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Rubén Amón

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La estabilísima inestabilidad de Pedro Sánchez

Al tiempo que se desmoronan los Gobiernos de Francia y Alemania, el español va camino de una década gracias a la anomalía del pacto con el soberanismo y a la inmoralidad del timonel, aunque es relevante la amenaza de la corrupción

Foto: Pedro Sánchez durante un acto en Madrid. (Reuters/Susana Vera)
Pedro Sánchez durante un acto en Madrid. (Reuters/Susana Vera)
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Hay que reconocerle a Pedro Sánchez el ingenio y la capacidad adaptativa con que logra preservarse en la Moncloa. Incluido, últimamente, el dominio de las nociones espacio-temporales. Fue en abril cuando nuestro presidente amagó con marcharse. Y es en diciembre cuando ha establecido un horizonte sin fronteras. Porque se proclamó en Sevilla candidato en las elecciones de 2027. Y porque la convicción de una victoria, entonces, sobrentiende que el sanchismo perduraría cuanto menos hasta 2031.

Impresiona la fecha, no ya porque Sánchez inició su hégira monclovense con los modestos augurios de un Gobierno provisional, sino porque el distanciamiento de tantos años les sirve de pretexto para sustraerse a sus responsabilidades inmediatas. Sánchez ya tiene la cabeza en el cuatrenio 2027-2031 sin haber logrado aprobar los Presupuestos de 2024.

Es la demostración más evidente de su pericia en la contorsión y dilatación del tiempo. Puede permitirse relativizar las contingencias que se le amontonan en la escribanía —los casos judiciales, la DANA, el chantaje soberanista—, porque resulta que el maestro del "partido a partido" y de las luces cortas ha puesto ahora las luces largas. Sánchez era un centrocampista que buscaba el pase cercano, la asistencia próxima, como Busquets, pero ha mutado en futbolista de profundidad y diagonales.

Foto: Óscar López en el Senado. (EP/Fernando Sánchez)

Le molesta a Sánchez la actualidad porque le irrita la ingratitud de los compatriotas y porque ha situado las ambiciones en la expectativa de una larga década. No puede valerle de argumento la euforia amañada del Congreso hispalense, ni debería subestimar que su continuidad en Moncloa depende de la respiración asistida de los compadres soberanistas.

Les conviene a todos ellos la fragilidad de Sánchez porque es la manera de extremar las condiciones de la extorsión —más prerrogativas, más autogobierno— y porque las discriminaciones fomentan la difamación del Estado. Por esa misma razón, ERC, Junts y Bildu anteponen el desprestigio de los "jueces prevaricadores" a la sensibilidad que merecerían las corruptelas, los informes de la UCO y los conflictos de intereses.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Congreso de los Diputados. (EFE/Borja Sánchez-Trillo)

Lo demuestra el sabotaje colectivo que ha sacudido la conmemoración de la Constitución el pasado viernes. Los compadres de Sánchez se jactaban de su ausencia —PNV, BNG, Bildu, Junts.— o acudían para criticarla (ERC). Se trataba de exhibir un estado de connivencia que ampara al líder socialista y que opera contra los intereses de la nación socavando las instituciones.

Pontificaban Sánchez y sus ministros el 6D sobre la igualdad de los ciudadanos y de los territorios cuando han sido ellos quienes han inducido un régimen discriminatorio. No ya concediendo la amnistía a los delincuentes, sino además fomentando los privilegios de unas comunidades sobre las otras en el contexto de una extorsión soberanista sin limitaciones.

Es así como Sánchez ha logrado una inestabilísima estabilidad. La provisionalidad funciona como mecanismo de continuidad, una suerte de anomalía espacio-temporal que permite a Sánchez diferenciarse de la precariedad en que se desempeñan los socios comunitarios. Acaban de desmoronarse los gobiernos de Alemania y de Francia —la gripadísima locomotora de la UE—, y lo han hecho por la ausencia de mayorías sólidas y por la imposibilidad de aprobar presupuestos.

Sabemos que la balcanización de la política ha disipado el poder de los grandes partidos. La pluralidad de los parlamentos equivale a la inestabilidad de la política y al porvenir efímero de las legislaturas.

Foto: Pedro Sánchez junto a otros miembros de la dirección cantando la Internacional. (EFE /Julio Muñoz)
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Sería también el caso de España. O lo sería, si no fuera porque Sánchez ha ungido un pacto siniestro con los acreedores indepes. Y porque su impudicia y deslealtad al Estado en la manera de hacer política suscriben un método de actuación que ningún líder honesto se atrevería a emprender.

Se lo recuerdan los chantajistas y los cómplices. Y le aprietan hasta hacerle sudar sangre, pero nunca hasta el límite de amenazar el proyecto común.

El tabú de la derechona se añade a la negligencia de la oposición, a la eficacia de la propaganda oficialista, a la prosperidad de la economía, a la tonicidad de la red clientelar, aunque resulta grotesco hablarnos de "mayoría de progreso" cuando estamos en manos de la ultraderecha supremacista de Puigdemont. Terminarán prosperando los Presupuestos en condiciones leoninas, a menos que los escándalos de corrupción en curso amenacen la credibilidad de los socios. No pueden convertirse en cómplices ni jugarse el electorado, aunque la demora de los casos y de los procesos le permite al patrón de la Moncloa jugar con el tiempo como Dios juega a los dados.

Hay que reconocerle a Pedro Sánchez el ingenio y la capacidad adaptativa con que logra preservarse en la Moncloa. Incluido, últimamente, el dominio de las nociones espacio-temporales. Fue en abril cuando nuestro presidente amagó con marcharse. Y es en diciembre cuando ha establecido un horizonte sin fronteras. Porque se proclamó en Sevilla candidato en las elecciones de 2027. Y porque la convicción de una victoria, entonces, sobrentiende que el sanchismo perduraría cuanto menos hasta 2031.

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