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El 'cursifacha' mató a la reina morada
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Javier Caraballo

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El 'cursifacha' mató a la reina morada

Anda Podemos buscando al fascista misterioso que ha acabado, o ha querido acabar, con la vida política de Irene Montero

Foto:  La ministra de Igualdad, Irene Montero. (EFE/Pedro Puente Hoyos)
La ministra de Igualdad, Irene Montero. (EFE/Pedro Puente Hoyos)
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Entre las paradojas de la política española, deberemos conservar para siempre esta masacre de la izquierda radical, el festival de navajas con el que ha nacido Sumar, la nueva plataforma que reivindica la utopía imposible: la unidad. Pues resulta que al “máximo referente de Podemos”, que es Irene Montero, todavía ministra de Igualdad, se la ha cargado el fuego amigo de sus colegas, de su colega, la implacable Yolanda Díaz. Es una trastada, porque esperaban que el derribo lo hubiese organizado el fascismo, las cloacas de lo oscuro, pero ha sido un tiro cercano, como el que dicen que mató a Buenaventura Durruti, el anarquista que murió asesinado en noviembre de 1936, en la Ciudad Universitaria de Madrid, en los primeros meses de la Guerra Civil. Ya van para 90 años de aquella muerte y todavía siguen buscando al franquista misterioso que le disparó y que no aparece, porque lo más probable, según sus biógrafos, es que lo matara uno de los suyos, ya fuera un miliciano o un agente de Stalin, como sostienen algunos. Por envidia, por celos o por odio.

La cuestión es que en esas mismas anda Podemos, buscando al fascista misterioso que ha acabado, o ha querido acabar, con la vida política de Irene Montero. La versión más acorde con el sentimiento revolucionario es la que presenta a Yolanda Díaz como ejecutora de una maniobra fascista. Sublime. Por eso dice Pablo Iglesias que se calla para no tener que llorar. Y Rufián, igual, que las puñaladas de los compañeros duelen más que las del fascismo del que han venido a salvarnos.

Foto: Yolanda Díaz e Irene Montero conversan bajo la mirada de Enrique Santiago. (EFE/Kiko Huesca)
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El problema de todos ellos es que no han llegado a asimilar que la realidad política de nuestros días, de la que son protagonistas, es mucho más compleja que la realidad ideológica binaria en la que se mueven. Les falta conocer, por ejemplo, la existencia del cursifacha. Si lo estudiaran, si analizaran un poco esta nueva realidad, entenderían que a la reina morada, a su reina morada, la ha matado una cursifacha. El neologismo le pertenece a un doctor en Filosofía, Enrique Gómez León, autor de un ensayo satírico, o un panfleto a la vieja usanza, que ha titulado Mamotretos y armatostes. Presentación del cursifacha (Silva Editorial). En su definición, este profesor ya jubilado enmarca al espécimen en una tendencia social y política que padecemos, que hasta resulta asfixiante en muchas ocasiones, una degeneración extrema de lo políticamente correcto; “una creciente forma de estupidez que es la cursilería hostil, implacablemente agresiva con el disidente y repulsivamente azucarada en las maneras de hablar”. Es verdad que Yolanda Díaz e Irene Montero representan dos estilos distintos de hacer política, la primera más moderada en las expresiones y la segunda más acerada, más crispada, pero las dos comparten ese vocabulario de lugares comunes, pastelosos, de heroínas adánicas.

