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Venezuela: la piel del oso
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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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Venezuela: la piel del oso

El bloque de la oposición extremó tanto la épica que se pasó en la generación de expectativas

Foto: Una mujer con una bandera de Venezuela protesta por el resultado de las elecciones. (Reuters/Maxwell Briceno)
Una mujer con una bandera de Venezuela protesta por el resultado de las elecciones. (Reuters/Maxwell Briceno)
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Ya antes, claro. Y muchas además. Pero, desde que se convocaron las elecciones del 28 de julio, vienen ocurriendo cosas increíbles en Venezuela. La inhabilitación de una candidata y otros hechos tan crudos que parecen escritos en alguna de aquellas novelas sobre tiranos escritas en tiempos del boom latinoamericano.

Por lo tanto, no hay sorpresa, aquel Gobierno jamás pensó que de aquellas urnas podría salir el mandato audible de perder el poder. La posibilidad real de alternancia nunca existió.

Sin embargo, el bloque de la oposición —reunido en torno a un candidato con menos brío que Biden— terminó blanqueando el proceso, llegando mansamente hasta la apertura de los colegios electorales.

Hicieron una buena campaña, eso es verdad. Las imágenes transmitieron la impresión de que esta vez podía pasar. Pero extremaron tanto la épica que se pasaron en la generación de expectativas. No, no es cierto que el Gobierno pudiese ir hasta 30 puntos por detrás de la oposición en las encuestas que sirvieron de propaganda.

Primero, porque es matemáticamente imposible: podían votar 21 millones de personas, 7 millones se habían marchado del país y fuera de Venezuela fueron muy pocos los venezolanos que podían votar.

Segundo, porque es políticamente inverosímil: las sociedades que caen en las garras del victimismo se convierten pronto en víctimas del clientelismo y eso le deja al poder político amplias capas sociales sobre las que apoyarse cuando llegan los comicios.

Foto: El presidente venezolano, Nicolás Maduro, junto al brasileño, Luiz Inacio Lula da Silva. (Reuters/Ueslei Marcelino)

Tercero, porque el tipo de colisión electoral lo impide: las competiciones condicionadas por la polarización extrema no tensan únicamente a un bloque, movilizan a los dos, y, cuando eso ocurre en los países muy fracturados, la distancia entre unos y otros nunca termina siendo demasiado grande.

Y cuarto, porque era técnicamente predecible: históricamente, los sondeos venezolanos han infravalorado siempre al chavismo porque sus votantes pertenecen a sustratos más humildes y están menos conectados.

De manera, que el periodo preelectoral transcurrió con la oposición permitiendo más de un atropello al Gobierno y que la campaña se cerró con el mensaje emitido por los opositores de que todo estaba prácticamente hecho.

Foto: El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. (EFE/Rayner Peña R.) Opinión
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Era la impresión dominante en las redes sociales, donde la oposición debe haber gastado cuantiosas sumas de dinero. Y también el pronóstico de la opinión publicada occidental. Especialmente en España, donde la piel del oso ya se puso en venta antes de que cayese el primer voto.

Pero el oso se movió. No demasiado mientras los colegios electorales permanecieron abiertos. Durante aquellas horas, apenas se dieron incidentes y no hubo violencia, la ciudadanía venezolana pudo votar en paz y en libertad. Nadie lo puede discutir.

El zarpazo llegó más tarde, caída ya la noche, desde el Consejo Nacional Electoral. Sobraron las irregularidades y faltó la transparencia. Por eso parece bien fundada la sospecha de que pueda haber habido fraude electoral.

Foto: Miles de manifestantes en la Plaza de Colón este domingo. (EFE/Mariscal)

Y mientras aquello pasaba y luego después, en el momento más sensible de todo el proceso, fueron muy pocos los encontronazos y mucha la tranquilidad en las calles. La ciudadanía se marchaba a la cama sin que hubiese habido represión por parte del poder político ni contestación social.

El miedo, la historia no se cansa de demostrarlo, es el más potente instrumento de dominación política. Más todavía cuando la amenaza de “baño de sangre” formulada unos días antes por el propio Maduro se considera más que plausible.

Ese es el relato desapasionado de los hechos. Mi intención no es darle la razón al lector, sino entregarle mi lectura de las razones que hilan lo ocurrido en un país que merece un futuro mejor. No es agradable lo que ha pasado, evidentemente. Y me temo que tampoco será dulce lo que vendrá.

Foto: EC Diseño Opinión
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Me inclino a pensar que la palabra “fraude” siempre gravitará en torno a la fecha del pasado 28 de julio venezolano. Es más, me atrevo a anticipar que al Gobierno vaya a importarle vivir bajo la sombra de esa duda que no puede borrar.

A Maduro le da completamente igual la reacción de las principales cancillerías occidentales. Le resbala que Perú, Uruguay, Argentina, Chile, Costa Rica, Panamá, Guatemala, El Salvador e Italia no reconozcan el resultado.

Y se fuma un puro ante la posición más templada de Colombia, Brasil, Estados Unidos, España y la Unión Europea. ¿Quién va a forzar al chavismo a realizar otro recuento mesa a mesa transparente y verificable? ¿Bajo qué amenaza? ¿Quién?

Foto: Nicolás Maduro. (Reuters/Fausto Torrealba)

Si algo demuestran las sanciones previamente aplicadas es que no debilitan al chavismo pero sí empobrecen a la población. Se apliquen o no se apliquen, desde ayer son más las opciones de que se desencadene un segundo éxodo venezolano. Y, sinceramente, espero que nuestra nación les abra los brazos como ellos hicieron con nosotros en episodios que también fueron muy oscuros.

Maduro no teme más que al Ejército. Y el Ejército está bien regado de privilegios. No hay margen para un pronunciamiento ni para un levantamiento, nada ni nadie se moverá en los cuarteles.

Será el oso quien quizá se mueva de nuevo, aunque puede que ni siquiera le haga falta. El bloque de los opositores ha permanecido unido, pero son muchas las contradicciones internas.

Como consecuencia, parece más probable que la oposición implosione a corto o cortísimo plazo a que pueda surgir una mínima grieta en el chavismo.

Los rusos suelen decir que, cuando uno comienza a bailar con el oso, es el oso quien decide cuándo y cómo acaba el baile. La música no ha terminado.

El oso quiere más y nada, salvo una revolución de resistencia pacífica llevada a cabo por la población, podrá poner el silencio sobre la partitura terrible que le espera a Venezuela.

Ya antes, claro. Y muchas además. Pero, desde que se convocaron las elecciones del 28 de julio, vienen ocurriendo cosas increíbles en Venezuela. La inhabilitación de una candidata y otros hechos tan crudos que parecen escritos en alguna de aquellas novelas sobre tiranos escritas en tiempos del boom latinoamericano.

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