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Mariano Vergara

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Conciencia y coherencia

Hay que saber lo que es coherencia. Saber dejarlo todo, el poder, la vida, para cumplir con la conciencia. Conciencia. Luchar por algo, o alguien que no sea uno mismo

Foto: Un retrato de John Henry Newman cuelga en la plaza de San Pedro durante el acto en el que fue canonizado. (EFE/Riccardo Antimiani)
Un retrato de John Henry Newman cuelga en la plaza de San Pedro durante el acto en el que fue canonizado. (EFE/Riccardo Antimiani)
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En torno a 1966, Fred Zinnemann dirigió una gran película sobre la vida de Tomás Moro, 'A Man for All Seasons', mal traducida entre nosotros como 'Un hombre para la eternidad', título que parece cargar con un peso de trascendencia del que carece el sentido original en inglés, que simplemente describe la vida de un hombre recto, cuya coherencia con su conciencia le lleva a ser válido en todas las épocas. Un hombre para todos los tiempos.

En ella se muestra el valor de un hombre, que se niega a hacer algo que contradice su conciencia, entendida esta como la necesaria coherencia entre lo que ella le dicta y lo que le ordena el rey. La lucha entre dos órdenes contradictorias, una interior y otra exterior. Se juega la vida, porque entiende que es al dictado interno al que debe someter sus actos, antes que a una orden que para él es inmoral e ilegal. Thomas Moore era un ilustre y docto abogado, escritor, moralista, par de Inglaterra y Lord Canciller de Enrique VIII.

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Son años en los que va a producirse algo, siempre latente en el pulso nacional inglés: el no sometimiento a ninguna autoridad externa con la excepción del rey y el Parlamento. A nivel individual y a nivel colectivo. Latiendo por siglos en la isla, desde el primer asesinato real, cometido por Enrique II Plantagenet, en la persona de Thomas Becquet, Lord Canciller de Inglaterra y arzobispo de Canterbury, que se niega a aceptar el planteamiento del rey como jefe de la Iglesia en sus reinos. Las sugerencias de los poderosos despiadados son entendidas como órdenes por los más viles de sus lacayos. Cuatro caballeros normandos así lo entienden y asesinan a Becquet en el atrio de la catedral, episodio recogido por T.S. Elliot en 'Asesinato en la catedral', por Jean Anouilh en 'Becquet, o el honor de Dios' y por Peter Glenville en el cine en 'Becquet', duelo entre Richard Burton y Peter O’Toole.

Los cuentos de Canterbury comienzan cuando unos peregrinos inician el camino a la fuente que ha brotado en el lugar del asesinato de Becquet, que se convierte en un lugar de tradición religiosa, de bellísimos cuentos y leyendas, intercaladas con viejas baladas como 'Scarborough Fair', que revisarían Simon y Garfunkel en el siglo XX. Es curiosa la afición de los reyes ingleses por cortar las cabezas de sus allegados. Hasta la Reina de Corazones anda gritando “que le corten la cabeza” al Conejo Loco en 'Alicia en el país de las maravillas'. Si Felipe II llega a descabezar a la mitad que Enrique…

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Thomas Moore se niega a sancionar el divorcio de Enrique VIII con Catalina de Aragón, amada popularmente, legítima esposa del rey, sin la aprobación papal. Moore, hombre culto, legal, patriarca de una gran familia, amigo de Erasmo, traductor de la biografía de Pico della Mirandola, se enfrenta a la muerte antes que traicionar su conciencia y es decapitado en la Torre, mientras comenta al verdugo: “Mi lealtad al rey es absoluta, pero por encima está mi lealtad a Dios”. Como en el caso de Becquet, se trata del imperativo categórico de la propia conciencia, que le prohíbe la traición al juramento de cumplir las leyes. Ambos primeros ministros. Hombres para todas las épocas. La decencia, concepto escasamente valorado en la actualidad y nulamente ejercitado por muchos hombres públicos, que hacen de la mentira una forma de vida y de burlar la ley una norma de conducta.

