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Yolanda Díaz, la improbable presidenta del Gobierno
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Estefania Molina

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Yolanda Díaz, la improbable presidenta del Gobierno

Una cosa es ser la ministra más carismática a la izquierda, y otra articular una opción política con un programa que se distinga del PSOE, tras haber gobernado juntos

Foto:  La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz. (EFE/Mariscal)
La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz. (EFE/Mariscal)

Yolanda Díaz se ha convertido en moneda de cambio, en fuego amigo o enemigo, desde que la vicepresidenta segunda dejó entrever su salto nacional poniendo boca arriba a izquierda y derecha. Criticarla es motivo para ser acusado de peligroso aliado del Partido Popular o Vox. Adularla implica ser unos días amigo, otros, enemigo encubierto del PSOE. Máxime, desde que algunos gurús venden el mantra de que podría 'sorpasar' a Pedro Sánchez. Pero la realidad es que Díaz es una improbable futura presidenta del Gobierno, a la luz del contexto, con independencia de variables como la valoración de líderes o el apoyo entre la izquierda.

No hay más que ver el aura ambivalente que acompaña a la vicepresidenta desde que empezó a visibilizarse como plausible candidata electoral del frente amplio de la izquierda alternativa. A la ilusión inicial que acompaña a todo proyecto, en los últimos días ha sobrevenido una especie de valle, de esperanza contenida. De un lado, porque ahora todo será distinto en la creación de nuevos líderes, respecto a lo que nos tenía acostumbrados la explosividad de la política española en los últimos tiempos. Del otro, porque Díaz sabe jugar mejor sus cartas que la mayoría de ministros socialistas, pero los regates cortos a tan largo plazo no dan para ganar unos comicios.

Ejemplo es cómo se saldó la batalla por el término derogación en el seno del Gobierno, como primer pulso reseñable del lanzamiento de la candidatura de Díaz. Esta llevó a Pedro Sánchez al límite por la inclusión del término, en una suerte de campaña mediática donde ella se presentaba como el poli bueno, estandarte de los trabajadores, mientras que Nadia Calviño era la presunta voz de la patronal, el poli malo del ala socialista. La titular de Trabajo acabó saliéndose con la suya colando la susodicha palabra "derogación" en un acuerdo, tan polémico como poco transparente, sobre lo que ocurrió hace escasos días en el Gobierno.

Foto: Un momento del acto 'Otras políticas'. (EFE/Ana Escobar) Opinión
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Lo llamativo es por qué Díaz dio esa batalla, si la misma noche aparecía en laSexta a matizar que bien, había aspectos que no se iban a tocar, como el abaratamiento del despido. La noticia no era nueva. La vicepresidenta segunda había dicho que eso no se cambiaría porque no era resultado del acuerdo de gobierno, en varias entrevistas, hacía tiempo. Pero con más motivo, su insistencia en la idea de la "derogación" puso en evidencia el regate corto del acuerdo. Esta se sentará a negociarlo con sindicatos y patronal, pero que será en realidad bajo importantes límites fijados por el PSOE, aunque el relato se lo lleve Díaz.

Pasa que las elecciones generales que vendrán, ya sea en 2022 o 2023, no irán de tacticismos, o simpatías electorales, como algunos gurús venden. Irán de hechos, pero de hechos que sean algo más que eso: irán de hechos perceptibles. En un contexto de incertidumbre, como se vio en Madrid el pasado 4-M de 2021, el votante abrazará la política real, lo material en sus vidas. La pregunta es si la reforma laboral, más ambiciosa o menos, dará frutos tangibles en la reducción de la precariedad en escasos dos años o uno.

De hecho, no es la primera vez que el liderazgo político de Díaz da signos de un traspié. La última vez fue durante las elecciones gallegas de 2020. Pablo Iglesias rentabilizó la popularidad de la vicepresidenta para unos comicios que pintaban bastos. Por aquel entonces, Díaz se pateó la comunidad entera, aunque la formación morada en su marca gallega acabó desapareciendo del parlamento de Galicia.

