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Por qué ha perdido el PP: la lección que Feijóo no quiso tomar en cuenta

Está siendo una época difícil en Génova: los resultados que esperaban estuvieron lejos de los que obtuvieron. Y no hay grandes reflexiones sobre cuáles fueron los errores cometidos

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (Reuters/Juan Medina)
El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (Reuters/Juan Medina)
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La mañana del lunes fue difícil en muchos lugares, pero Génova estaba en el epicentro de todos ellos. El PP ganó las elecciones, y pintó el mapa español de azul, ya que fue el primer partido en muchísimas provincias. Sin embargo, insistir en que los resultados no fueron un fracaso y que lo lógico sería que el PSOE les dejase gobernar, la primera de las tentaciones populares, no es más que una manera de evitar mirarse en el espejo. El objetivo no se consiguió y ni siquiera se dobló el espinazo al sanchismo, todo lo contrario.

Harían bien en tomar nota en la Moncloa de esa doble posición popular, porque el PP ha salido derrotado, pero no vencido. Esa es la lección que no tuvo en cuenta Feijóo el 28-M, y ha pagado un precio elevado por ignorarla. El escenario era diáfano en la mente de los estrategas de Génova: el sanchismo estaba agotado, España estaba cansada de los gobiernos Frankenstein, el presidente era percibido como falso por buena parte de la población y gran parte de las élites españolas estaban deseando que dejase de ser presidente. Era cuestión de tiempo que el régimen sanchista se desplomase.

Foto: Ilustración: Laura Martín. Opinión
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Las elecciones autonómicas y municipales ratificaron el marco: la gran pérdida de poder institucional marcó una dinámica clara, por lo que bastaba con seguir hurgando en la herida. Estaban tan convencidos del escenario mental que se habían creado que olvidaron las lecturas materiales del 28-M: los socialistas seguían en el mismo nivel de voto que los últimos años, un 28%, y habían resistido con solidez. Falló su izquierda, no el PSOE.

La primera causa del fracaso consistió en no darse cuenta de que con el antisanchismo no le bastaba, y no aportó nada más

A pesar de esa realidad constatable, Génova continuó con la hipótesis de partida, Feijóo redobló la apuesta, y decidieron actuar como si el líder gallego ya fuera presidente y los resultados estuvieran más o menos decididos: solo acudió a un debate, mantuvo una actitud altiva (la soberbia que exhibió en la tele y la radio públicas fue muy dañina) y se resguardó en la consigna de moverse lo mínimo posible: el impulso de fondo le llevaría a la Moncloa, era cuestión de dejarse llevar.

Feijóo se olvidó de la campaña, insistió en "España o Sánchez", en las mentiras y las falsedades del presidente y en la maldad de sus socios, los ingredientes típicos de los discursos populares desde hace mucho tiempo. No supimos nada de su programa, ni de su proyecto, ni de la visión de futuro para España que quería promover. Y esa fue la primera causa de su fracaso: con el antisanchismo no le llegaba, necesitaba algo más que eso y no lo aportó. Es probable que los especialistas recientes en campañas electorales señalen que los programas, las ideas y las propuestas, en realidad, no sirven de nada. Es falso y es absurdo, pero supongamos que tienen razón. Incluso en ese caso, la ausencia de propuestas y de visión acaba por generar una sensación de insolvencia del candidato que, si se suma a otros errores, termina por desanimar a posibles votantes.

La importancia de los territorios

La pregunta acerca de por qué no ha ganado el PP tiene una segunda respuesta muy clara, en la que coinciden muchos populares y progresistas: las alianzas con Vox. La invocación a frenar el fascismo, así como el temor a regresar al pasado, le habría funcionado al PSOE. Que esta explicación es creída se nota por las peleas actuales en el seno de las derechas, que pueden pasar factura en el futuro cercano: los populares echan la culpa a Vox del elevado nivel de voto progresista, mientras que Abascal está muy enfadado con Génova por haberse vuelto contra ellos, pero sin que esa animosidad permitiera crecer a los de Feijóo. Sánchez dejó espacio a Sumar y funcionó; el PP atizó a Vox y aquí están los resultados, dicen.

Para entender cómo ha funcionado el temor a Vox, hay que volver a análisis más clásicos. Uno de ellos es el de la fractura territorial

Pero, al margen de los problemas que tengan que solucionar en las derechas, la tesis del miedo a Vox es más dudosa de lo que parece. El mapa está teñido de azul, lo que no hubiera ocurrido si ese temor hubiera funcionado plenamente. Más al contrario, los votantes del PP querían que su partido gobernase, y si tenía que ser con un Abascal en posición minoritaria, que fuera así. No hace falta ir muy lejos para recordar que el PSOE tuvo el mismo dilema con Podemos y acabaron sentándose juntos en el Consejo de Ministros; el domingo, los socialistas obtuvieron más votos que en las anteriores generales. En segunda instancia, no cabe aludir a un cambio de panorama, porque el 28-M también era conocido que si el PP lograba cambiar el signo de muchos gobiernos sería con la ayuda de Vox, y eso no desanimó a sus votantes ni movilizó especialmente al resto.

