Es noticia
Fernando Simón y los años jodidos
  1. España
  2. Matacán
Javier Caraballo

Matacán

Por

Fernando Simón y los años jodidos

Llega el mes de enero y el recuerdo tenebroso de los primeros días de la pandemia vuelve como una pesadilla

Foto: El director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, Fernando Simón. (EFE/Mariscal)
El director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, Fernando Simón. (EFE/Mariscal)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Confieso que, desde hace tres años, me producen vértigo las felicitaciones de año nuevo. Sobre todo, cuando veo la de los años pasados y pienso en la gente que se ha quedado atrás. ¡Feliz año!, nos deseamos en 2020, como los insensatos vulnerables que somos sin saber la que nos iba a caer encima. ¡Feliz año!, volvimos a repetirnos en 2021, pensando que era el momento de comenzar a olvidarlo todo, y nos pasamos el año con la mascarilla puesta, de ola en ola, de variante en variante. Y otra vez, en 2022, ¡Feliz año nuevo!, nos dijimos, y ya estaba el tirano ruso con los cañones alineados para masacrar a los ucranianos y jodernos la vida a todos. No es prudente felicitarse el año en estos años jodidos, que así podemos llamarlos, los años jodidos, aunque repitamos como autómatas programados, yo el primero, esa cortesía de la felicitación en todos los encuentros de este nuevo 2023.

Sucede, además, que las frustraciones de estos tres años se van apilando en la mente como remordimientos, latigazos de desconfianza, y todo es menos creíble desde aquel engaño masivo del origen de la pandemia, en el maldito año bisiesto. Fernando Simón, sí, Fernando Simón, aunque sea injusto personalizar en ese hombre lo mucho que podemos reprocharle a este Gobierno por cómo ocultó lo que estaba pasando. Fernando Simón, sí, y poco importa que lo mismo, o similar, o peor, ocurriese en otros países de nuestro entorno: cada cual que ajuste las cuentas con los suyos, con sus muertos y sus tragedias. Fernando Simón y los años jodidos es una expresión que aquí aparece indisociable porque con su careto en la televisión empezó todo. De modo que, ahora, pasado este tiempo, ese ya no es solo el nombre de una persona, sino un concepto. Y ahí vamos: los límites de la mentira en la vida pública.

Foto: El director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón. (EFE) Opinión
TE PUEDE INTERESAR
Fernando Simón, mentiras de parvulario
Javier Caraballo

Un filósofo francés, Jacques Derrida, dictó en 1995 una conferencia en Buenos Aires titulada Historia de la mentira, que constituye un ensayo sublime sobre esa constante en la historia del ser humano. Y enmarcaba así los límites de la mentira: “La mentira no es el error. Se puede estar en el error, engañarse sin tratar de engañar, y, por consiguiente, sin mentir (…) Lo relevante de la mentira no es nunca su contenido, sino la finalidad del mentiroso”. Cuando se repasan, tres años después, los orígenes de la pandemia en España, lo que sigue pesando como una losa es que un funcionario público, un experto en pandemias como Fernando Simón, fuese quien asumiera la responsabilidad de no decirles la verdad a los ciudadanos de lo que estaba pasando.

Esos engaños pueden esperarse en un político porque, como recuerda Derrida en ese ensayo citando a Hannah Arendt, “las mentiras siempre han sido consideradas como herramientas necesarias y legítimas, no solo del oficio del político o del demagogo, sino también como parte del oficio del hombre de Estado”. Pero ese no era el caso de Fernando Simón y, por eso, es más perniciosa su mentira, porque era una mentira creíble gracias a su condición de técnico de alto rango. Lo relevante de aquellas mentiras no era, ni lo es ahora, el error que se pueda cometer, sino la finalidad del mentiroso, que no era otra que proteger al Gobierno de las críticas y las protestas por el brutal desabastecimiento de recursos sanitarios en las primeras semanas o meses de la pandemia. Pienso, por ejemplo, en el personal sanitario español que, durante mucho tiempo, figuró en todas las estadísticas como el que soportaba un mayor nivel de contagios en comparación con otros países de nuestro entorno.

Foto: La ministra de Hacienda, María Jesús Montero, se coloca su mascarilla. (EFE) Opinión
TE PUEDE INTERESAR
Mascarillas, mentiras de abajo arriba
Javier Caraballo

Objetivamente, desde aquella frustración por los engaños de la pandemia, somos más desconfiados, más reticentes, menos crédulos. Llegan las noticias de la enorme crisis sanitaria que, de nuevo, ha golpeado China por el resurgir del coronavirus y aquí, en esta parte del mundo que pisamos, cruzamos los dedos para que no vuelva a repetirse la historia, confiados en que acabará cumpliéndose eso que afirman de las vacunas de Occidente, que son más efectivas. Tiramos para adelante, siempre que no aparezca en la tele la figura de un Fernando Simón intentando calmarnos. Que se quede ahí, en la memoria de aquel bisiesto que jamás se olvidará, que lo que tenemos ya asumido es que vivimos unos años jodidos en los que todo parece salir mal, o a contrapié.

Este 2022 que ya se ha quedado atrás iba a ser el año de la vuelta completa a la normalidad y ha sido, sin embargo, el año que más cerca hemos estado de un desastre nuclear. Ya arrastrábamos un ramillete de crisis a consecuencia de la pandemia, la crisis sanitaria, la social y la económica, y tras la invasión criminal de Ucrania por parte de Rusia, se han añadido la crisis energética, la crisis de los precios y de la inflación, y la crisis alimentaria en los países más necesitados del mundo. Si faltaba algo era la sequía, y también la tenemos. Llega el mes de enero y el recuerdo tenebroso de los primeros días de la pandemia vuelve como una pesadilla. Desde entonces, todas las previsiones se han roto, y cuando alguien se acerca para felicitar el nuevo año, uno se pellizca, por el qué vendrá, qué nos traerá este 2023. No es prudente felicitarse el año en estos años jodidos, que no, aunque repitamos las felicitaciones como autómatas programados, yo el primero. Será que, por fortuna, siempre tropezamos en la misma piedra, porque lo verdaderamente inagotable del ser humano es la esperanza.

Confieso que, desde hace tres años, me producen vértigo las felicitaciones de año nuevo. Sobre todo, cuando veo la de los años pasados y pienso en la gente que se ha quedado atrás. ¡Feliz año!, nos deseamos en 2020, como los insensatos vulnerables que somos sin saber la que nos iba a caer encima. ¡Feliz año!, volvimos a repetirnos en 2021, pensando que era el momento de comenzar a olvidarlo todo, y nos pasamos el año con la mascarilla puesta, de ola en ola, de variante en variante. Y otra vez, en 2022, ¡Feliz año nuevo!, nos dijimos, y ya estaba el tirano ruso con los cañones alineados para masacrar a los ucranianos y jodernos la vida a todos. No es prudente felicitarse el año en estos años jodidos, que así podemos llamarlos, los años jodidos, aunque repitamos como autómatas programados, yo el primero, esa cortesía de la felicitación en todos los encuentros de este nuevo 2023.

Fernando Simón Coronavirus
El redactor recomienda