Foto: La vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz (i), la portavoz del Gobierno y ministra de Política Territorial, Isabel Rodríguez (c) y la ministra de Educación, Pilar Alegría (d), durante la rueda de prensa tras el Conse

A la sazón, el nuevo 'round' en que Díaz logrará venderse mejor que los ministros del PSOE, algo que no es muy difícil, será por contraste con la impericia de José Luis Escrivá. El ministro de Inclusión y Seguridad Social no ha logrado acuerdo con la patronal para las pensiones. Es decir, haciendo saltar por los aires la senda de más de una decena de acuerdos que se habían logrado hasta ahora entre el gobierno social-podemista y nada menos que CEOE y Cepyme.

No es que la patronal haya decidido volver a los brazos de la derecha, como presunto espacio natural. La realidad es que la 'pax' de Díaz y parte de su talante con la CEOE fue una relación de conveniencia mutua, pese a que esta esté bregada también en la negociación laboral durante su etapa profesional. Buena parte de los acuerdos de Díaz en pandemia, como los ERTE, han sido un cojín de salvación para los trabajadores, y esencialmente para el mantenimiento de las empresas. Acaso no existe la figura de la empresa zombi, esa que sin el ERTE habría ido a la quiebra. Por eso, una Díaz con una reforma laboral que no pase por la derogación del despedido tendrá más visos de sumar a todos los agentes sociales que Escrivá.

Con todo, el aspecto más orgánico de su candidatura tampoco camina sobre la fortaleza, sino a una incierta deriva. Se conoce la idea del 'frente amplio', se celebra un acto con 'otras políticas' como Mónica Oltra, Ada Colau, Mónica García… En definitiva, se quiere exhibir coralidad y feminismo superando el cesarismo de Pablo Iglesias. Pero todo ello es aún un amachambrado de opciones políticas preexistentes, muchas de las cuales están con liderazgos ya muy resentidos, o ni siquiera son un 'boom' mediático, más allá del buen resultado de Más Madrid.

Una cosa es ser la ministra más carismática a la izquierda, y otra articular una opción política con un programa que se distinga del PSOE

Es más: falta conocer cuál será el proyecto político, el fundamento de esa nueva candidatura. Una cosa es ser la ministra más carismática a la izquierda, y otra articular una opción política con un programa que se distinga del PSOE, tras haber gobernado juntos. Este debe además sacar al votante de izquierdas del nihilismo y el hartazgo. A saber, Podemos jamás logró el sorpaso al PSOE ni cuando desembarcaron para impugnar de arriba abajo el sistema. La indignación y ruptura sistémica fue entonces el mayor catalizador para la movilización del electorado.

Pero esa indignación no es ya una variable que corra a favor de Podemos, porque gobierna aunque ello no esté reflejado en las encuestas. Como tampoco se refleja el poderío del bipartidismo, que le ha permitido sobrevivir a los nuevos.

Pues debería haber aprendido España ya que la sondeocracia es una potente arma de doble filo cuando se utiliza para retratar un futurible que no casa con el contexto. Ni simpatías, ni demoscopias a años vista. Deberían saberlo ya los gurús que vivieron el 4-M: política real y realismo. Podemos es hoy la cuarta fuerza política en España. El mayor reto de Díaz es salvar el desplome, raramente convertirse en la más votada. La presidenta improbable.

Yolanda Díaz se ha convertido en moneda de cambio, en fuego amigo o enemigo, desde que la vicepresidenta segunda dejó entrever su salto nacional poniendo boca arriba a izquierda y derecha. Criticarla es motivo para ser acusado de peligroso aliado del Partido Popular o Vox. Adularla implica ser unos días amigo, otros, enemigo encubierto del PSOE. Máxime, desde que algunos gurús venden el mantra de que podría 'sorpasar' a Pedro Sánchez. Pero la realidad es que Díaz es una improbable futura presidenta del Gobierno, a la luz del contexto, con independencia de variables como la valoración de líderes o el apoyo entre la izquierda.

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