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De cómo la pobreza energética se volvió patriotismo
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Javier Caraballo

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De cómo la pobreza energética se volvió patriotismo

Acaba de ocurrir con la crisis energética y el anuncio de nuevos encarecimientos y recortes, pero no hace mucho que observamos algo igual en la transformación de la reforma laboral

Foto: Mina de lignito, tipo de carbón, en Norchten, Alemania. (Reuters/Matthias Rietschel)
Mina de lignito, tipo de carbón, en Norchten, Alemania. (Reuters/Matthias Rietschel)
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El problema es la endeblez de los discursos, no el hecho en sí mismo. La distorsión se produce cuando la realidad se retuerce y se transforma dependiendo del interés político. La demagogia y el descrédito aparecen cuando una misma circunstancia objetiva se presenta como un atentado social cuando le ocurre al adversario y como una señal de progreso cuando le afecta a uno mismo o a su partido.

Acaba de ocurrir con la crisis energética y el anuncio de nuevos encarecimientos y recortes, pero no hace mucho que observamos algo igual en la increíble transformación de la reforma laboral, que pasó de constituir un crimen para la clase trabajadora a un paso firme en la consolidación de los derechos laborales de los españoles. Esto, que puede ser entendido, incluso, como una característica de la política, sobre todo de la política española, el cinismo como moneda de cambio y la confrontación como sistema, provoca un deterioro exponencial en tiempos de crisis como los que atravesamos.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Chema Moya)

Por la sencilla razón de que nadie puede ser creíble cuando ha defendido una posición y la contraria sobre un mismo problema. No se trata, por lo tanto, de cuestionar la realidad de muchas familias y hogares en España que encajarían en la definición de pobreza energética, sino de la inmensa hipocresía, malsana para una sociedad, de deformar esa realidad en función de unos intereses políticos. Transformar la pobreza energética en un modo de patriotismo energético, por la crisis que estamos atravesando, es un giro grotesco, burdo.

Es probable que muchos recuerden aún aquel suceso trágico, de noviembre de 2016, cuando una anciana de Reus, en Tarragona, murió asfixiada en su casa a consecuencia del incendio que se produjo cuando una de las velas con las que se alumbraba prendió el colchón. A esa pobre mujer, Rosa Pitarch, de 81 años, le habían cortado la electricidad por falta de pago y se alumbraba con velas. Podemos imaginarnos qué ocurrió entonces, qué descalificaciones y acusaciones se dirigieron contra el Gobierno de Mariano Rajoy, y las manifestaciones que se convocaron.

"Ni una Rosa más", se decía, porque, en todas las pancartas, la mujer de Reus ya no había muerto en un incendio, sino que la habían matado. La sentencia política y mediática estaba dictada, homicidio, aunque la Justicia acabó archivando hasta la multa que la Generalitat de Cataluña le puso a Gas Natural al no encontrar nada punible en su actuación. Las competencias fundamentales de los servicios sociales, además, están repartidas entre ayuntamientos y comunidades autónomas, aunque en este caso la responsabilidad mayor se hacía recaer sobre el Gobierno del PP por su autoridad ante las compañías suministradoras de energía.

"¿No es extraño que la pobreza energética haya salido del discurso público?"

En todo caso, aquel suceso terrible supuso un punto de inflexión y, por la difusión que tuvo, amplió la conciencia social sobre la pobreza energética que, según se dijo entonces, afectaba a más de cinco millones de personas en España. ¿No es extraño que, en estas circunstancias excepcionales de crisis energética mundial, con los precios de la electricidad en máximos históricos, inimaginables hace unos años, la pobreza energética haya salido del discurso público? ¿Ya no hay más Rosas de Reus en toda España? ¿La lógica no indica que tendría que haber muchos más casos? Esa es la cuestión.

En el último debate sobre el estado de la nación, no solo no se habló de pobreza energética —y eso que el Gobierno tiene un plan 2019-2024 que ni se menciona—, sino que el mensaje del Gobierno discurrió por la senda contraria: el ahorro energético. Sin que nadie se cuestione la contradicción que supone con respecto a ese pasado inmediato, el ahorro energético ya se está fomentando como un ejercicio de patriotismo. Un deber cívico, una obligación de todo español de bien. Igual que Pedro Sánchez empezó a hablar en una de las cumbres europeas de "patriotismo europeo", en España se sigue esa misma estela para reformular las propuestas antiguas de nuevas formas de energía, más sostenibles.

"Ese equilibrio imprescindible es el que se pierde cuando la demagogia desnuda a un líder político"

No es que el debate no sea oportuno, después de lo ocurrido tras la invasión de Ucrania por parte de Rusia, sino que, una vez más, el oportunismo político, la despiadada política de confrontación, hace imposible que en España se pueda alcanzar un objetivo común, compartido, porque no es ese el interés principal. Tiene razón el Gobierno, y su presidente, Pedro Sánchez, cuando emprende una campaña de sensibilización y pedagogía para un "uso prudente de la energía", menos grados en la calefacción, más grados en el aire acondicionado, antes de que se tengan que adoptar restricciones más severas de recortes en el suministro. El problema no es ese, el problema radica en la autoridad que se necesita para que esos llamamientos sean creíbles y la desconfianza es el mayor punto débil de este Gobierno, de este presidente. Por algo será.

En los peores momentos, las sociedades necesitan de alguien que sepa mirar a la cara a los ciudadanos y decirles cómo está la situación y los riesgos a los que se enfrenta. Pero estamos muy lejos de ese tipo de liderazgo. No se lidera con el cargo, se lidera con el ejemplo. Es la definición clásica de la antigua Roma cuando encontraba el éxito del gobernante en la combinación de la 'auctoritas' y la 'potestas', la autoridad reconocida socialmente y el poder conseguido. Ese equilibrio imprescindible es el que se pierde cuando la demagogia desnuda a un líder político. Aquí todavía se pueden recordar algunas campañas inauditas sobre la necesidad de reformar y cambiar el mercado energético en España, como aquella del Gobierno de Zapatero, que consistió en el despilfarro increíble de mandar una bombilla de bajo consumo a todos los hogares, pero lo que no veremos son respuestas efectivas que respondan a las carencias estructurales y a la dependencia energética que arrastramos. Pasan los años, pasan las décadas, y lo único constatable es cómo los problemas aparecen y desaparecen del discurso público, como las bolitas de un trilero.

El problema es la endeblez de los discursos, no el hecho en sí mismo. La distorsión se produce cuando la realidad se retuerce y se transforma dependiendo del interés político. La demagogia y el descrédito aparecen cuando una misma circunstancia objetiva se presenta como un atentado social cuando le ocurre al adversario y como una señal de progreso cuando le afecta a uno mismo o a su partido.

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