El Oratorio de Brompton Road en Londres —situado en esa zona elegantemente privilegiada, entre Knightsbridge, South Kensington y Belgravia, de calles en silencio roto por el apagado rodar de algún coche, carísimas tiendas, restaurantes con porteros uniformados y velas en las mesas, casas georgianas por cuyas ventanas se atisban madera, cuero y tenues luces, embajadas, nada es desmesurado— es un bellísimo edificio neobarroco de la Roma papista, erigido personalmente por Newman, junto al neogótico del Victoria and Albert Museum. Esa diferencia de estilos no es casual. Allí descubrí a John Henry Newman, en la línea de seguimiento de la propia conciencia por encima de todo.

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El más grande pensador del catolicismo en el último siglo, estudiado por Pablo VI y Benedicto XVI, inspirador del Concilio Vaticano II, un intelectual de altura, que reina en Oxford, miembro de la High Church, que comete el pecado de convertirse al papismo. En Inglaterra, ser católico era no solo algo que cerraba puertas, sino incluso una muestra de mal gusto. El catolicismo en el Reino Unido ha sido tan mal visto que Tony Blair tuvo que esperar a dejar de ser primer ministro para hacer efectiva su conversión, que era un secreto a voces. No sé si los que me lean que consideran Inglaterra como cuna y sede de las libertades conocen todo esto.

Newman, que contó con la estima de Wilde, Elliot, Joyce o Gladstone, era hijo de un banquero y una calvinista, en cuyo hogar la ley era la Biblia. Estudiante y profesor en Oxford, imbuido del espíritu oxoniense de no dejarse entusiasmar en demasía, empieza su camino de estudio de los textos de los padres de la Iglesia, pertenece al Movimiento de Oxford, que pretende despojar al anglicanismo de todas sus connotaciones luteranas y adoptar en lo posible todo lo que sea aprovechable de Roma. Se hace clérigo anglicano. Hasta que descubre, por la razón y la inteligencia, que esa Iglesia ya existe y es la de Roma. Se enfrenta a todos los medios intelectuales, tiene que dejar Oxford y entra en el catolicismo. Es posible que a muchos todo esto pueda sonarles a beaterías. Les recuerdo que Oxford era el más importante templo del saber del mundo en aquel tiempo, como hoy.

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Estas cosas no pueden leerse con mentalidad 'modernita' por gentes que no han pisado aquellos edificios, ni paseado por sus calles, ni estudiado en sus aulas. Este es otro mundo en el que se habla y se discute de temas seriamente trascendentes, un mundo de intelectuales, no de gente de la cultura subvencionada, en el que nadie se asombra de nada y en el que todo está permitido siempre que no se moleste a nadie. El mundo de Newman, que tiene problemas allí, porque es algo impropio, y en Roma, porque piensan “no es uno de los nuestros”. A Newman intentan cortarle las alas y escribe la gloriosa Apología 'pro vita sua'. Al final de su vida es consagrado cardenal. Sólido como una roca, en su vida sigue un camino: la coherencia entre su conciencia y su vida pública y privada.

Dos cancilleres de Inglaterra y uno de los grandes pensadores del último siglo, víctimas de la intolerancia ajena y de su coherencia intelectual. Pero hay que saber lo que es coherencia. Saber dejarlo todo, el poder, la vida, para cumplir con la conciencia. Conciencia. Luchar por algo, o alguien que no sea uno mismo.

En torno a 1966, Fred Zinnemann dirigió una gran película sobre la vida de Tomás Moro, 'A Man for All Seasons', mal traducida entre nosotros como 'Un hombre para la eternidad', título que parece cargar con un peso de trascendencia del que carece el sentido original en inglés, que simplemente describe la vida de un hombre recto, cuya coherencia con su conciencia le lleva a ser válido en todas las épocas. Un hombre para todos los tiempos.

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