Las viejas claves territoriales tienen un peso. También en lo que se refiere a la dinámica centro/periferia de las grandes ciudades

Para entender lo del temor a Vox, hay que volver a marcos más clásicos. Uno de ellos es el de la fractura española, y todo lo que eso explica de nuestros últimos años. Donde sí ha funcionado el miedo a una coalición de derechas, y masivamente, ha sido en Cataluña, País Vasco y Navarra, las comunidades que más rechazo suelen mostrar a una derecha reaccionaria. Más allá de sus lecturas en clave interna, que también las hay, todos esos territorios se han convertido en los baluartes socialistas. El resto de España, sin embargo, ha apostado por la derecha. Incluso en Extremadura, después de la torpe investidura de Guardiola, las derechas han ganado; el PSOE ha sido el primer partido en votos, pero la suma de los bloques arroja un diputado más para la coalición PP-Vox. Pero los factores territoriales, que eran bien conocidos en Génova, fueron minusvalorados por Génova, donde pensaron que con Madrid, Andalucía, las Castillas y Valencia les bastaba.

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No fue así, las viejas claves territoriales tienen un peso. También en lo que se refiere a la dinámica centro/periferia de las ciudades. En Madrid, el PP volvió a ganar, pero el PSOE resistió sólidamente. Y esos resultados decentes se explican por el voto en los barrios populares y en el cinturón sur de la ciudad, en los que había ganado el PSOE en 2019, y que también cayó en manos de los socialistas en esta ocasión, y con un incremento de sufragios significativo a favor de los de Ferraz. Igual ocurrió en Barcelona. En otras ciudades españolas, la suerte fue dispar, pero en las mayores poblaciones esa tendencia se mantuvo.

No le des la espalda a un animal herido

Hay un aspecto de las elecciones que no debe olvidarse: los socialistas han aguantado bastante bien en Andalucía y en Madrid, dos territorios con muchos diputados en juego, lo que indica que el antisanchismo no estaba consolidado, pero también que desde Génova menospreciaron al rival. En especial, porque no supieron ver a qué tipo de Partido Socialista se estaban enfrentando. Después de obtener un porcentaje notable de votos el 28-M, el PSOE se vio desalojado de gran parte de su poder territorial y lo vivió agriamente: tenían la sensación de haber gobernado bien en circunstancias difíciles y de haber sido vencidos por las mentiras de las derechas y de los medios, mucho más que por los hechos. La convocatoria anticipada de Sánchez fue un acierto, porque les proporcionó una posibilidad rápida de venganza: eran un partido herido, que había perdido mucho poder de una manera que percibían injusta y no estaban dispuestos a perder más.

Feijóo se agazapó en lugar de comparecer, menospreció a un partido que estaba herido, pero no derrotado

Esa sensación de agravio cohesionó a muchos militantes y simpatizantes, y generó muchas ganas de darle la vuelta a las encuestas. El lema que utilizó Sánchez, contra todo pronóstico, que no sonaba muy convincente, pero fue cobrando cuerpo durante la última semana, con un electorado progresista que comenzaba a creer que era posible equilibrar el campo de juego; había una energía renovada, que se detuvo con el debate a dos y que se recuperó en los últimos siete días. Y como había ganas de victoria, esa bola de nieve fue creciendo hasta golpear en la línea de flotación popular. Una vez más, es difícil apostar contra Sánchez y acabar ganando.

Foto: El líder del PSOE, Pedro Sánchez, saluda a los simpatizantes que han acudido a la sede del partido. (EFE/Rodrigo Jiménez) Opinión

La mala lectura de las elecciones del 28-M llevó a Génova a creer que con poner el acento en el sanchismo bastaba; Feijóo se agazapó en lugar de comparecer, menospreció a un partido que estaba herido, pero no derrotado, y tampoco valoró cómo su posición agresiva iba a provocar una reacción en contra en partes del territorio.

Todo ello ha llevado a un cambio evidente: Sánchez ha recuperado la iniciativa, ha salvado la bola de partido, ha acabado con el antisanchismo como recurso electoral y ha ocupado el terreno de juego. Incluso podría elegir entre gobernar o repetir las elecciones. Pero su capacidad de acción también queda determinada por el color de los territorios: la iniciativa es suya, pero el partido está empatado. Si no vamos a repetición electoral, dará igual. Pero si lo hacemos, mejorar los resultados para cualquiera de los participantes implicará un estudio detenido de los mapas.

La mañana del lunes fue difícil en muchos lugares, pero Génova estaba en el epicentro de todos ellos. El PP ganó las elecciones, y pintó el mapa español de azul, ya que fue el primer partido en muchísimas provincias. Sin embargo, insistir en que los resultados no fueron un fracaso y que lo lógico sería que el PSOE les dejase gobernar, la primera de las tentaciones populares, no es más que una manera de evitar mirarse en el espejo. El objetivo no se consiguió y ni siquiera se dobló el espinazo al sanchismo, todo lo contrario.

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