Mientras Tanto
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Frankenstein ha muerto y Feijóo, como Prometeo, está encadenado
Ni Vox da ya miedo a tres millones de votantes ni EH Bildu o ERC causan ya terror. España ha cambiado, y Feijóo, como le sucedió a Prometeo, el mito en el que se inspiró Frankenstein, se ha encadenado a Vox
“Quien me creó ha muerto; y cuando yo muera, el recuerdo de mí morirá para siempre”, se puede leer en Frankenstein o el moderno Prometeo, la célebre obra de Mary Shelley. Como es obvio, todavía no está todo dicho sobre los resultados electorales, pero hay una primera evidencia. Los pactos del Partido Socialista con EH Bildu, ERC y Podemos, lo que Pérez Rubalcaba bautizó como Gobierno Frankenstein, no han impedido que Pedro Sánchez tenga opciones para seguir en la Moncloa. El monstruo que creó Víctor Frankenstein se desvanece en el olvido, como en el cuento gótico de Shelley. El tiempo dirá si hay resurrección.
No puede ser casualidad, y no lo es, que algunos de los mejores resultados obtenidos por el PSOE hayan sido, precisamente, en Cataluña, País Vasco y Navarra. En el primer caso, ha pasado del 20% al 34%; en el segundo, del 19% al 25%, y en el tercero, la ganancia ha sido de 2,4 puntos porcentuales, hasta el 27,4%, en una comunidad históricamente muy fragmentada. Es decir, en los tres territorios en los que operan los socios de Sánchez, lo que parece mostrar que ir de la mano de algunas de las partes del monstruo que construyó Víctor Frankenstein pasa menos factura de lo que a priori se presumía.
Probablemente, porque tanto en Cataluña como en el País Vasco se ha producido una normalización política, desde luego todavía incompleta, que no es percibida por muchos ciudadanos del resto del Estado, porque tanto el Partido Popular como Vox, y sus medios afines, han sido incapaces de leer correctamente el cambio político y, sobre todo, social que se ha producido en los últimos años. Lo que Aznar llamaba la lluvia fina, que empapa sin percibirlo.
Esto explica que ambos partidos hayan caído en la irrelevancia en los tres territorios. En el País Vasco, el PP es la cuarta fuerza política (menos de la mitad de votos que EH Bildu), en Cataluña es la quinta (casi la tercera parte de los votos del PSC) y en Navarra, la tercera, con la mitad de votos (el 16,6%) que ha obtenido en el conjunto del Estado. Lo rentabiliza, eso sí, en el resto del Estado, donde se produce el fenómeno contrario, debido a que la percepción de la realidad es distinta. No es lo mismo vivir en Bilbao o Barcelona que en Sevilla a la hora de analizar las mismas circunstancias: el fin del terrorismo y el ocaso del independentismo.
Rubalcaba habló por primera vez de “investidura Frankenstein” en julio de 2016 —han pasado siete años— durante una mesa redonda celebrada en los cursos de verano de la Universidad Complutense, en el Escorial, y fue entonces, según la crónica de aquel día de la Agencia EFE, cuando dijo que el PSOE no podía ir “con quien quiere romper España”.
Referéndum fantasma
La expresión no solo tuvo éxito, sino que fue certera. Apenas 15 meses después, los independentistas montaron el referéndum fantasma del 1-O, la sociedad catalana (y española) vivió un nivel de tensión desconocido durante décadas, algunos dirigentes fueron encarcelados y al final el independentismo se quebró como nunca antes lo había hecho. ¿El resultado? Los secesionistas viven hoy una guerra civil interna por la hegemonía de lo que queda del procés que, paradójicamente, ha desembocado en una circunstancia excepcional. Habría que retroceder a 1982 para encontrar una menor representación de los nacionalistas catalanes en todas sus formas en el Congreso de los Diputados, lo que indica que algo ha pasado. Algo está pasando.
