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Por qué estamos hartos de Cataluña

Un debate sobre la última incidencia del procés o no procés supone asumir un riesgo de hundimiento de las audiencias televisivas

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, saluda al 'president' Aragonès. (EFE/Quique García)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, saluda al 'president' Aragonès. (EFE/Quique García)
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El fenómeno sociológico más interesante de los últimos tiempos tiene que ver con el hartazgo de Cataluña. Entiéndase, no de Cataluña ni de los catalanes, sino de la matraca independentista catalana, este hartazgo máximo, este goteo insoportable. Diríase que a una gran parte de la sociedad española, también en Cataluña, le ha acabado afectando el síndrome del preso.

Igual se recuerda, porque fue el primer síntoma de lo que está ocurriendo ahora: los Jordis fueron los primeros cabecillas de la revuelta independentista en entrar en prisión, el 16 de octubre de 2017, y cuando llegaron a la cárcel, a cada uno de ellos se le asignó una celda con uno de los llamados ‘presos de confianza’, reclusos sin peligrosidad, con experiencia en la cárcel, que gozan del apoyo de la dirección del centro. A los diez días de estar compartiendo celda, uno de ellos, el que estaba con Jordi Sánchez, pidió que lo cambiasen de celda porque "ya no podía más". Y lo explicó: "no soporto más que este hombre esté todo el día con la matraca del independentismo". Compartir celda, tener que escuchar a un tipo así desde que se despertaba hasta que se acostaba cada noche, suponía para este preso de confianza "una doble condena". Todo se resume en una de las citas que se le atribuyen a Winston Churchill, "un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión, pero tampoco quiere cambiar de tema". Pesado, cargante y aburrido, o sea. Insoportable.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/EPA/Jalal Morchidi) Opinión
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La certeza de cómo esa misma sensación se ha ido extendiendo a toda España se percibe con mucha claridad, con más precisión incluso que en las encuestas, en las audiencias de los medios de comunicación, sobre todo de las tertulias de televisión. Al contrario de lo que ocurría al principio del procés, en la actualidad las noticias que se refieren a las declaraciones, negociaciones, exigencias o, incluso, provocaciones del independentismo catalán se postergan o no se destacan, porque concederles una gran relevancia significa que el personal cambia de dial, de web o de página. Sobre todo en las tertulias televisivas, tan pendientes de la audiencia en cada minuto de programa, un debate sobre la última incidencia del procés o no procés supone asumir un riesgo de hundimiento. Por eso, o se excluyen esas noticias o se les concede un tratamiento casi testimonial. Es decir, el síndrome del preso, hartos de la matraca independentista porque ya no se soporta más.

Lo que podemos plantearnos a partir de esta evidencia es por qué se produce esa sensación de hastío y qué efectos puede tener en las preferencias electorales. Nos equivocaríamos, por ejemplo, si de todo esto dedujésemos que la amenaza independentista de Cataluña ha dejado de preocuparle a los españoles porque no se trata de eso. Todos los ataques a la democracia española y a la desestabilización constitucional, como es poner en peligro la unidad territorial, siguen preocupando, claro, la cuestión es que se ha dejado de ver a los independentistas catalanes como una amenaza seria. Se ha repetido en varias ocasiones, la normalización del conflicto de Cataluña comenzó aquel día de octubre de 2017, cuando la Justicia decretó el ingreso en prisión de los Jordis y no pasó nada.

Tampoco cuando se decretó, mediante la aplicación del artículo 155 de la Constitución, la suspensión de la autonomía de Cataluña y cesaron en sus funciones todos los consejeros del Gobierno independentista catalán. En los días previos a todo ello, lo que se transmitía, lo que se temía, es que cualquier medida contra el procés independentista pudiera provocar graves altercados y protestas en las calles, pero no fue así. Nada ocurrió que fuera relevante más allá de algunos actos, más histriónicos que sustanciales. Como aquel consejero, Josep Rull, que quiso desobedecer la intervención de la autonomía y su propio cese como miembro del Gobierno. Acudió al despacho como si tal cosa y, a las nueve y cuarto de la mañana, puso un mensaje en sus redes sociales: "En el despacho, ejerciendo las responsabilidades que nos ha encomendado el pueblo de Catalunya. #Seguimos”. Al momento, se presentaron dos agentes de los Mossos d'Esquadra en el despacho para desalojarlo. A las diez, ya estaba en la calle. #PuesResultaQueNoSeguimos.

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Cuando el Gobierno de Pedro Sánchez habla de la normalización de Cataluña, siempre se le olvida mencionar estos episodios, sobre todo la actuación de la Justicia, que fue, junto al discurso del jefe del Estado, Felipe VI, lo que primero tranquilizó a los españoles y, luego, los despreocupó. Hasta llegar al punto de hartazgo que se detecta ahora y que, incluso, puede haberse incrementado al comprobar que, al fin, el Tribunal Superior de la Unión Europea ha acabado dándole la razón a la Justicia española cuando solicitaba la extradición de aquel que se fugó escondido en el maletero de un coche, el llamado Puigdemont.

Es probable, por tanto, que dentro de Cataluña haya muchas personas que valoren la política del presidente Pedro Sánchez y de su hombre en el PSC, Salvador Illa, como una salida razonable y estabilizadora tras la convulsión, y la degeneración, vivida desde 2012. De hecho, es lo que ya pudimos apreciar en las últimas elecciones catalanas cuando los socialistas se convirtieron en el partido más votado. Pero es muy improbable que esa misma sensación se tenga en el resto de España, en la España hastiada, que asumió la normalización cuando actuó la Justicia y contempla ahora las concesiones al independentismo como un regalo inaceptable para quienes causaron tanta angustia.

El fenómeno sociológico más interesante de los últimos tiempos tiene que ver con el hartazgo de Cataluña. Entiéndase, no de Cataluña ni de los catalanes, sino de la matraca independentista catalana, este hartazgo máximo, este goteo insoportable. Diríase que a una gran parte de la sociedad española, también en Cataluña, le ha acabado afectando el síndrome del preso.

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