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Evitar la catástrofe y retirar a Tamames
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José Antonio Zarzalejos

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Evitar la catástrofe y retirar a Tamames

Vox, con esta iniciativa, ha dejado de ser un partido medianamente serio. Es improvisador, visceral, descoordinado, adolescente, radical e incompetente. Si le queda sensatez, hoy debería anunciar la retirada de la moción

Foto: Ramón Tamames. (EFE/Kiko Huesca)
Ramón Tamames. (EFE/Kiko Huesca)
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Antes de que a Ramón Tamames le afectase un caso grave —aunque no inusual en él— de verborrea mediática, podía suponerse que, aunque arriesgada, la moción de censura de Vox disponía de un adarme de sentido —para el partido de Abascal, no para ningún otro— al articularla de manera filibustera con un candidato testimonial cual oráculo de la transición de 1978. Estábamos advertidos, sin embargo, por coetáneos suyos, acerca de la egolatría del candidato, de su trayectoria zigzagueante y de su afán de notoriedad, aunque nadie le negaba —ni lo hace ahora— que como economista ha sido brillante.

Comunista desde 1956 —el año en que el PCE lanzó su manifiesto por la reconciliación en España, y meses después de que Nikita Jrushchov pronunciara el discurso secreto contra Stalin y poco antes de que la URSS invadiera Hungría—, Tamames llegó al Comité Ejecutivo del partido en 1976, fue diputado en el Congreso y en 1981 empezó otra etapa con la Federación Progresista, que se integró en Izquierda Unida. De ahí al CDS de Suárez y, luego, una permanente exposición pública en escenarios nada compatibles con su vida política anterior. El derecho a rectificarse uno mismo responde a la sabiduría orteguiana que propugnaba que las ideas deben ser acordes con la realidad de cada tiempo histórico en que se vive. Pero nada en exceso, según los estoicos. Dicho lo cual, es lógica la sorpresa de un tránsito que concluye en la aceptación de una torpísima invitación de Vox, al que quizás en venganza silente y taimada Ramón Tamames quiere darle verduguillo con un discurso en el Congreso que ha ido avanzando en los medios.

Foto: El candidato a presidente del Gobierno en la moción de censura registrada en el Congreso, Ramón Tamames. (EFE/Kiko Huesca)

Sus declaraciones más parecen una jodienda política para los de Abascal que la prestación de un último servicio a las causas de “la unidad de España y la monarquía parlamentaria”, que es lo que dice el economista que va a defender desde el asiento que la señora Batet le proporcione a conveniencia de sus problemas de movilidad. Leídas y escuchadas sus intervenciones en medios (El País, El Mundo, Antena 3 TV, La Sexta), los palos del sombrajo se le caen a cualquiera que supusiera —el firmante, por ejemplo— que Tamames no es un oportunista sino un académico lúcido. Pero pedir ser entrevistado, solicitarle a Sánchez una cena previa a la sesión parlamentaria de su censura, recriminar las banderitas que con profusión utiliza Vox o distanciarse de lo que él denomina sus “extremosidades” —sin olvidar el mantra de la España como “nación de naciones” o como “supernación”— o, en fin, afirmar que le “tiene cierta estima a Sánchez justificarían que Vox demostrase ese patriotismo (¿de hojalata?) e hiciese lo que aconsejaba Baltasar Gracián: “Tan gloriosa es una bella retirada como una gallarda acometida”. Hoy en el Congreso, en la comparecencia de Santiago Abascal, por autoestima, debería anunciar la retirada de la moción y acabar con esta mala broma.

Porque si Vox no asume que se ha confundido y no apuesta por una “bella retirada”, las dos sesiones de la moción —días 21 y 22 próximos— van a ser un jolgorio dialéctico del que se librará —y él lo sabe— Ramón Tamames, pero no el partido que le presenta. Como la Moncloa ya está en modo electoral, el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, está orientando los argumentarios hostiles hacia un Feijóo que en este asunto ha sido el más sensato: “Si fueras mi padre, te aconsejaría que no lo hicieras”, le espetó a Ramón Tamames, al que le importan una higa las sinceras sugerencias del presidente del PP.

Foto: Ilustración: Emma Esser.

Vox, con esta iniciativa, ha dejado de ser —si alguna vez lo fue-— un partido medianamente serio. Es improvisador, visceral, descoordinado, adolescente, radical e incompetente, y todos esos calificativos se resumen en la oportunidad eutanásica que se ha dado con la ascensión de Ramón Tamames a su minuto de gloria cuando por circunstancias evidentes ya no podía esperarlo. Hasta que aparecieron los pardillos con mala leche de Vox y le ofrecieron subirse a la peana. Son ellos corresponsables de la erosión reputacional de las instituciones —en este caso, del Congreso—, de la banalización de la Constitución —en este caso, por mala utilización de la moción de censura prevista en ella—, y son ellos los que muestran las increencias en sus propias capacidades —porque su presidente elude el riesgo de ser él el que se presente en vez de un nonagenario que, como un don Juan Tenorio, podría recitar: “Yo a las cabañas bajé/yo a los palacios subí/yo en los claustros escalé/ y en todas partes dejé/memoria amarga de mí”. Ha estado en todo, con todos y contra todos. Y no dejó buen sabor de boca.

Si Abascal y sus compañeros no retiran de inmediato la moción de censura, les sobrevendrá una catástrofe, y si a su consecuencia se hinchan de popa las velas muertas del balandro político de Sánchez con el viento del ridículo, asumirán una responsabilidad imperdonable, que, quizás irreversiblemente, ya han contraído tomando el sistema que dicen defender como un escenario de variedades. Sánchez no dejará pasar la oportunidad con algún que otro subterfugio, pero habría que animarle a Feijóo a que tampoco la desaproveche y que su portavoz en el Congreso hile un discurso breve e inteligente. Si antes, en un rapto de lucidez, Abascal no da la orden cervantina: “Una retirada no es una derrota”, aunque sí sea una de las maniobras políticas y militares más difíciles, como recordaba Milan Kundera.

Foto: Ramón Tamames. (Alejandro Martínez Vélez)

La filtración del discurso que Tamames pensaba pronunciar el próximo día 21 procedería, según los últimos indicios, del propio Vox, de aquellos sectores del partido que consideran inconveniente y excéntrica esta iniciativa, más aún protagonizada por un personaje fuera de cualquier registro de afinidad con el partido. Si ya antes de la filtración del discurso estaba justificada la retirada de la moción, más lo está al conocerse el texto de la censura. Lo que era un espectáculo de variedades en el Congreso se convertirá, de producirse, en una representación grotesca. La única terapia ante esta estupidez es retirar a Tamames del protagonismo de este esperpento y asumir el error.

Antes de que a Ramón Tamames le afectase un caso grave —aunque no inusual en él— de verborrea mediática, podía suponerse que, aunque arriesgada, la moción de censura de Vox disponía de un adarme de sentido —para el partido de Abascal, no para ningún otro— al articularla de manera filibustera con un candidato testimonial cual oráculo de la transición de 1978. Estábamos advertidos, sin embargo, por coetáneos suyos, acerca de la egolatría del candidato, de su trayectoria zigzagueante y de su afán de notoriedad, aunque nadie le negaba —ni lo hace ahora— que como economista ha sido brillante.

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