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La cobardía de los Oscar y nuestra sopa boba
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Javier Caraballo

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La cobardía de los Oscar y nuestra sopa boba

Este es un tiempo para alzar la voz, para exigir principios y valores, no para callar cobardemente como han hecho en la gala del cine de Hollywood

Foto: El presentador de la gala de los Oscar, Conan O'Brien, durante la ceremonia. (Europa Press/Ampas)
El presentador de la gala de los Oscar, Conan O'Brien, durante la ceremonia. (Europa Press/Ampas)
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La película autobiográfica de Donald Trump, que competía en la ceremonia de los Oscar de Hollywood con dos nominaciones, concluye con los tres principios fundamentales de la ideología trumpista. “Primera regla, si alguien te persigue con un cuchillo, dispárale con un bazooka. Segunda, la verdad en la vida es negarlo todo, no admitir nada; la verdad es lo que yo digo. Y tercera: jamás admitas la derrota, canta siempre victoria”. Enumeradas las reglas, la película concluye con un fundido en negro mientras suena “Yes, sir, I can boogie”, que igual también le gustaba a Trump en su época, lo cual sería un hallazgo porque las dos cantantes de Baccara, como sabemos, eran españolas, una de Logroño y la otra de Madrid. Al final, la película pasó por la ceremonia como, quizá, pretendían los organizadores y los actores participantes, sin ruido ni molestias.

Las dos nominaciones de la película ‘The Apprentice (La historia de Trump)’ se quedaron ahí, no consiguieron nada, pero tampoco hubo el más mínimo abucheo, broma o comentario sobre el tipo que está sentado en la Casa Blanca, por delirantes y terroríficas que sean sus primeras semanas de mandato. Que nada perturbe la relación de la industria de Hollywood con el presidente de los Estados Unidos y con su guardia pretoriana de multimillonarios, dirigentes de las principales tecnológicas del mundo. “Estos son mis principios, pero si no le gustan a Donald Trump, podemos callarnos”, como podríamos decir versionando a Groucho Marx.

Una amiga trata de convencerme de que el silencio de los actores está justificado por la dependencia de todos ellos de los magnates de las grandes plataformas, de las que depende la producción y la distribución de las películas, pero si ese es el rasero, lo que ocurre tiene otro nombre. No es prudencia, es cobardía. La valentía, como la entendemos desde Aristóteles, forma parte de la excelencia moral, uno de los hábitos más nobles del ser humano como la búsqueda de la justicia, la templanza y el respeto. “El valiente sufre y actúa de acuerdo con los méritos de las cosas y como la razón lo ordena”, decía Aristóteles, y si ahora vivimos tiempos tan chuscos, tan grotescos, tan salvajes como los que expresan las reglas de Donald Trump, la necesidad de volver a los valores de nuestras democracias se hace urgente, antes que necesario.

Ese espectáculo de los Oscar los ha colocado a todos muy cerca del espejo en el que se refleja su cobardía. Juicios sumarísimos para los 'cancelados' de la nueva moral y alfombra roja para los trumpistas. A Karla Sofía Gascón, por ejemplo, aunque al final le permitieron que asistiera a la ceremonia, la ignoraron amablemente y tuvieron la delicadeza de dedicarle sólo un par de chistes sobre sus mensajes contra el Islam, pero ni una palabra, ni un suspiro, sobre los improperios y las barbaridades del presidente de los Estados Unidos. Lo tenían muy cerca, a tan solo cuarenta y ocho horas de glamour y de la alfombra roja.

Foto: El presidente de EEUU, Donald Trump. (Reuters/ Kevin Lamarque) Opinión

El viernes, el presidente de los Estados Unidos protagonizó en el mismo Despacho Oval, con la humillación pública del presidente de Ucrania, un espectáculo denigrante, intolerable para cualquier demócrata. Pero ni un silbido en la gala del Cine a esa disparatada atrocidad. Cinco meses antes, a finales de septiembre, en ese mismo Despacho Oval se le dijo al presidente ucraniano que Putin es un “dictador brutal” y que “la historia nos ha mostrado que si permitimos que agresores como Vladímir Putin conquisten tierras con impunidad, entonces seguirán adelante”. No ha cambiado ni la historia ni el diagnóstico de la invasión de Ucrania, sólo ha cambiado el presidente de los Estados Unidos. Tampoco hemos cambiado nosotros. El silencio ahora ante Donald Trump nos convertiría en cómplices de lo que pueda ocurrir. Este es un tiempo para alzar la voz, para exigir principios y valores, no para callar cobardemente como han hecho en los Oscar de Hollywood. Se trata de un mínimo de decencia democrática.

También hay quienes piensan que el silencio de los Oscar no se debe a la cobardía de los actores, directores y productores de cine, sino a la confianza que se tiene en Donald Trump. Piensan que, a pesar de sus modales, de sus tres reglas de matón mafioso, y de su tono grosero y bravucón, un presidente estadounidense como Trump es lo que el mundo necesitaba para zamarrearlo, para que se despabile y vuelva a reorientarse. Pero no lo dicen pensando en una reacción social contraria a Trump, como podría suponerse, sino por la confianza en que, al final, su nuevo orden internacional conseguirá estabilizar el mundo. Lo explicaba aquí muy bien mi compañero Ángel Villarino cuando rescató el elogio de un exanalista de la CIA, Martin Gurri, que ha definido a Donald Trump como “el Beethoven de la era Twitter”. Si lo dice porque las redes sociales, y la globalización, han contribuido a crear esta sociedad polarizada en la que la verdad no importa, seguro que tiene razón.

Foto: Foto: EC Diseño. Opinión
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Juan Ramón Rallo

Donald Trump es el Beethoven de la manipulación, de la mentira y de la ambición. Poder y dinero. Tanto poder y tanto dinero como para imponer una paz que consiste en que el agresor salga reconfortado de la invasión de un país vecino, mientras que el presidente del país invadido se convierte en el problema que hay que erradicar. “La verdad en la vida es negarlo todo, no admitir nada; la verdad es lo que yo digo”, que es la segunda regla de este ‘Beethoven’. Ya lo anticipó el vicepresidente J.D. Vance en la Conferencia de Múnich, cuando cargó contra la Unión Europea y la convirtieron en un agente más peligroso para el mundo que Rusia o que China; el eje del mal ahora pasa por Bruselas.

En fin, si todo eso se tolera con la confianza de que el final de Trump será positivo para nuestra sociedad y para las democracias que conocemos, será como encomendarle a un pirómano la supervivencia de un bosque centenario. Después de destruirlo todo, igual vuelve a crecer la yerba. Pero ya no estaremos para contemplarlo. Nos habremos consumido plácidamente en nuestra sopa boba.

La película autobiográfica de Donald Trump, que competía en la ceremonia de los Oscar de Hollywood con dos nominaciones, concluye con los tres principios fundamentales de la ideología trumpista. “Primera regla, si alguien te persigue con un cuchillo, dispárale con un bazooka. Segunda, la verdad en la vida es negarlo todo, no admitir nada; la verdad es lo que yo digo. Y tercera: jamás admitas la derrota, canta siempre victoria”. Enumeradas las reglas, la película concluye con un fundido en negro mientras suena “Yes, sir, I can boogie”, que igual también le gustaba a Trump en su época, lo cual sería un hallazgo porque las dos cantantes de Baccara, como sabemos, eran españolas, una de Logroño y la otra de Madrid. Al final, la película pasó por la ceremonia como, quizá, pretendían los organizadores y los actores participantes, sin ruido ni molestias.

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