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Por qué Sánchez seguirá en el poder en 2025 (y más allá)
La vergüenza del encuentro con Puigdemont garantiza los Presupuestos y prolonga la vida de un Gobierno que ha entregado a los socios de legislatura el mensaje de una Justicia fallida
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Se avecina el momento en que Puigdemont humillará al Estado español recibiendo en el exilio al presidente del Gobierno, aunque la propaganda de Moncloa convertirá el mano a mano de la vergüenza en una cuestión rutinaria, como si fuera el resultado inequívoco de la normalización.
Y nada tiene de normal someterse a las condiciones extremas del acreedor soberanista, pero Sánchez tiene que concederse al prófugo para allanar el camino los Presupuestos. La cumbre bilateral simbolizará la noticia el acuerdo y permitirá al timonel de Ferraz despejarse el año y la legislatura, como si fuera inmune a la crisis judicial y ajeno a las tensiones de la coalición gubernamental, incluido el desplante de Podemos.
Conviene recordar en el umbral de 2025 que la debilidad de Sánchez es su fuerza y que la provisionalidad refleja su propia estabilidad. Lo demuestra el hito que implica haber superado el récord de Rajoy en la Moncloa y lo prueba el mérito que supone rebasar en breve los siete años de Gobierno.
Nunca se ha encontrado con un escenario tan hostil como el que ahora le acecha, pero la truculencia del caso Aldama, los episodios conyugales, el futuro del Fiscal General y el campo de minas que han sembrado Ábalos y Koldo, no representan una amenaza inmediata. Porque estamos en una fase preliminar de unos y otros casos. Y porque el sanchismo sobrevive semana a semana aprovechando la negligencia de la oposición y el servilismo que el Gobierno le presta a sus socios. Le han dejado gobernar muy poco. Y han convertido el Congreso en un espacio de controversia que enfatiza las ambigüedades de un rumbo errático. No puede virar Sánchez a babor y a estribor al mismo tiempo. Ni sacudirse las presiones de sus chantajistas, pero el colapso legislativo no le impide ganar tiempo ni amañar acuerdos de tinta china. Sánchez juega partido a partido. Y es consciente de su posición insustituible. No ya porque ha exterminado cualquier atisbo de oposición en Ferraz, sino porque los colegas de la coalición lo necesitan.
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Es más propicio y asequible parasitar un organismo débil que un cuerpo fuerte, sin olvidar que la campaña de Sánchez contra la prensa, las instituciones y la Justicia simpatiza con la versión radical de la compañía soberanista. Sánchez ha hecho suyo el concepto del "lawfare". Y ha denunciado una suerte de conspiración que socava la credibilidad del sistema, complaciendo así el mensaje disruptivo de los soberanistas.
Se explica así mejor el entusiasmo con que Arnaldo Otegi ha suscrito los Presupuestos en nombre de Bildu. Y la convicción de los aliados respecto a las cualidades que conlleva el pacto con el sanchismo.
Cualquier otra alternativa resulta inaceptable, aunque llama la atención e inquieta la naturalidad con que el PP se ha propuesto asear la imagen de Junts. Fantasea Feijóo con la hipótesis de una moción de censura. Y frivoliza con la legitimación de Puigdemont, hasta el extremo de facilitarle a Sánchez el argumento de su reunión en el exilio: ¿Qué problema hay en entrevistarse con el líder de un partido que llega a acuerdos con los populares?
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La caída de Sánchez requiere una oposición competente y tonificada. No va a desmayarse por sí mismo el patrón socialista, ni existen razones para aventurarle un horizonte desgraciado pese a la crisis de su reputación y al enconamiento del "otro lado" del muro. Las elecciones están lejos. Y la experiencia de estos años nos ha demostrado que Sánchez es un fabuloso mentalista. Es capaz de exhumar la memoria remota (Franco) y de inocular la amnesia respecto a los episodios contemporáneos más traumáticos. Incluida la tragedia de la amnistía. Y la naturalidad con que parece haberse asimilado, como si el sanchismo fuera una droga narcotizante.
Impresiona la desfachatez con que Sánchez denuncia un complot de la Justicia cuando él mismo ha instrumentalizado todos los recursos del Estado para protegerse y atacar a los rivales. La Fiscalía General opera a su servicio, igual que sucede con la Abogacía del Estado y con los compadres del Tribunal Constitucional, pero semejante anomalía no le impide exponerse como víctima ni amagar con dejarlo todo, sabiendo, como sabe, que su relación con el poder es narcisista y patológica.
Se avecina el momento en que Puigdemont humillará al Estado español recibiendo en el exilio al presidente del Gobierno, aunque la propaganda de Moncloa convertirá el mano a mano de la vergüenza en una cuestión rutinaria, como si fuera el resultado inequívoco de la normalización.