Ideas ligeras
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Cuando a las liberales también se les seca la boca
La todavía diputada del Partido Popular asomó una parte de su personalidad que muchos tenemos casi inédita. Fue una mujer que habló de su infancia, de familia, de amores y de amigos
Las luces se apagaron y salió al escenario Cayetana Álvarez de Toledo. Con un vestido rojo, vaporoso, de fiesta, tacones color 'nude' con los que cualquier otro ser humano se tambalearía a los cinco minutos menos ella. Y así se enfrentó al atril, festiva, sonriente.
Miraba a la sala, abarrotada desde mucho tiempo antes. Saludó con la mano exactamente igual que Isabel Díaz Ayuso. Movimientos rápidos, los dientes apretados como sonrisa, como si en el fondo no se creyera que toda esa gente estaba ahí para verla, para escucharla, con motivo de la presentación de su primer libro. Un libro que está a punto de imprimir su cuarta edición y que se llama ‘Políticamente indeseable’ (Ediciones B).
La todavía diputada del Partido Popular (“no me van a echar”, vaticinó como frase final) asomó una parte de su personalidad que muchos tenemos casi inédita. Fue una mujer que habló de su infancia, de rompecabezas y puzles, de chupetes hechos trizas, de familia, de amores y de amigos. Una mujer que se emocionó al hablar de su padre, de la última frase que le dijo postrado en la cama antes de morir: “Los vientos alisios han llegado”. Una mujer suave, mullida. Feliz, dijo sentirse. Se notaba.
Hubo un quiebro en su voz, ligerísimo, y fue a partir de ahí cuando alternó lo luminoso (su palabra favorita) con la boca seca que intentaba hidratar con cada pausa, a falta de un vaso de agua que llevarse a la boca. Una mezcla de nervios, quizá de nostalgia. Cayetana consiguió que mis ojos se humedecieran cuando recordé cuáles fueron las últimas palabras del mío: “Bueno, qué pasa, ¿que aquí no dan cocido?”.
“La vida al baño María no es lo mío”, dijo. También que escribir es someterse al escrutinio público. Y el escrutinio del público estaba de su lado. Un público que rompió en aplausos cuando el periodista Santiago González aseguró que fue ella la que inició el camino de la desaparición política de Pablo Iglesias Turrión.
Un público anónimo mezclado de negritas: Mario Vargas Llosa, Andrés Trapiello, los diputados de Ciudadanos María Muñoz y Guillermo Díaz, Herman Tertsch y el exalcalde de Getafe por el Partido Popular Juan Soler, un señor al que siempre he visto con calcetines rojos. Pilar Marcos, “el pilar, mi pilar”, dijo de ella, diputada popular, que recibía a los conocidos rauda y veloz para acomodarlos a todos.
Hubo dulzura en el arranque, como la hubo cuando se sentó en el escenario después de que le quitaran el atril y escuchó los piropos a su libro y a su persona de Vargas Llosa, de Trapiello, de González. Ella asentía y bebía agua, como si notara que el halago debilita y la perfección empalaga. Un formato extraño de presentación, al que siguió una ronda de preguntas formuladas por lectores, admiradores, rendidos 'cayetaners'.
Fue bueno saber que a las mujeres valientes, libres y liberales también se les seca la boca
Y salió la otra. La que más sabe, la que no duda. La que prolonga su ya de por sí larguísimo cuello. La que se resiste a ser víctima, la que no parece tener piel porosa, la mujer de rojo, del todo o nada. La que habla del contrario como malhumorado, como siniestro, como agorero. La que dice a cualquier cosa le llaman facha aunque ella diga que la única izquierda que queda es la tóxica. La que dice tener razón. Ella y los suyos. Familia, amigos, amores, pilares. Es esa Cayetana a la que la guionista Lena Dunham llamaría “ladrona de energía”. Pero no será ella, sino yo, que me faltan libros y me sobra calle.
Pero fue bueno saber que a las mujeres valientes, libres y liberales también se les seca la boca. Fue hilarante escuchar a Mario Vargas Llosa repetir hasta en cuatro ocasiones que el libro no destila resentimiento después de lo visto. Fue bonito que agradeciera a Pablo Casado haberle dado la oportunidad de presentarse en Cataluña. Fue pura acidez que segundos después alabara la labor de los “solistas”. Fue reconfortante saber que a los padres, cuando faltan, se les sigue llevando dentro.
Las luces se apagaron y salió al escenario Cayetana Álvarez de Toledo. Con un vestido rojo, vaporoso, de fiesta, tacones color 'nude' con los que cualquier otro ser humano se tambalearía a los cinco minutos menos ella. Y así se enfrentó al atril, festiva, sonriente.
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