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Azúcar para las heridas
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María José Caldero

Los lirios de Astarté

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Azúcar para las heridas

Hay algo de refugio materno en el compás de un convento. Un silencio terapéutico, reparador, sanador, que te envuelve y se filtra con una calidez placentera. Quiero llevarles al corazón de un barrio intramuros de Sevilla

Foto: Interior de la iglesia de Santa Paula. (Alamy/Felipe Rodríguez)
Interior de la iglesia de Santa Paula. (Alamy/Felipe Rodríguez)

Hay algo de refugio materno en el compás de un convento. Un silencio terapéutico, reparador, sanador, que te envuelve y se filtra con una calidez placentera. Quiero llevarles al corazón de un barrio intramuros de Sevilla. Un lugar que aún conserva hilo directo con la historia. Atravesar el portón de madera de Santa Paula es dejar a la espalda todas las prisas cotidianas y bajarse del pedestal un rato.

La bellísima espadaña manierista de Diego López Bueno se levanta airosa, siempre tempranera, sobre el perfil de una ciudad que se echa a pelear con Roma en cuanto a números de conventos. Ganan los italianos, ya se lo adelanto, pero nos quedamos con un honroso segundo puesto. Santa Paula es buen ejemplo de espacio musealizado, visitable y compatible con el devenir de los días en un recinto conventual. Ora et labora. Y abre la puerta a las visitas.

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Las raíces de Santa Paula están en 1423 y llevan el nombre de una mujer, Ana de Santillán. Viuda y habiendo perdido a su única hija, decidió fundar un convento jerónimo en unas casas de su propiedad. Más adelante, será otra mujer, Isabel Enríquez, la que ponga los medios económicos necesarios para levantar la nueva iglesia que serviría de panteón para ella y su marido. Una iglesia que guarda el convento como el tesoro que es.

Pero volvamos al museo. Al final de la coqueta escalera nos recibe la sonrisa cómplice de sor Bernarda. Aparece escoltada por la Sagrada Familia de un discípulo de Murillo del XVII. Los tipos populares delatan la influencia evidente del maestro.

placeholder Una de las calles del Barrio de Espadañas de Sevilla, donde hay una gran concentración de monasterios y conventos. (Alamy/Craig Jack)
Una de las calles del Barrio de Espadañas de Sevilla, donde hay una gran concentración de monasterios y conventos. (Alamy/Craig Jack)

¿Cuánto amor cabe en un metro cincuenta de altura? Todo el que se atisba al asomarnos a los ojos octogenarios de alguien que, dudo seriamente, toque el suelo mientras camina. Sobre nuestras cabezas, en la sala del coro alto, un espléndido artesonado de par y nudillo, de Diego López de Arenas (1623). Carpintería de lazo. Escuadra y cartabón para ejecutar este cielo de madera conventual.

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Un imponente San Jerónimo cercano al napolitano Luca Giordano, un delicado conjunto con la escena de la Visitación atribuido a Cristóbal Ramos o un suntuoso relicario de plata, ébano y marfil procedente del convento de Santiago en Madrid y donado por la reina Mariana de Austria, son solo una pequeña muestra del inventario artístico que custodian las tres salas del museo.

placeholder Puerta de la iglesia del convento de Santa Paula. (Wikipedia)
Puerta de la iglesia del convento de Santa Paula. (Wikipedia)

Salimos de nuevo donde los mortales, pero solo para atravesar el arco conopial que sirve de entrada al amplísimo compás de la iglesia. Resuenan los pasos, los nuestros sí, sobre el camino que ha de llevarnos ante la fachada. Una fachada para recordar cualquier acontecimiento que ocurra delante de ella. La compañía, la conversación, el aire prescindiblemente frío, el maullido de un gato o el tañer de las campanas. Cualquier recuerdo va a quedar ligado a esta hermosa portada.

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Gótico, mudéjar, renacimiento. Una santísima trinidad artística ante los ojos. Una ojiva abocinada, una arquivolta convertida en marco y las manos primorosas de tres artistas. Un pisano, un florentino y un sevillano. El de Pisa, Niculoso Francisco, se trajo a Sevilla desde el taller florentino de los Della Robbia, un tondo cerámico marca de la casa. Azul y blanco vidriados para recordarnos a los del Hospital de los Inocentes de Florencia.

El tondo del Nacimiento, de Andrea Della Robbia, sirvió de modelo para que el sevillano Pedro Millán, artista puente entre el gótico y el primer renacimiento, realizara los otros seis que completan el conjunto. En el que alberga las figuras de San Cosme y San Damián, la firma del artista. Pedro Millán es, posiblemente, el primer artista documentado en Sevilla que firma sus obras. El orgullo de reivindicar la paternidad de lo que emociona. En esta singular portada no es el único en hacerlo.

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Sobre el fondo cerámico del tímpano, miel, azul y blanco, PISANO. Un nombre para reclamar la dignidad del trabajo que nace de las manos de los artistas. Una fantasía cerámica de grutescos, candelieri, grifos, realizada con la novedosa técnica del azulejo plano que introduce Pisano en Sevilla, que se exportará a Extremadura y Talavera de la Reina y que convertirá en mítica la cerámica de Triana.

placeholder Fachada del convento de Santa Paula. (Wikipedia/Juanra Peralta)
Fachada del convento de Santa Paula. (Wikipedia/Juanra Peralta)

Dentro de la iglesia, el barroco andaluz plasmado en el retablo de José Fernando de Medinilla presidido por la imagen de Santa Paula, de Andrés de Ocampo. El resto de retablos que revisten los muros de la única nave reúnen los nombres de Alonso Cano, Felipe de Ribas o Martínez Montañés. La iglesia, como tantas otras en la ciudad, sufrió el expolio a manos de los secuaces de Soult y se perdieron obras de Alonso Cano conservadas actualmente en distintos museos europeos.

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Las piernas piden descanso bajo el cielo mudéjar, pero es hora de volver a subirse al pedestal de la vida mundana, a la agenda llena de tareas inacabadas, al trending topic de la acera de la calle.

Nos llevamos el amor en los ojos de sor Bernarda, el recuerdo de una portada inolvidable y una docena de tocinillos de cielo.

Azúcar para las heridas.

Hay algo de refugio materno en el compás de un convento. Un silencio terapéutico, reparador, sanador, que te envuelve y se filtra con una calidez placentera. Quiero llevarles al corazón de un barrio intramuros de Sevilla. Un lugar que aún conserva hilo directo con la historia. Atravesar el portón de madera de Santa Paula es dejar a la espalda todas las prisas cotidianas y bajarse del pedestal un rato.

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