Foto: Yolanda Díaz. (EFE/Rodrigo Jiménez) Opinión
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Yolanda Díaz exhibe un yo intenso y extenso en todas sus intervenciones e Irene Montero es la mujer que más ha hecho por el feminismo en España, según la presentan los suyos. Esa es la cursilería hostil que comparten, siempre con argumentos en los que predomina “lo sentimental sobre lo racional” y apela a “la convicción de que el sentir es el criterio último de lo verdadero”, afirma el inventor del cursifacha. Todo esto, como podemos resumir, tiene que ver con el pensamiento woke que abrazan las dos, pero sobre todo la ministra de Igualdad. Pensamiento o religión woke, por lo que conlleva de imposición de una nueva moral, represiva, excluyente y sectaria. Como defiende José Antonio Marina, la tragedia del pensamiento woke es que se trata de una iniciativa justa con una filosofía extraviada. La defensa de colectivos maltratados acaba convirtiéndose en un movimiento reaccionario por los insoportables clichés, prejuicios y prohibiciones que despliega. Preceptos de una nueva moral que nos resultan familiares en este personal, como que “el testimonio de la persona considerada oprimida es sagrado e incuestionable”, o que “la identidad racial, sexual o de género define la totalidad de la existencia”, que son algunos de los dogmas que identifica Marina en el movimiento woke.

Pero hay otro rasgo que es esencial del cursifacha para entender el desenlace abrupto que ha tenido la relación política entre ambas, el veto rotundo a Irene Montero para que no vaya en las listas electorales de Sumar. “El cursifacha es el que presume de ser antifascista y en sus actitudes demuestra que lo está siendo”, dice el profesor Gómez León para completar con brillantez la definición de su neologismo. Como buena parte de la izquierda se arroga el diálogo, la tolerancia y el respeto como características esenciales de su ideología, la simplificación de lo que ellos denominan fascismo está relacionada siempre con la intransigencia, la imposición y el autoritarismo. Es decir, lo que acaba de ocurrir en Sumar, cuando dos compañeras de Gobierno y de coalición han acabado enfrentadas, al punto de no poder tolerarse en una misma lista electoral.

Cuando se alcanza este nivel de crispación y de enfrentamiento, no hay opción buena; en todo caso, se trata de evaluar el daño menor

El comportamiento cursifacha de Yolanda Díaz es el que ha acabado con Irene Montero. Es verdad que la líder gallega de Sumar podría esgrimir que, desde que Pablo Iglesias la eligió, todo han sido zancadillas y empujones para impedirle que ejerciera el liderazgo. En Podemos, hicieron todo lo posible por apartarla, pero no lo consiguieron. Ahora, sin que conozcamos el desenlace de esta agria disputa, solo podemos vaticinar que, ocurra lo que ocurra, será una pérdida para Sumar. Podemos no puede digerir hacer campaña electoral en favor de alguien que intenta aniquilarlos con el mayor de los desprecios, el veto público y explícito de sus referentes. Y Yolanda Díaz ya no puede dar marcha atrás en su veto, porque estaría exhibiendo su primera gran muestra de debilidad como líder de la nueva izquierda. Cuando se alcanza este nivel de crispación y de enfrentamiento, no hay opción buena; en todo caso, se trata de evaluar el daño menor. En eso, todas las historias de vendettas políticas en una misma formación suelen acabar igual. Que ya lo dijo Confucio, “antes de embarcarte en un viaje de venganza, cava dos tumbas”.

Entre las paradojas de la política española, deberemos conservar para siempre esta masacre de la izquierda radical, el festival de navajas con el que ha nacido Sumar, la nueva plataforma que reivindica la utopía imposible: la unidad. Pues resulta que al “máximo referente de Podemos”, que es Irene Montero, todavía ministra de Igualdad, se la ha cargado el fuego amigo de sus colegas, de su colega, la implacable Yolanda Díaz. Es una trastada, porque esperaban que el derribo lo hubiese organizado el fascismo, las cloacas de lo oscuro, pero ha sido un tiro cercano, como el que dicen que mató a Buenaventura Durruti, el anarquista que murió asesinado en noviembre de 1936, en la Ciudad Universitaria de Madrid, en los primeros meses de la Guerra Civil. Ya van para 90 años de aquella muerte y todavía siguen buscando al franquista misterioso que le disparó y que no aparece, porque lo más probable, según sus biógrafos, es que lo matara uno de los suyos, ya fuera un miliciano o un agente de Stalin, como sostienen algunos. Por envidia, por celos o por odio.

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