Se puede pensar que se trata de una circunstancia coyuntural y que lo volverán a hacer. Y es muy probable —ahí está la célebre premonición de Azaña— que así será cuando mejore la correlación de fuerzas para sus intereses. Pero no hay duda de que hoy, y de ahí los resultados que ha obtenido el PSOE en estas elecciones, el desgaste por pactar con los independentistas y con EH Bildu, que también lo es, pero que hoy se afana en ser un partido de gestión para competir con el PNV, es limitado. Muy limitado. Bildu está hoy tan integrado en el sistema político —pese a su pasado— como cualquier otra fuerza política, y no digamos el mundo de Podemos y ahora Sumar, que suspiran por gestionar la cosa pública y han dejado a un lado el piolet para asaltar los cielos. Son tan convencionales, con su propia ideología, como cualquier otro partido.
La causa es obvia. Las sociedades cambian y hoy lo urgente ni es el terrorismo etarra ni la independencia catalana. Lo primero acabó, aunque queden rescoldos más simbólicos que reales, y lo segundo es hoy una quimera, lo que explica que el voto constitucionalista se concentre en torno al PSC, que es el partido que más ha apostado por la vía del diálogo, que se tradujo en los cambios en el Código Penal y en los indultos. A veces se olvida que el mayor condicionante del voto son las expectativas de cambio o de mejora, y en menor medida el pasado, que solo ayuda a revivirlo.
Una extraña criatura
Es evidente, sin embargo, que el PP ha ganado, y con holgura. Pero su estrategia, como en el cuento de Mary Shelley, ha avalado la creación de una extraña criatura de la que no puede desprenderse, como le sucedió a Víctor Frankenstein.
Hoy, precisamente, es su principal lastre electoral. Sus pactos con Vox, no en todos los territorios con la misma intensidad, han alentado que salga de su madriguera el partido de la abstención, que mayoritariamente es de izquierdas, aunque no solo eso. Con tres millones de votos, Vox es ya un partido consolidado que no solo le hace competencia en muchas circunscripciones electorales, sino que limita su política de alianzas, lo que le obliga a ganar casi por mayoría absoluta para poder gobernar.
El PP, en definitiva, se ha metido en su propia jaula política, cuyos barrotes le impiden salir en busca de socios porque el pack incluye a otro miembro poco presentable para sus potenciales aliados. Feijóo es hoy una especie de Prometeo encadenado, como el mito griego que explora Shelley, rodeado de grilletes. Buena parte de la sociedad española, de hecho, en contra de lo que piensa la dirección del PP, todavía no ha normalizado a un partido como Vox, al igual que sucede en la mayoría de los países europeos. España no es diferente. O visto de otra forma. Si Vox ha dejado de dar miedo a tres millones de españoles, a muchos más no les dan terror ni EH Bildu ni ERC.
Solo hay que recordar lo que le sucedió a Aznar en 1996, que pudo pactar con el PNV y CiU sin problemas porque entonces no tenía como aliado un partido como Vox, simplemente porque no existía. En aquellas elecciones, el PP sacó 156 diputados, solo 290.000 votos más que el PSOE, y aun así gobernó. En la siguiente legislatura, incluso, obtuvo mayoría absoluta, porque no había nadie a su derecha que obtuviera sus mejores resultados, justamente, en los momentos de mayor tensión política. Y es, precisamente, la estrategia de la tensión lo que menos favorece al Partido Popular, ya que da alas a su principal adversario electoral, que no es el PSOE, aunque lo parezca, sino Vox, con quien firmó después del 28-M deprisa y corriendo (salvo en algunos lugares) unos pactos territoriales que son los que han sacado de su letargo a los abstencionistas de izquierdas.
Esto lo vio bien Pedro Sánchez, que como presidente del Gobierno goza de un privilegio que no tiene ningún político, la capacidad de poder disolver el Congreso cuando lo considere más oportuno para sus intereses, y eso es justamente lo que hizo, con el resultado ya conocido.
“Quien me creó ha muerto; y cuando yo muera, el recuerdo de mí morirá para siempre”, se puede leer en Frankenstein o el moderno Prometeo, la célebre obra de Mary Shelley. Como es obvio, todavía no está todo dicho sobre los resultados electorales, pero hay una primera evidencia. Los pactos del Partido Socialista con EH Bildu, ERC y Podemos, lo que Pérez Rubalcaba bautizó como Gobierno Frankenstein, no han impedido que Pedro Sánchez tenga opciones para seguir en la Moncloa. El monstruo que creó Víctor Frankenstein se desvanece en el olvido, como en el cuento gótico de Shelley. El tiempo dirá si hay resurrección.
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