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Caza Mayor
Por
La soledad de Sánchez y el regreso de Iván Redondo
No hay hombres de Sánchez. El presidente gobierna de prestado con los que heredó de Rubalcaba, Susana Díaz y de Zapatero, que eran quienes controlaban el aparato. Muchas de las piezas son las mismas, ha cambiado su distribución en el tablero
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Bisbisean en el Edificio de Semillas. Lo dicen en voz baja para que no se les oiga ni caigan sobre ellos las plagas bíblicas. Rictus serio, canas, bolsas en los ojos. El presidente del Gobierno está tenso y de mal humor. Ni protegido con una armadura de acero se atreve su inner circle a entrar en el despacho. El carácter se le ha avinagrado desde la puesta en escena de la trama Koldo y las primeras informaciones sobre su mujer.
Está solo. Siempre lo ha estado, pero aún más desde que ha perdido su aura indestructible y las encuestas lo sitúan en la picota. Lo que le está ocurriendo es de manual. No de resistencia. El manual del síndrome de hybris. La patología del poder.
El síndrome de hybris o embriaguez de poder se caracteriza por síntomas tales como el autoritarismo; fusión del yo con la nación; uso del plural mayestático; fe inquebrantable en que un tribunal más alto (la Historia o Dios) justificará sus actos; temeridad e impulsividad, y alejamiento progresivo de la realidad. No hay nadie que le cuente las verdades del barquero. No se atreven para no perder su favor. Una realidad alternativa.
Hasta no hace mucho se apoyaba en Miguel Barroso, secretario de Estado de Comunicación con Zapatero, consejero del Grupo Prisa y uno de los mejores fontaneros que haya tenido el PSOE, pero este falleció y Sánchez se ha tenido que buscar un nuevo guionista para su estrategia de comunicación.
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Con Barroso, un tipo discreto, pero de modales florentinos, no hubiera habido guerra accionarial como la que se está dirimiendo en Prisa, editora del diario El País. El problema es que José Miguel Contreras, su sustituto a la vera del presidente, carece de las habilidades de su predecesor, emplea la brocha gorda y ha embarcado al Gobierno en la madre de todas las guerras, la de Prisa, cuando no había razón alguna para hacerlo, salvo por el capricho de contar con una televisión propia para alcanzar un 2% de share.
Porque hagámonos una pregunta: ¿De verdad era necesario tomar el control accionarial del grupo Prisa para conseguir una línea editorial favorable al Ejecutivo? ¿Acaso se habían mostrado muy críticos con Sánchez, investigando y destapando los casos de corrupción que acorralaban a su entorno más próximo? ¿O estamos hablando de otra cosa?
Contreras empieza a darle quebraderos de cabeza. Hasta la prensa internacional se está haciendo eco del desaguisado de Prisa y la ofensiva gubernamental para controlar los medios, enfangando así la imagen de Sánchez como gran defensor de la democracia.
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Olisqueando este vacío de poder, hasta los predios de Moncloa se ha acercado Iván Redondo. Nunca ha terminado de irse del todo, pero los contactos (y los wasaps) se han multiplicado en las últimas semanas. La cuestión no es baladí. Si Sánchez tiene que recuperar a su otrora Rasputín después de haberle sacrificado en plaza pública, utilizando a Contreras de verdugo, es que la cosa debe ser grave. Para comerse semejante sapo, unos y otros han de tener unas tragaderas nada despreciables.
En los salones de la Trainera, todavía resuena aquella conversación de Barroso y Contreras con Iván Redondo, frente a frente, en vísperas de una remodelación de Gobierno que el otrora poderoso jefe de gabinete de Sánchez ignoraba. “O eres ministro o jefe de gabinete, o te vamos a hundir. Tienes que aceptar lo que te decimos. Si te vas, estás echando un pulso al presidente”, le dijeron los Migueles. Redondo se fue, es verdad, pero ha vuelto.
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Este movimiento abona la idea de que Sánchez, enclaustrado en su torre de marfil, está más solo de lo que el fielato mostrado por la claque pudiera hacernos creer. ¿Quiénes le son realmente leales? Pero de verdad, no una lealtad travestida de intereses ni una sobreactuación de cara a la galería. ¿Lo es Óscar López, que estuvo con José Blanco, luego fue secretario de organización del PSOE con Rubalcaba, le clavó un puñal a Sánchez y luego regresó arrepentido? ¿Lo es María Jesús Montero, exconsejera con Susana Díaz? ¿Félix Bolaños?
No hay hombres de Sánchez. El presidente gobierna de prestado con los que heredó de Rubalcaba, Susana Díaz y, sobre todo, de Zapatero, que eran quienes controlaban el aparato. Muchas de las piezas son las mismas. Lo que ha cambiado es su distribución a lo largo del tablero. La mitad de los líderes regionales proceden de esas camadas.
A Sánchez no le dio tiempo a conformar su equipo. Zapatero y su alter ego, José Blanco, son quienes le suministraron personal y doctrina. Son los que siguen mandando. El propio Sánchez se crio en esta escuela. Es el que figura. Zapatero, el que mueve los hilos.
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El desaparecido Barroso era claro ejemplo de cómo el expresidente ha ido copando esferas de influencia. Barroso ejercía el poder sin que nadie se enterara. En Telefónica, los nuevos capitostes están más próximos a Illa o Zapatero que a Sánchez. A nadie escapa que el leonés ejerce de conseguidor de China en España y Latinoamérica, y que Telefónica fue en su día uno de los mejores clientes del gigante asiático.
Como contamos en exclusiva, Fangyong Du, alias ‘Miguelito’, patrocinador del think tank de Zapatero, Gate Center, e investigado por el CNI, trabajó en Huawei España y usó a Aldama para infiltrarse en el Gobierno. La semana pasada, Bélgica lanzó una operación por sobornos contra Huawei en la UE. El máximo directivo en Bruselas es Tony JinYong, exCEO de Huawei España cuando Fangyong Du estaba en plena faena. Pero no se equivoquen, Zapatero no es solo Huawei. Zapatero es China.
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Sánchez está rebasando todas las rayas rojas habidas y por haber con el objeto de mantenerse en el poder o, en caso de perderlo, recuperarlo luego fácilmente ante la debilidad de un gobierno del PP con la extrema derecha. Lo más normal, sin embargo, es que no le salga la jugada porque, cuando uno se cae del pedestal, las desgracias y los enemigos se multiplican.
Los que están con Sánchez, pero que no son de Sánchez, que son del aparato, y que estaban ahí antes, y que quieren seguir estando, se emplean en otros cometidos. Juegan a sobrevivir. Por eso lo de Telefónica. Y lo del Grupo Prisa. Juegan al día después.
Ahora que está tan de moda la Inteligencia Artificial, merece la pena revisitar los clásicos, como el Gatopardo, ya sea la novela o la recién estrenada serie de Netflix, ejemplo de cómo las élites —en este caso, un príncipe italiano— cambian de chaqueta sin pudor con el único objeto de mantener sus propiedades. Todo cambia para que sigan los mismos.
Bisbisean en el Edificio de Semillas. Lo dicen en voz baja para que no se les oiga ni caigan sobre ellos las plagas bíblicas. Rictus serio, canas, bolsas en los ojos. El presidente del Gobierno está tenso y de mal humor. Ni protegido con una armadura de acero se atreve su inner circle a entrar en el despacho. El carácter se le ha avinagrado desde la puesta en escena de la trama Koldo y las primeras informaciones sobre su mujer.