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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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Vuelven las horcas

La polarización, en España, produce el tipo de degeneración en el que estamos: el presente no existe, el futuro está desterrado, solo importa el pasado amenazándonos a todos

Foto: El muñeco que representa al presidente del Gobierno en Ferraz. (Europa Press/Diego Radamés)
El muñeco que representa al presidente del Gobierno en Ferraz. (Europa Press/Diego Radamés)
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Si tomamos un poco de distancia, tardaremos poco en poder apreciar que la polarización política está cebando la violencia social. Por el momento, es de baja intensidad. Pero va a más. Tenemos al país preso de una secuencia que comenzó envenenando la convivencia, nos tiene ya instalados en la discordia, y amenaza con llevarnos a un estado de brutalidad que todos terminaremos lamentando. Ya nos ha pasado antes.

Apliquemos, por lo tanto, un distanciamiento racional, que nos devuelva al territorio del pensamiento crítico, de lo individual, y nos aleje de la identificación tribal que diluye la responsabilidad personal y nos lleva a escandalizarnos selectivamente, en función de quién sea el agresor en cada caso, que nos fuerza a pensar que el problema está solo en los otros, en lugar de a reflexionar sobre la naturaleza del riesgo que nos concierne a todos.

La polarización opera para que el sujeto de lo político sea la tribu y no el ciudadano, promueve la formación de identidades grupales uniformadas, desprovistas de los matices que pueblan a cada ser humano, para que nos percibamos como parte de un "nosotros" frente a un "ellos". Es decir, crea el ambiente propicio para la hostilidad.

Una hostilidad que requiere no ya la transformación en enemigo de quien mantiene una opinión distinta a la nuestra, sino la conversión en peligroso sospechoso del que se atreva a dudar alguna vez sobre cualquier materia. En ese proceso de demonización, la degradación es doble, deshumanizamos al otro y nos deshumanizamos a nosotros mismos.

El siguiente paso de la sectarización, se activa diariamente, a través del "scroll infinito" en nuestros dispositivos móviles

Aceptamos, por ejemplo, y sin demasiados reparos, que puedan producirse escraches. Esa fórmula de señalamiento e intimidación, que importó Podemos de Iberoamérica, y que busca eliminar la función de intermediación que tienen los representantes políticos, aplicando el hostigamiento y la barbarie.

Nada, por cierto, que no hayamos visto también en Cataluña, donde el simple hecho de defender la Constitución ha bastado para ser increpado.

Foto: El muñeco que representa al presidente del Gobierno en Ferraz. (Europa Press/Diego Radamés)

El siguiente paso de la sectarización, de la anulación de la individualidad, se activa diariamente, a través del "scroll infinito" en nuestros dispositivos móviles, de las cámaras de eco. Por medio de ese recurso, la verdad de las cosas, la información de los hechos, va siendo lenta, pero firmemente sustituida por el de la exposición constante de opiniones que refuerzan nuestras propias creencias nos hace menos tolerantes a las opiniones divergentes y aumentan la desconfianza en las instituciones democráticas (que son nuestro punto de encuentro).

Poco a poco, la falta de confianza en la democracia va incentivando y legitimando la violencia simbólica como una forma de expresar el descontento.

Nada que no hayamos visto cuando se rodeó el Parlamento español en 2016 durante la investidura de Rajoy, o cuando se cercó el Parlamento andaluz en 2019 tras la salida de la izquierda del poder.

Tanto en el "nosotros" como en el "ellos" debe ser rotunda la impresión de que la propia integridad está en el punto de mira del otro bando

Una vez que los sentimientos identitarios tribales están firmemente asentados, se procede al tercer paso: la inyección de una emoción, la sensación de amenaza existencial. Tanto en el "nosotros" como en el "ellos" debe ser rotunda y acuciante la impresión de que los valores más fundamentales y hasta la propia integridad están en el punto de mira del otro bando.

Para conjugarlo, ya no basta solo con la inflamación retórica, ni con la exigencia dogmática de infalibilidad del líder, han de removerse además las entrañas de la conciencia colectiva, ha de manipularse la historia. Los conflictos que, afortunadamente, fueron resueltos democráticamente tienen que mostrarse más vivos y candentes que nunca. Tan incandescentes que la realidad material y los problemas reales dejen de importar.

La polarización, en España, produce el tipo de degeneración en el que estamos: el presente no existe, el futuro está desterrado, solo importa el pasado amenazándonos a todos. El pan de los hijos pasa a importar menos que el sufrimiento de los bisabuelos.

Siento repugnancia democrática ante quienes callan con unas y ponen el grito con otras

Nada que no hayamos visto en la calle Ferraz durante semanas y semanas. Nada que no hayamos escuchado quienes, siendo progresistas, tenemos que soportar que nos llamen fascistas unos tipos que no leen ni el champú en el cuarto de baño.

Nada que no estemos viendo en la enloquecida escalada de Vox, esos benditos pijos, vagos y torpes tan distintos de la extrema derecha europea contemporánea.

La violencia se expande así. Un día dice Abascal que Sánchez terminará ahorcado como Mussolini, y una noche termina habiendo una horca con un muñeco de Sánchez suspendido a las puertas de Ferraz.

Siento un profundo asco cívico ante esa horca y ante todas las demás. No hago distingos de ningún tipo. Siento repugnancia democrática ante quienes callan con unas y ponen el grito con otras.

Foto: El presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo. (Europa Press/A. Pérez Meca) Opinión

Repudio sin alzar la voz ante los que recurren al victimismo mientras se comportan como agresores, o mientras justifican la violencia simbólica de cualquier miembro de su tribu.

Me rebelo pacíficamente porque si algo ha demostrado la historia es que la violencia verbal antecede a la violencia simbólica, y la violencia simbólica precede a la violencia física.

Las palabras afiladas terminan matando, está demostrado. Pasó en las últimas elecciones brasileñas, pasó en Estados Unidos, y por el camino en que vamos nos terminará pasando.

Siempre acaba siendo una cuestión de tiempo, solo de tiempo, que la polarización extrema conduzca a la radicalización de miembros de la tribu.

Foto: Manifestantes protestan contra el partido de Santiago Abascal en Vallecas. (Sergio Beleña)

Las tribus se están cerrando y cuando eso ocurre se crean grupos más homogéneos que arrinconan a las voces más moderadas y generan presión para que se adopten posturas más radicales.

La "radicalización competitiva" provoca una espiral de posturas extremas que llama a cada miembro a luchar para destacar como el defensor más ferviente de la secta. Estamos entrando en ese ámbito. Y tenemos un largo y triste historial de lo que viene después.

Están volviendo las horcas, ya desde hace años. Desde las élites de cada extremo se celebra la invitación a la violencia del contrario. En eso consiste el negocio sórdido de la polarización, en arruinar lo más valioso que nunca tuvimos.

Si tomamos un poco de distancia, tardaremos poco en poder apreciar que la polarización política está cebando la violencia social. Por el momento, es de baja intensidad. Pero va a más. Tenemos al país preso de una secuencia que comenzó envenenando la convivencia, nos tiene ya instalados en la discordia, y amenaza con llevarnos a un estado de brutalidad que todos terminaremos lamentando. Ya nos ha pasado antes.

Partido Popular (PP) Pedro Sánchez Vox
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