marqués y construyen un barrio elegante de chalets y palacetes rodeados de jardines privados ingleses en esta franja costera.

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Así que ya tenemos un puerto en ampliación en pleno auge por el incremento de las exportaciones, una Caleta en la que vive la alta burguesía, una calle Larios trazada con la misma inteligencia que el plan Cerdá en Barcelona, un eje Alameda-Paseo del Parque —que crea Cánovas— y una gran zona industrial en Huelin, en la que sobreviven en condiciones miserables miles de personas, trabajadores industriales, que empiezan a organizar un movimiento obrero anarquista y comunista, para intentar defender sus pobres vidas.

En la creación de la Caleta, aparte de otros muchos, hay dos personajes claves: Fernando Guerrero Strachan y José María Sancha, arquitecto e ingeniero respectivamente, que crean un conjunto de edificios de extraordinaria belleza, con todo el confort —término inglés de reciente creación entonces— de su tiempo. Y el barrio, porque siempre tuvo y aún tiene el espíritu de una comunidad social a la que se tiene conciencia de pertenecer, va conformándose como una entidad de tal potencia que todavía hoy el símbolo del triunfo social es venir a vivir a la Caleta.

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Y la diferencia con el resto de la ciudad se hace tan evidente, que aquí se construya el Cementerio Inglés, el hotel Príncipe de Asturias (hoy Miramar), el hotel Caleta Palace (hoy Subdelegación del Gobierno) donde se desencadenaron tremendos acontecimientos con Arthur Koestler y hasta un pequeño hotelito, la Casa del Monte, que jugó un papel fundamental en la llegada a Málaga, ya en los años cincuenta del siglo XX, de estrellas y personajes mundiales.

Porque en la Caleta han vivido Orson Welles, Hemingway, Ava Gardner, Rita Hayworth, príncipes y nobles de todo el mundo, la siempre recordada Mercedes Formica. Y en el Caleta Palace veraneaba la familia García Lorca. Y aquí vivían los Altolaguirre y los Prados y los Hinojosa, que tan importante papel jugaron en la creación de la Generación del 27 y de Litoral, cuando invitaban a venir a Dalí y Gala y a Federico y a Cernuda, que se enamoraron de Málaga y su libertad y tolerancia con los diferentes. El grupo terminó exiliado, asesinados por unos y otros, o integrados de alguna forma en la nueva situación.

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La noche del 19 de julio del 36 la Caleta se convirtió en el símbolo de la revolución. Una antorcha gigantesca incendió la Caleta. Entera. Y se destruyeron innumerables obras de arte, porque las necesidades burguesas de ornamentar sus residencias, había creado una escuela de pintura del XIX, quizás la más brillante de España en aquellas décadas. Recuerden la exposición del Prado en la ampliación de Moneo. Casi todos los pintores que la componían eran malagueños. Y en 2019 se elige el cuadro del fusilamiento de Torrijos de Antonio Gisbert en la playa malagueña, como el símbolo de nuestra historia.

El terror rojo hizo que Edward Norton escribiera en el Limonar Muerte en Málaga, Sir Peter Chalmers Mitchell «Mi casa en Málaga», Mercedes Formica Monte de Sancha y Gamel Woolsey, la mujer de Brenan, Málaga en llamas, contemplando desde su torre de Churriana cómo ardían calle Larios y la Caleta. Una extraordinaria carga simbólica. Cómo los terribles acontecimientos de los cientos de asesinatos de inocentes y la gesta de Porfirio Smerdou en Villa Maya al esconder a decenas de personas bajo la bandera de México… El mundo de los cónsules en la Caleta… Después vino el otro terror, el blanco, o azul, no sé con qué color hay que pintarlo. Y llegó Carlos Arias Navarro como Fiscal Especial, que desencadenó una frenética e implacable actividad represora. Una herida que todavía no se ha cerrado.

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Parte de la alta burguesía sobrevivió. Y se reinventó a sí misma y reconstruyó la Caleta, la he visto y vivido en lo que quizás fueran sus más deslumbrantes años. Hasta que empezó el desarrollismo y la destruyó. Quien destruyó la Caleta fue la propia burguesía que la había creado. Por pura especulación. Y esto sí que es una mancha en la vida de una clase social que era puro vigor, creatividad y carencia de pudor para la creación y desarrollo de todo tipo de negocios que, en otras ciudades históricas de Andalucía, las clases altas consideraban indignos. Todavía algunos hablan de “la gente de Málaga”…

Pero la Caleta era y es una forma de ser y de vivir. Porque en las grandes fincas de Churriana —El Carambuco, La Cónsula, El Alamillo, San Javier, El Retiro — y en la Concepción y San José se vivía de la misma forma. La gente hablaba inglés, las residencias eran confortables, sin grandes lujos, que denunciarían al parvenu, se cuidaban plantas y jardines, se vestía elegantemente, sin afectación, algo desenfadadamente y con algún toque extravagante, se miraba al mar, se hacía deporte moderadamente, se viajaba, en las casas había bibliotecas y, sobre todo, nadie se metía en la vida de los otros. Vivir y dejar vivir. Algún adolescente, supongo, con una cierta inteligencia vandálica ha escrito en una pared blanca Limonar=a tenerlo todo y no apreciarlo. Te equivocas. No tenemos ya casi nada. Solo alegría de vivir Et in Arcadia ego.

Pido perdón desde ya, como Gil de Biedma "yo nací, perdonadme en la edad de la pérgola y el tenis", porque voy a hablar desde el conocimiento y la vivencia directa y, por tanto, es posible que mis palabras no agraden a todos. Hablaré de cosas hermosas que tenían su base en una profunda injusticia y cien años en la Historia es muy poco tiempo para aliviar la agridulce paz que el rencor de ayer aquieta. Pero ya es hora de hablar con sosiego de todo aquello, con la convicción de que la catarsis es saludable en muchos casos, a fin de serenar los ánimos. Mientras escribo, escucho Rumores de la Caleta de Isaac Albeniz. En La Caleta, el barrio burgués, conservador y liberal, emprendedor, elegante e injusto, burbuja del espejismo de una Málaga soñada.

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